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sobre el de Cajamarca, aunque bien sabemos que en esta villa mucho no fue quintado ni<br />

fundido y hubo múltiples evasiones. Únicamente el escaño de Pizarro –que pesó 83 kilos<br />

de oro de 15 quilates y no fue contado– restablece la balanza a favor del botín<br />

cajamarquino. Por de pronto, el oro habido en Cajamarca fue más del doble del que se<br />

hubo en el Cuzco. Es la plata la que predomina en este último reparto. La cuota<br />

asignada en el Cuzco a cada soldado tuvo que ser menor, ya que era mayor el número<br />

de participantes. Se hicieron 480 partes, sobre las 168 de Cajamarca, y a cada soldado<br />

le tocó, según unos, 4’000 pesos y 700 marcos de plata. De las pocas cifras dadas por<br />

Loredo, se percibe que un soldado común, como Juan Pérez de Tudela, recibió 1’023<br />

marcos de plata de diversa ley. Los de a caballo parecen haber recibido 1’126 pesos de<br />

buen oro y 2’553 pesos de oro de 22 1/2 quilates. En el quinto del Rey, se mencionan<br />

algunos objetos que no fueron fundidos, como "una mujer de 18 quilates que pesó 128<br />

marcos de oro" o sea 29 kilos 440 gramos, lo que, según Loredo, corresponde a la suma<br />

actual de 736’000 soles oro; también figura, como en Cajamarca, "una oveja de oro de<br />

18 quilates que pesó 5 750 pesos o sea 26 kilos 450 gramos, lo que equivaldría, según<br />

el mismo cálculo, a 661’000 soles. En el quinto hubo 11 mujeres de oro y 4 ovejas o<br />

llamas del mismo metal". Pizarro recibió lo que le correspondía "en piezas labradas de<br />

indios y en ciertas mujeres de oro". La pieza más extraordinaria del botín del Cuzco fue,<br />

según el documento glosado por Loredo, una "plancha de oro blanco que no ovo con<br />

que pesalla", y que se presume fuera la imagen de la luna arrancada al Templo del Sol.<br />

EL ORO NECRÓFILO<br />

El oro recogido por los españoles en Cajamarca y el Cuzco, no obstante su<br />

caudalosidad, no fue sino una mínima parte de la riqueza incaica. "No fue sino muy<br />

pequeña parte de lo que de estos tesoros vino en poder de los españoles", afirma el<br />

padre Cobo. "La mayor parte de sus riquezas –dice Garcilaso– la hundieron los indios,<br />

ocultándola y enterrándola de manera que nunca más ha parecido". Y Cieza refería que<br />

Paullo Inca le dijo en el Cuzco que, "si todo el tesoro de huacas, templos y<br />

enterramientos se juntase, lo sacado por los españoles haría tan poca mella, como se<br />

haría sacando de una gran vasija de agua una gota della", o de una medida de maíz un<br />

puñado de granos. Los españoles se llevaron el oro de los templos y palacios que los<br />

indios no alcanzaron a esconder, pero no vislumbraron la enorme riqueza sepultada en<br />

las tumbas. El hombre del Incario se preocupó tanto o más de la morada eterna que de<br />

la provisoria de la vida. En el Perú antiguo hubo más necrópolis que ciudades y estas<br />

ciudades estaban plenas de tesoros maravillosos. Los señores y caudillos se enterraban<br />

con todo su atuendo de mantas lujosas, vajilla de oro y plata, joyería de perlas,<br />

turquesas y esmeraldas, ollas y cántaros de barro y de oro. Se creía que quien no<br />

llevaba mucho a la otra vida, lo pasaría muy pobre y desabridamente. Había que pagar,<br />

como en el mundo clásico europeo, el pasaje a Carón, el barquero de las tinieblas.<br />

Desde el día siguiente de la conquista surgen las leyendas de tesoros ocultos que<br />

alucinan a tesauristas empeñosos y a aventureros de la imaginación. Tras del resonante<br />

desentierro del tesoro del cacique de Chimú y de la huaca de Toledo, crece la fiebre<br />

funeraria de los conquistadores vacantes. Se habla de los tesoros enterrados en<br />

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