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150 ó 200 mil pesos, dice el padre Acosta. El padre Cobo escribía hacia 1650: "Hoy se<br />
saca cuatro veces más plata que en la grande estampida de la conquista". Las minas del<br />
Perú y Nuevo Reino dieron, en el mismo lapso, 250’000 000 pesos. La mina de Porco<br />
daba un millón cada año, la de Choclococha y Castrovirreyna 900 mil pesos ensayados,<br />
la de Cailloma 650 mil y la de Vilcabamba 600 mil. El oro prevaleció, en los primeros<br />
años, hasta 1532, en que se descubrieron las primeras minas de plata en Nueva España<br />
y, en 1545, las de Potosí. León Pinelo calcula que las minas de oro del Perú, Nueva<br />
Granada y Nueva España daban al Rey un millón de pesos anuales. Desde la conquista<br />
hasta 1650 el oro indiano dio 154 millones de castellanos, o sea 308 millones de pesos<br />
de ocho reales, o sea quince mil cuatrocientos quintales de oro de pura ley. Según el<br />
economista Hamilton, el tesoro dramáticamente obtenido por los conquistadores fue<br />
"una bagatela" en comparación con los productos de las minas posteriores. Hasta el<br />
cuarto decenio del siglo XVII, el tesoro de las Indias se vertió en la metrópoli con caudal<br />
abundancia. La corriente de oro y plata disminuyó considerablemente, pero no cesó por<br />
completo.<br />
P<strong>LA</strong>TEROS COLONIALES<br />
El Incario fue, según Gerbi, la época del auge del oro, la Colonia la de la plata y la<br />
República la del guano. No cabe, en este estudio sobre el oro precolombino, seguir la<br />
trayectoria del oro en estas últimas épocas. En la época colonial el oro sigue siendo, sin<br />
embargo, como en el Incario, símbolo de majestad y de señorío. Se prodiga<br />
principalmente en los retablos barrocos, verdaderas ascuas de oro retorcido y flamígero<br />
–"galimatías dorados"–, en los cálices y en las custodias cuajadas de pedrería, en las<br />
coronas y en las joyas de oro de las vírgenes, en tanto que la plata abunda en los<br />
frontales, sagrarios y tabernáculos de los altares, los blandones y candeleros, andas y<br />
urnas de plata, pebeteros e incensarios, hisopos, azafates, palanganas y bandejas,<br />
hacheros y lámparas de los templos.<br />
En los vestidos masculinos predomina el oro en los galones, bordados, trencillas y<br />
pasamanerías; abundan las joyas de oro y pedrería, las cadenas y las abotonaduras de<br />
oro, las sillas de filigrana de oro y los estribos y jaeces de oro y plata. Los negros y los<br />
zambos usan capas bordadas, sillas de montar de plata, reloj y sortijas de oro, vestidos<br />
de tisú, lana y terciopelo.<br />
La indumentaria femenina también incide en el amor ceremonial del oro; las mujeres de<br />
Lima, según Frezier, gustan de los encajes de oro, las cintas y los tisús de oro, los<br />
brocados y briscados y los adornos extraordinarios de alhajas, pulseras, collares,<br />
pendientes o sortijas de oro, perlas y pedrerías. Frezier dice haber visto bellísimas<br />
damas que llevaban sobre el cuerpo como 60’000 piastras, o sea 240’000 libras.<br />
Concolorcorvo apunta la riqueza de las camas, con colgaduras de damasco carmesí y<br />
galones y flecaduras de oro; y Terralla habla de cortinas imperiales, con catres de dos<br />
mil pesos. La vajilla de las casas es, en cambio, casi íntegramente de plata labrada, que<br />
trabaja con originalidad y maestría el gremio de plateros, tradicional en Lima y en el<br />
Cuzco, en las calles que llevan sus nombres. Y como es el apogeo de la plata potosina,<br />
las calles de la ciudad virreinal se pavimentan para el paso de la procesiones o para la<br />
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