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Cajamarca la ley del Talión. Este ciclo de la venganza es estrictamente quiteño y es<br />
recogido únicamente por cronistas que bebieron en fuentes quiteñas. El cronista<br />
Gómara, el contador Zárate y Garcilaso, son efectivamente los primeros que refieren<br />
que, después de la salida de los españoles de Cajamarca, cuando estos se hallaban en<br />
marcha hacia Jauja, un ejército indio atacó la retaguardia de Pizarro en Tocto, la venció<br />
y tomó prisioneros a 11 españoles que fueron llevados a Cajamarca. Ahí se les hizo un<br />
proceso a semejanza de aquél en que se condenó a Atahualpa y se les sentenció a<br />
muerte, pero luego la magnanimidad india perdonó a todos menos a Sancho de Cuéllar,<br />
que habría sido el escribano de la causa contra el Inca, y a quien se ejecutó en la plaza<br />
de Cajamarca, en el mismo lugar que el monarca quiteño. La leyenda agrega que los<br />
indios desenterraron luego el cadáver de Atahualpa y lo llevaron procesionalmente a<br />
Quito. Ninguna crónica inmediata a los hechos habla del encuentro de Tocto, que pudo<br />
haberse realizado y ser una pequeña escaramuza como la minúscula que en<br />
Roncesvalles dio lugar a la Canción de Rolando. Pero todavía más inhallable que aquél<br />
épico incidente es el infortunado Sancho de Cuéllar, cuyo nombre como el del imaginario<br />
precursor de Colón, Alonso Sánchez de Huelva, sólo aparece en Garcilaso y no surge<br />
en ninguno de los alardes de la conquista ni en documento alguno conocido, como<br />
soldado de Pizarro.<br />
Del mismo jaez legendario, pero mucho más tardía y de origen puramente erudito y no<br />
popular, es la fijación del 29 de agosto como fecha de la ejecución de Atahualpa. Ningún<br />
cronista contemporáneo de Pizarro, llámese Jerez, Estete, Mena, Trujillo, Ruíz de Arce,<br />
Pedro Pizarro, ni ninguno de los cronistas inmediatamente posteriores como Molina,<br />
Enríquez de Guzmán, Zarate, Gómara, Oviedo, Sarmiento de Gamboa, Cabello Balboa,<br />
Santa Cruz Pachacutic o el fantaseador Montesinos, traen tal fecha imaginaria y<br />
contradictoria de indiscutibles documentos. Tampoco la trae el gran historiador de<br />
comienzos del siglo XVII, Antonio de Herrera, quien dispuso de todas las fuentes<br />
existentes entonces en los archivos del Consejo de Indias.<br />
La fecha de la muerte de Atahualpa, aparece por primera vez en la bastante denostada<br />
Historia del Reino de Quito por el padre Juan de Velasco, escrita en el siglo XVIII. Este<br />
dice que Atahualpa fue ejecutado por un soldado Mores el 29 de agosto de 1533, a los<br />
45 años de edad, el día en que se celebraba la degollación de San Juan Bautista y por<br />
esto se le impuso en el bautismo el nombre de Juan. El buen jesuita no dice de dónde<br />
tomó sus datos, ni podía decirlo, porque eran de su invención, como muchas otras cosas<br />
de su crónica. La leyenda popular y las danzas sobre la muerte de Atahualpa hablan de<br />
que Atahualpa fue degollado, desdeñando el hecho histórico de que se le aplicó el<br />
garrote, y el jesuita no encontró expediente cronológico más fácil que el de equipararlo<br />
con el apóstol decapitado, para que las pallas futuras limpiaran, en las danzas<br />
provinciales, la cabeza del Inca, con delectaciones de Salomés. Prescott, Mendiburu y la<br />
secuela poco escrupulosa de biógrafos de Pizarro del siglo XIX y XX adoptaron la fecha,<br />
el nombre y las circunstancias novelescas que encuadraban bien la tragedia de<br />
Cajamarca.<br />
En diversos libros publicados desde 1936 y en mis lecciones en la Universidad de San<br />
Marcos he demostrado, hasta el cansancio, que Atahualpa no murió el 29 de agosto de<br />
1533, sino acaso un mes y algunos días antes, pero no he tenido la suerte de ser leído<br />
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