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entrada del Virrey con lingotes de plata. Para la entrada del duque de la Palata los<br />

comerciantes de Lima alfombraron de barras de plata de 200 marcos, de 15 pulgadas de<br />

largo, cinco de ancho y 2 a 3 de espesor, las calles de La Merced y Mercaderes,<br />

echando por los suelos una suma que representaban 320 millones de libras. Lima, era,<br />

entonces, el núcleo del comercio sudamericano y el depósito de todos los tesoros del<br />

Perú.<br />

La decadencia económica del Virreinato a fines del siglo XVIII se produce por la<br />

segregación de Nueva Granada y Buenos Aires y la apertura del comercio por el Río de<br />

la Plata. Las minas decaen por las sublevaciones de los indios y la inseguridad<br />

económica y social. El vendaval revolucionario arrasa con la riqueza privada y la de los<br />

templos, cuyos joyeles desaparecen o son fundidos para necesidades de la guerra.<br />

Instaurada la República, se pospone la industria minera por falta de capitales.<br />

Abandonados minas y lavaderos de oro, la producción llegó al mínimo, según Gerbi,<br />

entre 1885 y 1895. El oro se explotaba en las primeras décadas del siglo XX como un<br />

subproducto del cobre. Se extraía de los lingotes de cobre que se exportaban de Cerro<br />

de Pasco. Hacia 1920 se exportaba un promedio de 840 kilos por año. En 1938 y 1939,<br />

reiniciada la extracción directa del oro, éste alcanzó a casi 8’000 kilos y a cuarenta y<br />

cincuenta millones de soles. Elevado el precio del oro, revivieron los lavaderos de oro de<br />

Carabaya y adquirieron repentino auge las minas de Parcoy y de Buldibuyo, acaparadas<br />

por la Northern Peru, las de Nazca, de prestigio precolombino, la de Cotabambas,<br />

ruidosamente frustrada, y la de Santo Domingo, de la Inca Mining Company.<br />

EL FATUM DEL ORO<br />

Otras riquezas sustituyen al oro en el siglo XIX, caudillesco y republicano. Como en el<br />

Incario o en la Colonia, el Perú volvió a disfrutar de una riqueza fácil, corruptora de su<br />

disciplina social y política y extinguible a corto plazo. Como los conquistadores<br />

derrocharon el oro indio del botín y lo despilfarraron en el juego, en la rivalidad enconada<br />

y sangrienta, en la inercia destructora o en el boato imprevisor y ostentivo, los caudillos<br />

republicanos jugaron también el destino de la República en el tapete verde de las salas<br />

de Rocambor, en la estulticia y falta de plan gubernativo, en la guerra civil implacable y<br />

anarquizadora, en los derroches presu-puestales y suntuarios de la Consolidación y en<br />

la megalomanía de los empréstitos y de las obras públicas, mientras en el horizonte se<br />

acentuaba una amenaza internacional. Llegamos incluso, en el país proverbial del oro y<br />

la plata, al absurdo paradojal del papel moneda. El guano, decía don Luciano Benjamín<br />

Cisneros, ha sido acaso la maldición del Perú. "Sin esa riqueza fácil habríamos sido<br />

sobrios, laboriosos y fecundos, en vez de pródigos e imprevisores". Del guano<br />

provinieron, como del oro incaico o la plata virreinal, la fiebre del dinero y la hidropesía<br />

de la opulencia burguesa.<br />

Pero, no obstante estas vicisitudes y contrastes, el oro no dejó tan sólo desconcierto y<br />

corrupción. El oro tiene, entre sus virtudes míticas, la de buscar la perfección y<br />

desarrollar un sentimiento de confianza y orgullo en el que se esconde un propósito<br />

egregio de prevalecer contra el tiempo y las fuerzas de destrucción.<br />

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