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como el de "gagner le Perou" que vale por una utopía o fortuna irrealizable, o el de "Ce<br />

n’est pas le Pérou" ante la mezquindad de un propósito defraudado. O será el epíteto de<br />

"perulero", aplicado por los pícaros de Sevilla y por el teatro del siglo de oro a los<br />

indianos enriquecidos a los que se iba a desplumar, o acuchillar la bolsa, al desembarcar<br />

en la ría; o el hiperbólico "Vale un Perú", que trasciende la euforia de un mediodía<br />

imperial en la historia del mundo y que ha recogido el poeta peruano J. S. Chocano en<br />

su estrofa altisonante:<br />

"¡Vale un Perú! Y el oro corrió como una onda<br />

¡Vale un Perú! Y las naves lleváronse el metal;<br />

pero quedó esta frase, magnífica y redonda,<br />

como una resonante medalla colonial."<br />

PAISAJE ASCÉTICO, ENTRAÑA DEL ORO<br />

América precolombina desconoció el hierro, pero tuvo el oro, en un mundo regido, según<br />

Doehring, por el terror y la belleza. En toda América hubo, en la época lítica y<br />

premetalúrgica, oro nativo o puro que no necesitaba fundirse ni beneficiarse con azogue,<br />

en polvo o en pepitas o granos que se recogían en los lavaderos de los ríos o en las<br />

acequias; pero se desconoció, por lo general, el arte de beneficiar las minas. "La mayor<br />

cantidad que se saca de oro en toda la América –dice el Padre Cobo– es de lavaderos".<br />

Decíase que el oro en polvo era de tierras calientes. Pero la veta estaba escondida en<br />

las tierras frías y desoladas, en las que el oro, mezclado con otros metales, necesitaba<br />

desprenderse de la piedra y "abrazarse" con el mercurio, como decían los mineros, con<br />

simbolismo nupcial. El oro y la plata encerrados en los sótanos de la tierra se<br />

guardaban, según los antiguos filósofos –según recuerda el Padre Acosta–, "en los<br />

lugares más ásperos, trabajosos, desabridos y estériles". "Todas las tierras frías y<br />

cordilleras altas del Perú, de cerros pelados y sin arboleda, de color rojo, pardo o<br />

blanquecino –dice el jesuita, Padre Cobo– están empedradas de plata y oro". Un<br />

naturalista alemán del siglo XVIII, gran buscador de minas, dirá que "las provincias de la<br />

sierra peruana son las más abundantes en minas y al mismo tiempo las más pobladas y<br />

estériles" (Helms). "Se puede considerar toda la extensión de la cordillera de los Andes,<br />

en mayor o menor grado, como un laboratorio inagotable de oro y plata". Y lo confirmará,<br />

con su estro vidente y popular, el poeta de la Emancipación al invocar en su Canto a<br />

Junín como dioses propicios y tutelares, dentro de la sacralidad proverbial del oro, "a los<br />

Andes..., las enormes, estupendas / moles sentadas sobre bases de oro, / la tierra con<br />

su peso equilibrando". Puede establecerse, así, una ecuación entre la desolación y<br />

aridez del suelo y la presencia sacra del oro. Y ninguna tierra más desamparada y de<br />

soledades sombrías, que esa vasta oleada terrestre erizada de volcanes y de picos<br />

nevados, que es la sierra del Perú y la puna inmediata –"el gran despoblado del Perú",<br />

según Squier– que parece estar, fría y sosegadamente, aislada y por encima del mundo,<br />

despreciativa y lejana, en comunión únicamente con las estrellas. De ellas brota la<br />

tristeza y el fatalismo de sus habitantes –la tristeza invencible del indio, según Wiener– y<br />

sus vidas "casi monásticas", grises y frías como la atmósfera de las altas mesetas y en<br />

las que la felicidad es hermana del hastío. Es casi el marco ascético de renunciamiento y<br />

de pureza que, en los mitos universales del oro, se exige por los astrólogos y los hiero-<br />

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