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El estupor de indios y de españoles se condensa en la admiración filial de Garcilaso por<br />
la imperial ciudad del Cuzco, su urbe natal, la que describió amorosamente en las<br />
páginas que aparecen en esta Antología sobre la fortaleza de Sacsayhuaman, sobre el<br />
Coricancha y sobre el Cuzco de los conquistadores cuyas calles describe casa por casa<br />
y en la que transcurrió su infancia "entre armas y caballos". Garcilaso dice que "El<br />
Cossco en su imperio fue otra Roma en el suyo, y así se puede cotejar la una con la otra<br />
porque se asemejan en las cosas más generosas que tuvieron". El Virrey Toledo que no<br />
era muy propicio a los entusiasmos, como hombre frío y autoritario se emociona ante el<br />
prodigio monumental del Cuzco incaico y dice al Rey que: "Es de tan grandes piedras<br />
que parece imposible haberlo hecho fuerza e industria de hombre". El Padre Acosta, su<br />
coetáneo, dice, hablando de la fortaleza del Cuzco, que está hecha de "Piedras tan<br />
grandes que espantan". El cronista Gutiérrez de Santa Clara dice que para remover las<br />
piedras tan grandes de la fortaleza de Sacsayhuaman sería necesario quince yuntas de<br />
bueyes, y Garcilaso, juntando la visión del paisaje y de la urbe materna, escribe que sus<br />
piedras ciclópeas parecen "pedazos de sierra".<br />
El embrujo milenario del Cuzco trasciende más tarde a los viajeros coloniales y<br />
republicanos y a los arqueólogos contemporáneos y se acrecienta por la superposición<br />
del arte y la cultura española sobre los recios vestigios incaicos. De la impresión del<br />
Cuzco mestizo, incaico y español, quedan huellas en los testimonios constantes de los<br />
viajeros que renuevan durante el siglo XIX el elogio de la legendaria ciudad incaica y de<br />
la gran ciudad del Cuzco español "cabeza de todas las ciudades del Perú, en cuyo<br />
escudo imperial se mandó poner un castillo hispánico sobre el que se enciende el fulgor<br />
imperial de la mascapaicha incaica". No cabe ahora incidir sobre los prodigios de la<br />
arquitectura española, de los templos barrocos, las casonas solariegas, con sus<br />
portadas de piedra, sus ajimeces y sus escudos, sus patios entoldados de hiedras y<br />
jaramagos, que han descrito admirablemente Riva Agüero, Uriel García o José Sabogal,<br />
o sobre los prodigios ingenuos de la escultura, la orfebrería y la pintura cuzqueñas que<br />
ha indagado Cossío del Pomar. Baste recoger de aquella onda admirativa moderna el<br />
asombro de Humboldt, que no vio el Cuzco pero que lo intuyó a través de los templos y<br />
fortalezas levantados por los Incas en el área de su expansión imperial y quien dijo que<br />
el arte incaico se resumía en tres cualidades: solidez, simetría y sencillez. El viajero y<br />
arqueólogo norteamericano Squier, el más hábil rastreador de los monumentos incaicos<br />
en el siglo XIX dirá categóricamente: "El Cuzco fue la ciudad más grande de toda<br />
América, sólo se puede comparar con las Pirámides, con el Stone honge y con el<br />
Coliseo". El francés Wiener, también arqueólogo y artista confirmará diciendo: "Es una<br />
ciudad ciclópea y tiene en sus ruinas el conjunto que caracteriza a una ciudad eterna;<br />
fue la Roma de la América del Sur". Mackellar dice que fue la ciudad única por su forma<br />
y color; Middendorff: "esta atmósfera donde parece que mariposean aún los átomos del<br />
pasado". Hiram Bingham, el explorador de Machu Picchu, recuerda, a propósito del<br />
Cuzco, el Egipto y dice que "es el espectáculo más maravilloso y grandioso que ha visto<br />
en América del trabajo manual del hombre". James Bryce, el famoso viajero y político<br />
inglés compara el Cuzco a la imperial Delhi, a las grandes ciudades imperiales del<br />
mundo, Aquisgrán, Bagdad, Upsala, Alejandría, Colonia. Es, dice, uno de los<br />
monumentos más impresionantes de la época prehistórica con que cuenta el mundo y<br />
muy pocos son los sitios en los que cada piedra esté más saturada de historia. El viajero<br />
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