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del Perú, demostrando que las formas lingüísticas y métricas del Ollantay eran<br />
españolas y del siglo XVIII, estableciendo que debía considerarse como elementos<br />
fundamentales del drama, una leyenda antigua o "saga" indígena relativa a la guerra de<br />
los Antis contra los Incas y una adaptación colonial, que ha dejado su huella en el<br />
lenguaje y en las pericias. Ricardo Rojas discriminó con maestría los elementos<br />
fundamentales que se yuxtaponen en el drama: un Haylli incaico mimado, un episodio<br />
sentimental de Inmmac Summac, unas poesías líricas del folklore indígena y un final<br />
postizo de bodas y perdones. Finalmente, Riva Agüero ha sido el mejor exégeta de los<br />
personajes y del espíritu quechua que los anima.<br />
En la segunda parte se ocupó de las vicisitudes de la leyenda de la rebelión de los Antis<br />
que se refugió prófuga y proscrita en la región del Urubamba y se localizó en la antigua<br />
fortaleza de Ollantaytambo. Perseguida y reprimida por los Incas, no fue tomada en<br />
cuenta por Garcilaso ni por la mayoría de los cronistas del siglo XVI, salvo por Sarmiento<br />
y los cronistas toledanos que recogieron los ecos de las tradiciones provinciales hostiles<br />
a los incas. Se refirió a diversos testimonios del siglo XVI en los que se llama Hatun<br />
cancha cacay a los "paredones y andenes" vecinos de Ollantaytambo. Las tradiciones<br />
épicas sobreviven, según el francés Bédier, cuando se adhieren a un monumento –<br />
iglesia, campo de batalla o fortaleza– y se conservan por los clérigos y maestros de<br />
escuela en el espacio vecino al campanario de la aldea y constituyen toda su historia. La<br />
leyenda de Ollantay se pierde en el propio pueblo de su nombre hasta el siglo XVII, en<br />
que un cura restablece el nombre del pueblo llamado hasta entonces Tambo y lo<br />
denomina Santiago de Ollantaytambo.<br />
Analizó enseguida las diversas versiones de la leyenda ollantina que se inicia en 1776<br />
con la referencia de un manuscrito español al "Degolladero" de piedra de Tambo y a la<br />
muerte del rebelde Ollantay ajusticiado por Huayna Cápac. Lee enseguida los textos<br />
sobre el desenlace trágico de Ollantay que dan José Manuel Valdez y Palacios, en su<br />
libro de viajes, y del viajero francés Castelnau. Ellos muestran que Ollantay fue<br />
castigado en la leyenda y no perdonado como innovó el drama dieciochesco.<br />
El revelador y el plasmador de la leyenda de Ollantay, fue el clérigo Antonio Valdez. Sus<br />
contemporáneos cuzqueños que hablaron del drama –José Palacios, el cura<br />
Sahuaraura, el viajero Valdez y Palacios y don Pío B. Meza– lo consideran como el<br />
autor. Para ratificarlo en tal calidad era necesario conocer su vida, desconocida para<br />
todos los autores del siglo XIX que lo descartaron como autor. La investigación hecha en<br />
los pueblos del Cuzco y en la región del Urubamba demuestra que la familia Valdez, de<br />
antigua prosapia colonial menoscabada, tenía su casa en la Plaza de Urubamba frente a<br />
la iglesia y en el vecino pueblo de Maras. Los Valdez descendían de Alexo de Valdez,<br />
que mató en duelo al Conde de Portillo en Arcopunco, y los Ugarte fueron acusados de<br />
complicidad en la revolución de Túpac Amaru. La investigación demuestra la cultura del<br />
cura Valdez que fue maestro y catedrático en Filosofía, Licenciado, doctor en Teología y<br />
rechazó ser Rector de la Universidad del lugar. Valdez fue toda su vida cura de indios en<br />
Accha, en Maras, en Carabaya durante quince años, en Tinta después de la revolución<br />
de Túpac Amaru y en Sicuani donde sólo estuvo dos años. En todos estos lugares se<br />
destacó por su generosidad, su amor a los indios y su calidades artísticas como pintor y<br />
como imaginero.<br />
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