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la piedra o almohadillo, que parece de tablas encepilladas. La sencillez, la simetría y la<br />
solidez, que dijera Humboldt.<br />
El Cuzco de los Hanan, con su aire monumental y su ostentación de poder y de lujo<br />
expresada en su fortaleza de Sacsayhuaman, reedificada y aumentada con sus<br />
soberbios torreones, y el Corican-cha enriquecido con el oro y los tributos del Imperio,<br />
construido dura y despóticamente para la glorificación personal de los Incas autócratas,<br />
tiene, como ha dicho Sharp de las ciudades imperiales, un orgullo seguro y poderoso<br />
que expresa la conciencia del triunfo. El Cuzco de los Hanan, aunque subsistan las<br />
creencias mágicas y los ritos simbólicos, es predominantemente guerrero y dominador.<br />
Los Incas son aclamados por la multitud bélica en la plaza del Cuzco –en el centro de la<br />
cual se yergue la piedra de la guerra– en la que se representan sus hazañas y se cantan<br />
los hayllis triunfales que piden al Sol la salud y la fuerza, entre el estruendo de los<br />
huancares y de los pututos y los alaridos de la multitud. El Inca avanza en sus andas de<br />
oro y plumerías hacia el templo del sol, para pedirle ayuda de éste o sacar de su recinto<br />
las huacas o dioses que le ayuden en la batalla o, al regreso de las campañas, para<br />
depositar en el santuario los ídolos o huacas vencidos y pisar los cadáveres y las armas<br />
de sus enemigos. En la confusa alegría del taqui, avivada por la bebida de la chicha y la<br />
euforia del éxito, el Aucaypata refulge al Sol con el brillo de las patenas y pectorales de<br />
los guerreros, los brillantes colores de los vencidos de los orejones, ornados de tocapus<br />
ajedrezados y simétricos con el reflejo multicolor de los plumajes de pájaros selváticos<br />
que alfombran el suelo de la plaza o con el esplendor rutilante del Inca enjoyado, sobre<br />
el que flota la irisada plumería del suntur paucar.<br />
Los síntomas de decadencia se anuncian al lado del esplendor guerrero, si el cesarismo<br />
es, como quiere Toynbee, "un subproducto social peculiar de las épocas de<br />
descomposición". El Cuzco de los últimos Hanan ofrece ya los caracteres de una<br />
relajación. Invaden el Cuzco, según apunta Riva Agüero, mercaderes que negocian en<br />
oro, plata, pedrería, telas finas y plumerías de lujo. Al lado del Aucaypata guerrero surge<br />
el Cusipata, que se convierte en mercado y en que se cambiaba las cosas por medio del<br />
trueque y donde "cada oficio y cada mercadería tenía su lugar señalado". La ciudad y la<br />
propia fortaleza están llenas de almacenes de víveres, armas y vestidos. Túpac<br />
Yupanqui manda incrustar esmeraldas, perlas y turquesas en los muros del Coricancha,<br />
para el que construye un jardín artificial, con plantas, llamas y pastores de oro. Huayna<br />
Cápac rompe la severidad de los muros de su palacio, decorándolo con conchas<br />
marinas rojas y con mármoles polícromos. Para el nacimiento de Huáscar se manda<br />
forjar una cadena de oro que rija la simetría de las danzas. Hombres y mujeres de la<br />
casta incaica visten con el mayor lujo y ostentación ropas de cumbe finísimo como seda<br />
y el estilo de trajes y de joyas se esparce y es imitado por los habitantes de las ciudades<br />
incaicas, que visten a la moda de los orejones y de las pallas del Cuzco, con mantas de<br />
chumbi y tupus de plata y oro.<br />
La admiración y la reverencia por el Cuzco se vuelven leyes del Imperio. A su imagen y<br />
semejanza se trazan las ciudades de Tomebamba y del Huarcu y otras, repitiendo su<br />
traza y los nombres de sus barrios y cerros tutelares. El esplendor monumental y la<br />
riqueza del Cuzco deslumbran a las tribus indígenas de la América del Sur, que<br />
trasmiten la voz de que en el interior de los Andes hay una ciudad enchapada de oro y<br />
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