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triunfo del hombre sobre la tierra o sobre el enemigo. El aravi era una canción lírica en la<br />
que se modulaban el amor, la tristeza o la alegría, las emociones dulces del hogar o de<br />
la vida. El haylli era acompañado con el rudo sonido del huancar y de ‘cajas temerarias’<br />
y el agudo zumbar de los pututos. El aravi se tañía al son tierno del pincullo, de la antara<br />
y de la quena-quena". Y cada una de estas aseveraciones trae una cita de Garcilaso, de<br />
Molina, de Murúa, de Poma de Ayala o de Gutiérrez de Santa Clara. De tal manera<br />
Porras nos encamina por los vericuetos de la historia y las tradiciones y tanto que la<br />
lectura de lo escrito por él resulta fluida e incansable y al mismo tiempo ilustrativa y<br />
fecunda, lo que no es frecuente en muchos historiadores que adormecen los sentidos y<br />
se termina por no cosechar casi nada de lo que han querido decir o transmitir. En<br />
conclusión, en cuanto al término aravi, Porras sostiene que éste "era inseparable de la<br />
música; no podía cantarse sin la flauta", o que el indio enamorado "hablaba por la<br />
flauta", según Garcilaso. Otra anotación es la de que "el aravi no era una canción triste o<br />
melancólica. No todo en el amor es triste, como dijo el poeta. El aravi incaico fue triste o<br />
alegre, según los momentos anímicos que expresaba. La tristeza del yaraví es un tópico<br />
posterior a la conquista y especialmente grato al siglo XVIII".<br />
De manera pues que el aravi de la alegría, del amor, de fiestas, de sembríos y cosechas<br />
cambia con el tiempo y se torna triste, quejumbroso, trasformándose en el yaraví, como<br />
en el caso del drama Ollanta que "está ungido de melancolía indígena". El yaraví de<br />
Melgar, surgirá en pleno proceso de mestización espiritual, en el que la quena es<br />
reemplazada por la guitarra o vihuela. "El aravi incaico, insiste Porras, es de fiesta de<br />
expansión vital y apenas alguna vez en el deliquio de la fiesta sensual se oye la canción<br />
lastimosa de las ñustas de que habla Huamán Poma".<br />
Saltando páginas del brillante artículo de Porras se llega al momento en el que la revista<br />
Mercurio Peruano de 1791, se ocupa del Yaraví, lo que me parece imprescindible poner<br />
de relieve. Porras sostiene, en primer lugar, que Mariano Melgar no fue el creador del<br />
yaraví, según la opinión de muchos autores, no obstante haber sido él quien diera a esa<br />
forma poética "su plena forma romántica". "En 1791–dice– el Mercurio Peruano hablaba<br />
del yaraví como de una corriente poética copiosa, de la que había abundantes muestras,<br />
pues dice que se componían en diversos metros o endechas de cinco, seis y siete<br />
sílabas y también en redondillas, quintillas, cuartetas, décimas y glosas, es decir, en<br />
metros típicamente españoles". Y sigue Porras: "Un colaborador anónimo del Mercurio<br />
declara que tiene reunidos doce yaravíes diversos. En El Hijo pródigo, pieza dramática<br />
atribuida a Espinosa Medrano, considerada como la producción más antigua del teatro<br />
quechua, hay una endecha amorosa, que se canta detrás de la escena, a la que algunos<br />
han llamado yaraví, pero no recibe tal nombre en la misma pieza". Porras menciona<br />
también otras canciones con acento y composición que denuncian el carácter mestizo<br />
del yaraví, como la que figura en la escena 9a. del drama Ollanta, cuyos versos son<br />
"fruto del estro poético de Antonio Valdez, gran poeta desdeñado", autor de yaravíes que<br />
son los que "deciden la suerte del género". Valdez, de conformidad con documentos<br />
encontrados por Porras, fue el autor del drama Ollanta. Escribió yaravíes en quechua y<br />
"aunque contengan reminiscencias poéticas castellanas, su espíritu es ya peruano, es<br />
decir que está ungido de melancolía indígena. Los yaravíes de Valdez fueron escritos en<br />
la lengua ancestral y aun para ser acompañados por la quena; los de Melgar, en pleno<br />
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