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La figura del padre Martín de Ayala, medio hermano del cronista, recordada con<br />

veneración por éste, tiene especial importancia, porque influyó en su formación<br />

intelectual y moral y porque, a base de las referencias biográficas de su hermano, se<br />

puede restaurar algo de la propia biografía del cronista y principalmente los jalones<br />

cronológicos que le faltan.<br />

Huamán Poma da una serie de rodeos para explicar la filiación de su hermano uterino.<br />

Dice en una parte, que era "entenado" de Huaman Mallqui (15), en otra que era hijo de<br />

Juana Curi Ocllo y en otra que Luis Avalos era "padre de dicho santo hermitaño Martín<br />

de Ayala" (16). En ningun momento nombra juntos a su madre y al capitán Ayala,<br />

previniéndose acaso de las invectivas y epítetos soeces que en el texto de su crónica<br />

dedica a las indias que conciben de los españoles y paren infames mesticillos. El<br />

mestizo Martín de Ayala "hijo de un caballero principal y nieto de Topa Inga Yupanqui"<br />

(733), se distinguió desde niño por su vocación religiosa y tendencias ascéticas. A los<br />

siete años comenzó a servir en el Hospital de Naturales del Cuzco y a los doce, recibió<br />

el hábito de ermitaño (15 y 733). En la época del Virrey Enríquez (1582) entró a la<br />

conquista de los Chunchos y Andesuyos de Manari, con Martín Hurtado de Arbieto con<br />

el deseo de encontrar el martirio, pero escapó a la matanza de los indios, que se<br />

sublevaron por las exigencias de oro de los españoles, contrayendo únicamente una<br />

enfermedad propia de la región selvática, por la que daba gracias a Dios.10 Volvió en<br />

seguida al Cuzco y luego fue sacerdote y clérigo de misa en Huamanga de cuyo hospital<br />

fue capellán. Huamán Poma exalta el espíritu de caridad y la piedad de su medio<br />

hermano, con delectación de hagiógrafo. Dormía en una estera, se disciplinaba<br />

duramente, usaba cilicios y tenía un gallo en la cabecera de su lecho para que le<br />

despertase a la hora del alba para orar y visitar a los enfermos. No levantaba la vista del<br />

suelo, no osó nunca mirar a las mujeres, no dijo jamás una mala palabra y en su amor<br />

por todos los seres no permitía que se matase ni a un piojo (18). Los pájaros acudían a<br />

cantarle y recibir su bendición y los ratones se quedaban extáticos al verle en oración. El<br />

padre Martín repartía grandes limosnas, amaba y auxiliaba a los indios y limpiaba a los<br />

enfermos, "en las noches le enseñaba a su padrastro don Martín de Ayala y a su madre,<br />

y a sus ermanos penitentes el santo mandamiento" (18 y 599).<br />

Huamán Poma elogia también el desinterés de su hermano, quien no quiso ser nunca<br />

cura doctrinante ni enriquecerse a costa de los indios como aquellos lo hacían, sino<br />

convivir con los padres del hospital. El obispo del Cuzco, fray Gerónimo de Montalvo,<br />

impuso, sin embargo, al padre Martín de Ayala, la obligación de servir un curato en el<br />

pueblo de Gran Canaria, próximo a Huamanga, donde los indios tenían contiendas con<br />

el encomendero don Gerónimo de Oré. El padre Ayala se negó a ir por no dejar a sus<br />

enfermos del hospital, pero amenazado de excomunión, tuvo que cumplir la orden<br />

episcopal. Sólo estuvo unos "pocos meses", como interino, en el pueblo de Canaria y<br />

entre voces y llantos de los indios se regresó a Huamanga a su hospital y capellanía<br />

donde murió, "a los pocos meses". Le enterraron con mucha honra en la iglesia de San<br />

Francisco en la capilla de Nuestra Señora de la Limpia Concepción, donde más tarde<br />

fueron enterrados sus padres. Su retrato, junto con el del piadoso Administrador don<br />

Diego Beltrán de Caicedo, fue colocado en el Hospital. En varios grabados de la crónica<br />

aparece el clérigo Martín de Ayala (14, 17 y 19).<br />

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