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Pachacamac, del tesoro de Huayna Cápac enterrado en el templo del Sol, de los de<br />

Curamba y de Vilcas, de los tesoros de doña María de Esquivel y de la cacica Catalina<br />

Huanca en el cerro del Agustino, veinte veces perforado inútilmente por los huaqueros.<br />

El poder moral de los frailes reacciona contra la profanación de tumbas y aparece la<br />

admonición de fray Bartolomé de las Casas, que defiende los cuerpos y las almas de los<br />

indios en De Thesauris qui reperientur in sepulchrum Indorum, y el implacable papel<br />

Duda sobre los tesoros de Caxamalca que incita a los encomenderos y dueños de<br />

tesoros, minas y heredades, a recibir la ceniza sobre la frente y devolver lo arrebatado a<br />

los indios so pretexto de idólatras y enemigos de Dios. Está próximo el arrepentimiento y<br />

la baladronada póstuma del testamento de Mancio Serra de Leguísamo y las mandas<br />

contritas de Francisco de Fuentes en Trujillo, azuzado por su confesor, para devolver<br />

todo el oro manchado con la sangre de Atahualpa. Va llegando la hora prevista por<br />

Gómara para los que mataron al Inca, en que, castigados por el tiempo y sus pecados,<br />

acaben mal.<br />

Ninguno de los tesoros famosos clamoreados en el siglo XVI apareció ante sus<br />

pesquisadores. No hallaron el tesoro de Huayna Cápac el tesorero de Arequipa, ni sus<br />

socios fray Agustín Martínez y Juan Serra de Leguísamo, autorizados por cédulas reales<br />

de 1607, 1608 y 1618, para excavar en el templo del Sol en pos de sus ilusos derroteros.<br />

Tampoco pudo nadie llegar a la cumbre nevada del Pachatusan, donde 300 cargas de<br />

indios Antis, portadores de oro en polvo y en pepitas, fueron enterrados por orden de<br />

Túpac Yupanqui. Ni la plata y el oro sepultados por los indios de Chachapoyas o los de<br />

Lampa, que escondieron los caudales que conducían 10 mil llamas y que buscaba aún<br />

en la hacienda Urcunimuri, en 1764, un soñador autorizado por el Virrey. Hay una<br />

estampa de la época que podría iluminarse con la luz dudosa de un candil, en la que un<br />

individuo vendado es conducido a una cueva en que el oro está tirado por los suelos en<br />

tinajas, cántaros y alhajas de todo género, que un cacique generoso pone a su<br />

disposición.<br />

<strong>LA</strong>S MINAS COLONIALES<br />

Pasado el deslumbramiento de los botines del oro de Cajamarca y del Cuzco y de los<br />

entierros famosos, los economistas modernos tratan de enfriar aquella emoción única.<br />

Garcilaso y León Pinelo habían ya reaccionado, enunciando la tesis de que las minas del<br />

Perú y el trabajo sistematizado de ellas habían dado a España más riquezas que las de<br />

la conquista. El Inca Garcilaso asegura que todos los años se sacan, para enviarlos a<br />

España, "doce o trece millones de plata y oro y cada millón monta diez veces cien mil<br />

ducados".<br />

En 1595, dice el mismo Inca, entraron por la barra de San Lúcar treinta y cinco millones<br />

de plata y oro del Perú. Y León Pinelo, con los libros del Consejo de Indias en la mano,<br />

dice que en el Perú se labraban, a principios del siglo XVII, cien minerales de oro y que<br />

en ellos se habían descubierto dos minas de cincuenta varas, de otros metales. Es el<br />

momento del apogeo de la plata. Las minas de Potosí dieron de 1545 a 1647, según<br />

León Pinelo, 1’674 millones de pesos ensayados de ocho reales. Cada sábado daban<br />

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