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cielo y tierra" y la manda poner en el templo del Sol y en el jardín inmediato a éste, a la<br />
vez que hace calzar de oro las raíces de los árboles y colgar frutos de oro de sus ramas.<br />
El oro se convierte para los Incas en símbolo religioso, señal de poderío y blasón de<br />
nobleza. El oro, escaso en la primera dinastía, obtenido penosamente de los lavaderos<br />
lejanos de Carabaya, brilla con poder sobrenatural en los arreos del Inca –en el<br />
tupayauri, los llanquis u ojotas de oro, la chipana o escudo y la parapura o pectoral<br />
áureo– y se reserva para las vasijas del templo y la lámina de oro que sirve de imagen<br />
del sol colocada hacia el Oriente, que debe recibir diariamente los primeros rayos del<br />
astro divino y protector. La mayor distinción y favor de la realeza incaica a los curacas<br />
aliados y sometidos, será iniciarles en el rito del oro, calzándoles las ojotas de oro y<br />
dándoles el título de apu. Y los sacerdotes oraban en los templos para que las semillas<br />
germinasen en la tierra, para que los cerros sagrados echasen oro en las canteras y los<br />
Incas triunfasen de sus enemigos.<br />
Los triunfos guerreros de los Incas encarecen el valor mítico del oro y su prestancia<br />
ornamental. El Inca vencedor exige de los pueblos vencidos el tributo primordial de los<br />
metales y el oro que ha de enriquecer los palacios del Cuzco y el templo de Coricancha.<br />
Todo el oro del Collao, de los Aymaraes y de Arequipa, y por último del Chimú, de Quito<br />
y de Chile, afluye al Cuzco imperial. Los ejércitos de Pachacútec vuelven cargados de<br />
oro, plata, umiña o esmeraldas, mulli o conchas de mar, chaquira de los yungas, oro<br />
finísimo del Tucumán y los Guarmeaucas, tejuelos de oro de Chile y oro en polvo y<br />
pepitas de los antis. El mayor botín dorado fue, sin embargo, el que se obtuvo después<br />
del vencimiento del señor del Gran Chimú, en tiempo de Pachacútec. El general Cápac<br />
Yupanque, hermano del Inca y vencedor de los yungas de Chimú, reúne en el suelo de<br />
la plaza de Cajamarca –donde más tarde habría de ponerse el sol de los Incas, con otro<br />
trágico reparto– el botín arrebatado a la ciudad de Chanchán y a los régulos sometidos<br />
al Gran Chimú y a su corte enjoyada y sensual, en el que contaban innumerables<br />
riquezas de oro y plata y sobre todo de "piedras preciosas y conchas coloradas que<br />
estos naturales entonces estimaban más que la plata y el oro".<br />
EL CORICANCHA: CERCO DE ORO<br />
De la época de Pachacútec y sus sucesores proviene el esplendor áureo del Cuzco que<br />
deslumbró a los españoles. El templo del Sol se reviste de una franja de oro de anchor<br />
de dos palmos y cuatro dedos de altor, que destella sobre la traquita azul de la piedra<br />
severa. El disco del Sol era, según el inédito Felipe de Pamanes, "de oro macizo, como<br />
una rueda de carro". La estatua del Sol, llamada Punchao, con figura humana y tamaño<br />
de un hombre, obrada toda de oro finísimo con exquisita riqueza de pedrería, su figura<br />
de rostro humano, rodeada de rayos, era también maciza. De oro se hacen los ídolos<br />
pares del Sol, Viracocha y Chuqui-Illa, el relámpago, y las dos llamas o auquénidos de<br />
oro –corinapa–, que con las dos de plata –colquinapa– recordaban la entrada de los<br />
Ayar al Cuzco. De chapería de oro profusa –llamada llaucapata, colcapata y paucar<br />
unco– estaban cubiertas las imágenes áureas de las divinidades femeninas Palpasillo e<br />
Incaollo y las momias de los Incas, desde Manco a Viracocha, puestas en hilera frente al<br />
disco del Sol. Pachacútec manda guarnecerlas también con el metal divino: cúbreselas<br />
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