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anunciado por el ruido de su ejército y pasaba por la calle que llevaba al Coricancha,<br />

pisando los despojos y las armas de sus enemigos. Hombres y mujeres delirantes<br />

entonaban a su paso el haylli y loa de la batalla.<br />

El triunfo de los Incas en todas sus campañas se debió, sin duda, a la superioridad de su<br />

organización política y social y al mayor adelanto de su técnica militar. Fue el champi o<br />

maza, con la punta de bronce, aleación que sólo los Incas conocieron en América, el<br />

más poderoso resorte o la verdadera arma secreta de las victorias incaicas. Pero lo fue<br />

también, principalmente, su moral heroica, su capacidad para la lucha y el sufrimiento y<br />

su confianza en sí mismos que es el mejor acicate del heroísmo.<br />

La conciencia nacional del Incario se forjó repentinamente en el reino de Viracocha con<br />

el avance de los Chancas sobre el Cuzco y la huida del Inca hacia Urcos. La angustia<br />

del peligro ha sido siempre la gran forjadora del alma colectiva. Ante la feroz agresión de<br />

los Chancas a la ciudad imperial, surge la joven figura vencedora del príncipe Yupanqui,<br />

que convoca a los ayllus dispersos, recoge las armas abandonadas y se alista en contra<br />

del invasor. Los habitantes del Cuzco consternados ven salir al imberbe arrogante y<br />

temen que sea contraria su suerte ante la ferocidad, experiencia bélica y número de los<br />

Chancas. Sin embargo, el Inca joven regresa pocos días después vencedor, trayendo<br />

las cabezas de sus enemigos para ofrecerlas para una lección viril, a su padre anciano y<br />

a su hermano tránsfuga.<br />

La causa de este milagro bélico está relatada en una leyenda que no figura por<br />

desgracia en los textos de historia nacional, no obstante ser una de las más bellas y<br />

sugestivas lecciones del espíritu heroico de los Incas. El joven Yupanqui relató, al<br />

regresar al Cuzco, que su victoria la debía no sólo al valor de sus soldados y a su<br />

resistencia desesperada sino a una ayuda divina que le había enviado su padre y Dios,<br />

Viracocha. El Dios, después de recibir los sacrificios que se le hicieron antes de la<br />

batalla, anunció al príncipe que le ayudaría y alentaría en la mitad de la lucha. Y contaba<br />

el príncipe valiente, que en el fragor de la batalla, cuando entre la gritería y sonido de<br />

trompetas, atabales, bocinas y caracoles, veían disminuir el número de los suyos a su<br />

alrededor, sentía que llegaban nuevos contingentes silenciosos que se incorporaban a<br />

pelear a su lado y extenuaban el empuje de los contrarios. Un rumor corrió entonces en<br />

el ejército incaico, seguro de su destino y del apoyo de sus dioses. Los soldados del<br />

Cuzco dieron voces anunciando a sus enemigos que las piedras y las plantas de<br />

aquellos campos se convertían en hombres y venían a pelear en defensa del Cuzco,<br />

porque el Sol y Viracocha se lo ordenaban así. "Los Chancas –dice Garcilaso– como<br />

gente creadora de fábulas, agoreros como todos los indios, desmayaron entonces en su<br />

ímpetu y cedieron en la lucha". Ellos mismos bautizaron a sus invisibles vencedores con<br />

el nombre de los Pururaucas, que quiere decir "inconquistados enemigos". Los<br />

pururaucas, dice la leyenda, después de vencer a los Chancas, fieles a su destino mítico<br />

se convirtieron en piedras. Cuenta otro cronista que desde entonces el mito de los<br />

Pururaucas fue uno de los más poderosos incentivos de las victorias incaicas. Los<br />

soldados del Cuzco entraban a la batalla animados por esa fuerza divina, incapaces de<br />

miedo, y los enemigos de los incas no osaban resistirles, tiraban las armas y se<br />

disgregaban, a veces sin llegar a las manos, al sólo grito que anunciaba la llegada de los<br />

hombres de piedra. Inca Yupanqui completó entonces su hazaña mítica. Afirmó que<br />

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