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preparación militar y la estrepitosa algazara de la entrada de los Incas victoriosos al<br />

Cuzco.<br />

La educación de la juventud que había de marchar a la guerra, se inspiraba en principios<br />

de disciplina, de abstención rigurosa, de estoica resistencia y en ejercicios de agilidad,<br />

fuerza y destreza. A los dieciséis años los jóvenes nobles eran sometidos a prueba –en<br />

el ayuno en Colcampata, comiendo sin sal ni uchu o ají, absteniéndose de bebidas<br />

espirituosas–, corriendo desde el cerro de Huanacaure hasta la fortaleza de<br />

Sacsahuamán, casi legua y media, luchando en equipos contrarios, atacando o<br />

defendiendo la fortaleza, haciendo varias noches la vela de los centinelas y rivalizando<br />

en el manejo de la lanza y el arco, en puntería y en distancia. Todo el pueblo<br />

presenciaba y alentaba estos esfuerzos viriles. Los padres y parientes iban al borde del<br />

camino, en el que corrían sus hijos, para animarlos, "poniéndoles delante, dice<br />

Garcilaso, la honra y la infamia, diciéndoles que eligiesen un menor mal reventar antes<br />

que desmayarse en la carrera". Los simulacros de lucha eran a veces tan reñidos que<br />

algunos mozos eran heridos o morían en ellos por la codicia de la victoria. El mayor<br />

quilate de un guerrero indio era la impasibilidad ante el peligro. Los maestros jugaban<br />

con los discípulos, pasándoles las puntas agudas de las lanzas delante de los ojos, o<br />

amenazándolos herir en las piernas, sin que los jóvenes debieran siquiera pestañear o<br />

retraer algún músculo. Si lo hacían eran rechazados, diciendo que quien temía a los<br />

ademanes de las armas, –que sabía que no le habían de herir–, mucho más temería las<br />

armas de los enemigos y que los guerreros incaicos debían permanecer sin moverse<br />

"como rocas combatidas del mar y del viento". ¡Profunda y bien aprendida lección de<br />

estoicismo que admiró el conquistador español, cuando el caballo de Soto, llegó hasta el<br />

solio de Atahualpa, en desbocada carrera, salpicando con su espuma las insignias<br />

imperiales, sin que un sólo músculo del rostro del Inca se contrajera ante la insólita y<br />

desconocida amenaza!<br />

La fiesta que podríamos llamar pre militar del Incario era el Huarachicu, en la que los<br />

guerreros nóveles, recibían, después de pruebas deportivas de carrera, de lucha, de<br />

arco y de honda, las insignias y signos militares, los pantalones o huaras y las ojotas y<br />

se horadaban las orejas para usar los grandes aretes distintivos de su rango. Ese día el<br />

pueblo bailaba repetida e incansablemente el taqui llamado huari, instituido por Manco<br />

Cápac, que duraba una hora y los jóvenes cadetes se presentaban ante el Inca que los<br />

exhortaba a "que fuesen valientes guerreros y que jamás volviesen pie atrás".<br />

Otra visión del Cuzco de la época heroica es la de los días de salida de los ejércitos del<br />

Inca para expediciones lejanas o del retorno de éstos victoriosos y las ceremonias del<br />

triunfo guerrero. En los días de apresto bélico, el ejército llevando delante de sí el Suntur<br />

Paucar y la capacunancha con sus plumerías irisadas, iba rodeando el anda del Inca al<br />

son de las caxas, pincujillos, wallayquipus o caracoles, antaras y pututos, en un bullicio<br />

ensordecedor que hacía caer aturdidas a las aves del cielo. Los soldados aclamaban al<br />

Inca y entonaban sus Hayllis de guerra. Antes de emprender la jornada los sacerdotes<br />

hacían los sacrificios y alzaban su plegaria al Hacedor: "¡Oh sol, padre mío que dixiste<br />

haya cuzco y tambos, y sean estos tus hijos, los vencedores y los despojadores de toda<br />

la tierra; que ellos sean siempre mozos y jóvenes y alcanzen siempre victoria de sus<br />

enemigos!". El día del triunfo del Inca vencedor de los Chancas o de los Collas, llegaba<br />

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