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<strong>LA</strong> SEGUNDA FUNDACIÓN DEL CUZCO<br />

El destino de la segunda dinastía incaica –que se ha convenido en hacer nacer en el<br />

reinado de Inca Roca, cuando acaso arranque únicamente de Yahuar Huácac o<br />

Viracocha, entre los que cabe un cambio genealógico– es, a todas luces, guerrero,<br />

expansivo y civilizador. Del triunfo sobre los Chancas, que llegaron hasta las alturas de<br />

Carmenca amenazando destruir o sojuzgar a la naciente urbe de los Hurin Cuzcos, data<br />

el nacimiento del Imperio y, por consecuencia, el esplendor urbano del Cuzco. El<br />

segundo fundador o marcayoc imperial del Cuzco es Pachacútec Inca Yupanqui, el<br />

vencedor de los Chancas.<br />

En la confusa y contradictoria historia de las panacas cuzqueñas se señala, con más o<br />

menos intensidad, a Pachacútec como el gran urbanista del Imperio, que dio las<br />

primeras normas suntuarias, transformó el Cuzco de la aldea de casas pajizas y "sin<br />

proporción ni arte de pueblo que calles tuviese" en la ciudad de las grandes canchas o<br />

palacios y del esplendor y señorío de su fortaleza y templo del Sol. Pero son los<br />

cantares recogidos por Betanzos y Sarmiento los que exaltan y describen, con primor, la<br />

epopeya civil de la reconstrucción del Cuzco realizada por Pachacútec.<br />

La transformación y embellecimiento del Cuzco emprendidos por Pachacútec no pueden<br />

entenderse sino como una segunda fundación. El Inca urbanista derribó todo lo viejo,<br />

hizo salir a los habitantes a las provincias vecinas, trazó un nuevo plano del Cuzco y lo<br />

construyó de nuevo desde sus cimientos, convirtiendo una ciudad de barro y de paja en<br />

una ciudad monumental de piedra, rígida, soberbia y geométrica.<br />

Ritos mágicos y propiciadores rodean la segunda como la primera fundación y la<br />

leyenda convoca, para el surgimiento de la urbe de Pachacútec, los mismos signos<br />

votivos que presidieron e hicieron venturoso el destino de la urbe fundada por los Ayar,<br />

bajo la ubérrima protección del Sol. El número cuatro –o el tres más uno, con su carga<br />

jerárquica, o el doble de cuatro, ocho– vuelve a regir la simétrica astrología quechua en<br />

su radicación sobre la tierra abrupta, como un conjuro de orden contra el reto de las<br />

fuerzas ocultas y disgregadoras de la naturaleza. El mito de la fundación por Manco<br />

cuenta que de la ventana de Tamputocco salieron cuatro hombres –Ayar Manco, Ayar<br />

Cachi, Ayar Uchu y Ayar Auca– y cuatro mujeres –Mama Ocllo, Mama Guaco, Mama<br />

Ipacura y Mama Raua–, los que emprendieron la marcha hacia el Norte para fundar el<br />

Cuzco. Manco es a la vez, por un sino esotérico, una parte de la pirámide fraterna y<br />

cuadrangular y el vértice de ella. Sólo Manco llega, entre los Ayar, a fundar el Cuzco<br />

mientras sus hermanos perecen en la lucha y una sola de las mujeres –Mama Ocllo–<br />

tiene descendencia en este proceso rítmico y numérico de cooperación armoniosa,<br />

sacrificio colectivo y endiosamiento individual que son, al cabo, la imagen del pueblo<br />

quechua y de su Inca, vértice impar de un edificio implacablemente binario.<br />

El mismo número cuatro –o tres más uno– o de cuatro parejas –o sea ocho–, decide los<br />

grandes acaeceres de la época de Pachacútec: la derrota de los Chancas y la<br />

reconstrucción y población del Cuzco. El cantar del Inca Yupanqui, recogido por<br />

Betanzos, relata que fueron "tres mancebos hijos de señores nobles" –Vicaquirao, Apo<br />

Mayta y Quilliscachi Urco Huaranga– los que secundan al joven héroe Inca Yupanqui<br />

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