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único argonauta de la historia que le tuerce la cabeza al dragón invencible que custodia<br />
el Toisón de Oro y rompe en mil pedazos la redoma de la ciencia esotérica medioeval<br />
para obtener la Piedra Filosofal, ya innecesaria. El Perú sobrepasa, con sus tesoros, la<br />
fama de la Cólquida y de Ofir. Es el único Vellocino hallado y tangible de la conquista de<br />
América. El Inca Atahualpa, avanzando en su litera áurea por la plaza de Cajamarca,<br />
entre el rutilante cortejo de sus soldados armados de petos, diademas y hachas de oro,<br />
o llenando de planchas y vasijas de oro el cuarto del rescate, es el único auténtico Señor<br />
del Dorado.<br />
Se explica bien, entonces, las noticias escalofriantes de los cronistas, el asombro<br />
europeo de los humanistas, portulanos y gacetas y la hipérbole de los poetas e<br />
historiadores. Las noticias que llegan del Perú, escribe desde Panamá el Licenciado<br />
Espinosa al Rey, apenas apresado el Inca en Cajamarca, "son cosa de sueño". Gonzalo<br />
Fernández de Oviedo, que ha visto y palpado durante veinte años, desde Santo<br />
Domingo y Panamá, para ponerlas en su Sumario de la natural historia de las Indias,<br />
todas las riquezas naturales halladas en el Nuevo Mundo, se admira de "estas cosas del<br />
Perú" al tocar con sus manos un tejo de oro que pesaba cuatro mil pesos y un grano de<br />
oro, que se perdió en la mar, que pesaba tres mil seiscientos pesos, o al ver pasar hacia<br />
España tinajas de oro y piezas "nunca vistas ni oídas". Y comenta, venciendo su<br />
desconfianza y escepticismo naturales: "Ya todo lo de Cortés paresce noche con la<br />
claridad que vemos cuanto a la riqueza de la Mar del Sur". El tesoro de los Incas del<br />
Cuzco excede al de todos los botines de la historia: al saco de Génova, al de Milán, al de<br />
Roma, al de la prisión del rey Francisco o al despojo de Moctezuma –dirá maravillado el<br />
cronista de los Reyes Católicos–, porque "el rey Atahualpa tan riquísimo e aquellas<br />
gentes e provincias de quien se espera y han sacado otros millones muchos de oro,<br />
hacen que parezca poco todo lo que en le mundo se ha sabido o se ha llamado rico".<br />
Francisco López de Gómara diría: "Trajeron casi todo aquel oro de Atabalipa, e hinchiron<br />
la contratación de Sevilla de dinero, y todo el mundo de fama y deseo". Y el padre<br />
Acosta, con su severidad científica y su don racionalista, nos dirá en su Historia natural<br />
y moral de las Indias: "Y entre todas las partes de Indias, los Reinos del Perú son los<br />
que más abundan de metales, especialmente de plata, oro y azogue". León Pinelo, que<br />
situaría el Paraíso en el Perú, escribe: "La riqueza mayor del Universo en minerales de<br />
plata puso el criador en las provincias del Perú". Y Sir Walter Raleigh, avizorando el<br />
Dorado español desde su frustrada cabecera de puente sajón de la Guyana, en América<br />
del Sur, escribiría: "Ipso enim facto deprehendimus Regem Hispanum, propter divitias et<br />
Opes Regni Peru omnibus totis Europae Monarchis Principibusque longue superiorem<br />
esse." –"De ello sabemos que el rey de España es superior a todos los reyes y príncipes<br />
de Europa por causa de la abundancia y las riquezas del reino del Perú"–. Por las<br />
fronteras del Imperio Español de Carlos V, quien hubiera necesitado para sus guerras<br />
riquezas seis veces mayores aún, correría la voz de los tesoros del Perú, que servirían<br />
al César español para combatir más ardidamente a Francisco I, Lutero y el Turco y se<br />
urdiría el nuevo ensalmo de la fortuna, el nuevo mito del oro peruano, que cristaliza en la<br />
mente alucinada del europeo en frases que tientan imposibles o resumen desengaños.<br />
Será el súbdito francés de Francisco I, quien después de leer en un pequeño folleto<br />
titulado Nouvelles certaines des íles du Perou, publicado en Lyon en l534, la lista de<br />
los objetos y planchas de oro traídos del Perú, gruñirá su sorpresa o su ironía en dichos<br />
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