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como procedentes que eran de la región del Titicaca, todo el legado arquitectónico de la<br />

épocas megalíticas de Tiahuanaco, lo que explicaría la similitud que algunos<br />

arqueólogos encuentran entre la parte baja de Sacsayhuaman y las construcciones del<br />

lago.<br />

EL MARCAYOC<br />

Todos los pueblos primitivos del Perú guardaron celosamente la memoria del marcayoc<br />

o fundador, al que rendían culto sacro y votivo. En las relaciones de idolatrías del<br />

Arzobispo Villagómez, se dice que todos los pueblos indios tienen ídolos de piedra "que<br />

eran los fundadores o patronos de pueblos a quien llaman marcayoc o marcachacra, que<br />

ellos suponen que era el primero que pobló aquella tierra"1 .<br />

En el caso del Cuzco, la ciudad solar y vértice del Imperio, no era posible que se<br />

perdiese el recuerdo del marcayoc progenitor y fundador. Las tradiciones históricas y los<br />

mitos más remotos señalan a Manco Cápac como el fundador del Cuzco y de la<br />

primacía incaica. Algunos historiadores suspicaces le han negado existencia real y le<br />

han considerado como personaje mítico y legendario. Riva Agüero refutó,<br />

contundentemente, a González de la Rosa, que representa la tesis escéptica y nihilista.<br />

No importa que la momia de Manco, como la de Yahuar Huaca, no apareciese en la<br />

pesquisa hecha por Polo de Ondegardo de los mallquis incaicos. Estaba, en cambio, su<br />

bulto o guauqui, como los de los otros Incas, que era reverenciado como imagen rediviva<br />

de su figura humana o de su totem protector y estaba, sobre todo, la descendencia<br />

misma de dicho Inca, la Chima panaca, conservada y respetada como el ayllu<br />

primogénito o la más rancia de las viejas estirpes imperiales cuzqueñas. Fue Manco<br />

Cápac, sin duda, personaje real e histórico, de magnífica pujanza vital, paradigma<br />

heroico de su raza y héroe civilizador, al que el respeto y la gratitud de su casta revistió<br />

luego, por la obra alucinadora de la tradición oral, de relieves legendarios y míticos, que<br />

siempre cortejan en la historia al personaje arquetípico. Manco aparece, así, en todas<br />

las tradiciones y cantares cuzqueños con los arreos simbólicos de los héroes epónimos.<br />

Cieza le hace surgir en el horizonte de la marca primitiva, teniendo al fondo el cerro de<br />

Guanacaure, levantando los ojos al cielo y siguiendo el vuelo de las aves y las señales<br />

de las estrellas, para hundir en la tierra la barreta civilizadora. Molina refiere que el dios<br />

Sol lo llamó y le dio por insignia y armas el suntur paucar o airón de plumas y el champi,<br />

los supremos y divinizadores atributos de los Incas. En los cantares quechuas, que<br />

recogió Sarmiento de Gamboa, Manco lleva, en una petaca de paja, el pájaro o halcón<br />

totémico llamado indi o inti, reverenciado como símbolo del Sol, y el yauri o estaca de<br />

oro que hiende las tierras fértiles. En su cortejo marchan su mujer Mama Ocllo y las tres<br />

parejas que completan el número mítico de cuatro, llevando los topacusis o vasos de oro<br />

y el napa o llama sagrada. Manco instituye las danzas y las fiestas rituales el huarachico<br />

y el capacraymi, la ceremonia de horadar las orejas a los donceles nobles y el rito para<br />

llorar a los muertos, "imitando el crocitar de las palomas". El indio Santa Cruz Pachacuti<br />

recoge la misma figura legendaria del Inca que avanza entre prodigios –derribando<br />

cerros, volando con alas de piedra o petrificando enemigos– desde el Collao hacia el<br />

mediodía, portando el topayauri o cetro que le diera el dios Tonapa. Manco y sus tres<br />

compañeros se detienen en el Cuzco cuando surge ante ellos el signo promisor del arco<br />

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