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llenó de asombro a su siglo y a la historia: llenar la sala de su prisión, de 22 pies de largo<br />

por 17 de ancho, de cántaros, ollas, tejuelos y otras piezas de oro y dos veces la misma<br />

extensión de plata, hasta la altura de "estado y medio". Del Cuzco, de donde debía,<br />

traerse el oro a Cajamarca había, por lo menos, cuarenta días de ida y vuelta, con los<br />

que el Inca había ganado una prórroga efectiva de su vida, plazo dentro del que sus<br />

generales de Quito y del Cuzco podrían reaccionar y aplastar a aquella cohorte<br />

andrajosa de jinetes que, para custodiar al Inca y el precario botín del día de su captura,<br />

tenían que velar todas las noches, con armaduras y sobre el caballo, en atisbo de la<br />

emboscada india.<br />

El resplandor del oro alumbra, al par que los hachones nocturnos, a los actores de<br />

ambos bandos de aquella dramática pugna y zozobra. Por los caminos incaicos<br />

empiezan a llegar las acémilas humanas cargadas de oro y plata. Cada día llegan<br />

cargas de treinta, cuarenta y cincuenta mil pesos de oro y algunos de sesenta mil. Los<br />

tres comisionados de Pizarro que llegan al Cuzco, ordenan deschapar las paredes del<br />

Templo del Sol y los palacios incaicos de sus láminas de oro. Y parten para Cajamarca<br />

la primera vez 600 planchas de oro de 3 a 4 palmos de largo, en doscientas cargas que<br />

pesaron ciento treinta quintales y, luego, llegaron sesenta cargas de oro más bajo, que<br />

no se recibió por ser de 7 u 8 quilates el peso. Más tarde llegó todo el oro recogido por<br />

Hernando en la "mezquita" de Pachacamac.<br />

EL RESCATE DE ORO DE ATAHUALPA<br />

La mayor parte del oro fue fundido por los indios, "grandes plateros y fundidores que<br />

fundían con nueve forjas". El incentivo trágico del oro dividía ya, no sólo a indios y<br />

españoles, sino a éstos mismos, porque los soldados de Almagro, llegados después de<br />

la captura del Inca, no tenían derecho al enorme y resplandeciente botín que ingresaba<br />

todos los días a Cajamarca y que ellos ayudaban a custodiar. Hubo que apresurar el<br />

reparto, sin que la estancia aladinesca estuviera totalmente llena, porque Almagro y sus<br />

soldados y otros cuervos adiestrados y ansiosos de partir, exigían se terminase de una<br />

vez la comedia del rescate para que el oro fuera de todos. Para interrumpir la trágica<br />

espera no había solución más llana y segura, según los almagristas, que la muerte del<br />

Inca. Para impedir la contienda y la explosión de la codicia de los doscientos<br />

advenedizos de Almagro hubo, a la vez, que eliminar al Inca y cerrar la cuenta del botín<br />

de su prisión. Muerto el Inca, el oro era ya no únicamente de sus captores, sino de<br />

todos. El oro había sido el can Cerbero de su vida y a la postre fue su talón de Aquiles.<br />

Llegaron juntos la condenación del Inca y el reparto del oro del Coricancha, cuyo dueño<br />

legítimo –el Inca Huáscar– acababa de perecer por una orden de Atahualpa, en otro<br />

rincón hasta entonces incógnito del Imperio.<br />

EL REPARTO DEL BOTÍN<br />

En el fabuloso botín del Inca en Cajamarca llaman la atención la extraordinaria suma de<br />

oro recogida y la calidad artística del oro pulido y exornado. La cantidad recogida fue,<br />

según el acta oficial del reparto, 1´326,539 pesos de buen oro, cada peso de<br />

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