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tributos y aun que en las guerras "los Incas se mostraron con frecuencia a fuer de<br />
déspotas, crueles y sanguinarios". Los Incas –dice Riva Agüero– tuvieron las<br />
características de los primitivos estados despóticos y conquistadores, y su sistema "no<br />
estuvo exento de los depravadores defectos inseparables de todo despotismo, por más<br />
suave y benigno que sea". Su posición tiende a ser ecuánime, equidistante de ambos<br />
extremos.<br />
Contemplando serenamente el panorama histórico Riva Agüero reconoció, como<br />
Prescott, que el Imperio tuvo ventajas y defectos: "Fue un imperio despótico y<br />
comunista, pero tuvo las ventajas, las virtudes y los vicios propios de su constitución".<br />
Aseguró el orden, la disciplina y el bienestar de miles de hombres. Entre los imperios<br />
que recuerda la historia –los asiáticos, el imperio romano, las monarquías absolutas de<br />
la edad moderna– anhelosos de un "ideal de tranquilidad en la servidumbre", el de los<br />
Incas fue el que "más se acercó al ideal de orden, de disciplina y bienestar en la<br />
obediencia". El liberal que había en el Riva Agüero juvenil de 1910 no podía aceptar,<br />
como Prescott, la negación de la libertad individual que implicó el régimen incaico. Con<br />
dignidad republicana escribe Riva Agüero: "los que reputamos supremo valor moral y<br />
social el respeto a la personalidad y a la libertad del individuo, sostenemos que aquel<br />
régimen deprimente hubo de ser de efectos desastrosos a la larga y que en mucha parte<br />
es responsable de los males que todavía afligen al moderno Perú". He aquí ya la<br />
interpretación particularista del historiador peruano, que se expansiona también para<br />
considerar un aspecto justificativo del régimen incaico, visto con ojos propios, desde<br />
dentro. Riva Agüero considera que acaso el despotismo incaico, tan denostado, no fuera<br />
una forma característica del alma peruana, fruto de instituciones seculares en que se<br />
afirmara una sumisión voluntaria. "La docilidad y la ternura –dice– son las características<br />
de los indios del Perú". "Los súbditos vivían por lo general satisfechos con sus leyes y<br />
costumbres, sin desear nada mejor y el gobierno de los Incas era para los indios<br />
peruanos el más apropiado que se podía concebir". El despotismo paternal de los Incas<br />
–si cabe tal maridaje– era, para Riva Agüero, "Una encarnación de las naturales<br />
aspiraciones de la dócil raza quechua".<br />
En el Elogio de Garcilaso (1916) palpita la misma emoción tensa de admiración hacia<br />
el Incario. Riva Agüero vitupera a los historiadores fríos y mediocres, amontonadores de<br />
datos, y loa al Inca por haber escrito con alma de poeta, en una historia que puede errar<br />
en lo accesorio pero que, realzando las líneas capitales y dominantes de la cultura<br />
incaica, salva el espíritu y traduce con instinto adivinatorio el misterio esencial de su<br />
estirpe y de su raza. "Y es la entraña del sentimiento peruano, es el propio ritmo de la<br />
vida aborigen, ese aire de pastoral majestuosa que palpita en sus páginas y que acaba<br />
en el estallido de una desgarradora tragedia, ese velo de gracia ingenua tendido sobre el<br />
espanto de las catástrofes, lo dulce junto a lo terrible, la flor humilde junto al estruendoso<br />
precipicio, la sonrisa resignada y melancólica que se diluye en las lágrimas".<br />
En El Perú histórico y artístico (1921), dedicado a su estirpe montañesa, hace Riva<br />
Agüero una magnífica interpretación de la vida y de la cultura incaica y sobre todo del<br />
alma quechua. Insiste en el descrédito y ningún valor de las Informaciones toledanas y<br />
aun de Sarmiento de Gamboa, cuya crónica considera como "simple resumen de ellas".<br />
De las Informaciones dice que estuvieron encaminadas a rebatir a Las Casas y a<br />
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