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un niño meciéndose plácidamente en una hamaca, junto a un árbol, por el que sube,<br />
sigilosamente, una serpiente, mientras que al lado, arde una hoguera. Estos grupos, dice<br />
Squier, revelan pericia en el diseño, en el modelado y fundido y acaso el conocimiento<br />
del molde de cera. La araña de oro del cerro de Zapame, las chapas de oro, con figuras<br />
zoomorfas, las mariposas alígeras de Wiener y los tumis ceremoniales de Illimo,<br />
representan el ápice de la joyería estilizada y barroca del arte aurífero peruano.<br />
Todo el esplendor de la industria metalúrgica costeña fue anterior a los Incas. Es ya<br />
axioma arqueológico que los descubrimientos técnicos de los aurífices yungas –como la<br />
aleación del oro nativo y de la plata bruta y las aleaciones cuproargentíferas–, así como<br />
los primores de la orfebrería costeña, fueron asimilados tardíamente por los Incas, en el<br />
siglo XV, al conquistar el litoral. Arriesgados etnólogos y arqueólogos sostienen aún que<br />
el arte metalúrgico del Chimú se propagó a la región del Ecuador y alcanzó a Guatemala<br />
y a México, donde Lothrop ha hallado discos de oro del estilo Chimú medio y reciente en<br />
Zacualpa y una corona de oro emplumada con decoración Chimú y discos del último<br />
período de esta cultura.<br />
EL ORO: MITO INCAICO<br />
Los Incas no inventaron las técnicas del oro; pero el oro fulgura, desde el primer<br />
momento de su aparición, en el valle de Vilcanota en los mitos de Tamputocco y<br />
Pacarictampu, como atributo esencial de su realeza, de su procedencia solar por la<br />
identificación de sol y oro en la mítica universal y de su mandato divino. Una fábula<br />
costeña, adaptada en la dominación incaica, relataba que del cielo cayeron tres huevos,<br />
uno de oro, otro de plata y otro de cobre, y que de ellos salieron los curacas, las ñustas y<br />
la gente común. El oro es, pues, señal de preeminencia y de señorío, de alteza<br />
discernida por voluntad celeste. Los fundadores del Imperio, las cuatro parejas<br />
paradigmáticas presididas por Manco Cápac, usan todavía la honda de piedra para<br />
derribar cerros, pero traen ya, como pasaporte divino, sus arreos de oro para deslumbrar<br />
a la multitud agrícola en trance de renovación. Los cuatro hermanos Ayar portan<br />
alabardas de oro, sus mujeres llevan tupus resplandecientes y en las manos auquillas o<br />
vasos de oro para ofrecer la chicha nutricia de la grandeza del Imperio. La figura de<br />
Manco, el fundador del Cuzco y de la dinastía imperial incaica, fulge de oro mágico solar<br />
y sobrenatural. Una fábula cuzqueña refiere que la madre de Manco colocó en el pecho<br />
de éste unos petos dorados y en la frente una diadema y que con ellos le hizo aparecer<br />
en la cumbre de un cerro, donde la reverberación solar le convirtió ante la multitud en<br />
ascua refulgente y le consagró como hijo del sol. En los cantares incaicos el dios<br />
Tonapa, que pasa fugitivo y miserable por la tierra, deja en manos de Manco un palo que<br />
se transforma luego en el tupayauri o cetro de oro, insignia imperial de los Incas. Manco<br />
sale en la leyenda de Tamputocco de una ventana, la Capactocco, enmarcada de oro, y<br />
marcha llevando en la mano el tupayauri o la barreta de oro que ha de hundirse en la<br />
tierra fértil y que le ha de defender de los poderes de destrucción y del mal. Mientras sus<br />
hermanos son convertidos en piedra, él detiene el furor demoníaco de las huacas que le<br />
amenazan y fulmina con el tupayauri a los espíritus del mal que se atraviesan en su<br />
camino. En retorno, cuando Manco manda construir la casa del Sol –el Inticancha–,<br />
ordena hacer a los "plateros" una plancha de oro fino, que significa "que hay Hacedor del<br />
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