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los cinco Incas de la primera dinastía (Esta ubicación coloca los ayllus en una posición<br />

histórica en la que prevalecen los inmediatos parientes de Pachacútec y decrecen a<br />

medida de su antigüedad los ayllus de los Incas primitivos. O sea que el Hurin Cuzco<br />

sería, pese a las disposiciones imperiales, no el refugio de los bastardos o de sangre<br />

mezclada, sino precisamente de los más rancios linajes incaicos, incluso el del fundador<br />

Manco Cápac).<br />

Alrededor de este núcleo autóctono, surgen en la ciudad imperial de Pachacútec,<br />

formando un cerco a la villa señorial, los barrios correspondientes a los habitantes de las<br />

diversas regiones del Imperio. De la plaza principal del Aucaypata partían los cuatro<br />

caminos hacia el Chinchaysuyo o Norte, el Contisuyo u Oeste, el Collasuyo o Sur y el<br />

Antisuyo o Este selvático. Al margen de estos caminos se agrupaban, pasada el área<br />

señorial y guardando su correspondencia geográfica, los linajes forasteros del Cuzco.<br />

Fueron poblando –dice Garcilaso– conforme a los lugares de donde venían. Los del<br />

Oriente al Oriente y los del Poniente al Poniente y cada uno guardaba el sitio de su<br />

provincia. Revisando sus diversos barrios "se veía y comprendía todo el Imperio junto,<br />

como en un espejo o en una pintura de cosmografía".<br />

El Cuzco vino a ser, así, la síntesis exacta del Tahuantinsuyo. En su ámbito se cruzaban<br />

las cuatro grandes vías de piedra que venían de los ángulos más lejanos del Incario. En<br />

la plaza principal el suelo estaba cubierto con arenas traídas de la costa y en sus<br />

andenes se había volcado cargas de tierra vegetal de la selva cercana. Los caciques de<br />

los pueblos sojuzgados debían residir cuatro meses del año en el Cuzco, donde tenían<br />

sus palacios particulares, y sus hijos debían educarse en la ciudad imperial. Lo más de<br />

la ciudad, dice Cieza, fue poblado de mitimaes y estaba tan "lleno de naciones<br />

extranjeras y tan peregrinas, pues había indios de Chile, Pasto, Cañares, Chachapoyas,<br />

Guancas, Collas y de los más linajes que hay en las provincias".<br />

Una multitud extraña y heterogénea, de rostros y expresiones diversas, ambulaba por<br />

sus barrios y llevaba al rumor de la ciudad cosmopolita no sólo sus tributos y sus frutos,<br />

sino sus teogonías y sus mitos, sus dolores, trabajos y alegrías. No obstante la<br />

desemejanza de los diversos tipos indios, poco perceptible al extranjero, que hiciera<br />

decir a Cieza que "son todos de una color y facciones y aspecto y sin barbas, con un<br />

vestido y un solo lenguaje", podía reconocerse a cada uno y decirse de qué provincia<br />

era, por el color del llautu que le ceñía la frente o por el corte de pelo. Entre los diversos<br />

indios que trepaban, en la hora de la reconstrucción, a la mole de Sacsayhuaman,<br />

llevando tierra o piedras en sus mantos de cabuya liados a la espalda, o entre los<br />

cargueros ágiles que circulaban por los callejones y andenes del Cuzco portando maíz,<br />

pescado o carne seca, podía reconocerse inmediatamente a los fuertes y hermosos<br />

Cañares por sus coronas de pelo entretejidas con sus largos cabellos; a los indios de<br />

Huancabamba, por sus trenzados menudos; a los bravos Conchucos, por sus madejas<br />

de lana roja; a los de Jauja, por sus llautos negros de cuatro dedos; a los de Piura y el<br />

Chimú, por sus diademas de oro y chaquira; a los de Canchis, por sus trenzas negras<br />

envueltas en la cabeza; a los Canas, con sus altos y redondos bonetes; a los Collas, con<br />

sus chucus ceñidos a las cabezas alargadas y chatas y a los Yungas del Chinchaysuyo,<br />

señores de la elegancia indígena y maestros de vestir de los Incas, por sus mantos<br />

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