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hora, un criterio sereno y objetivo, equidistante de las exageraciones y de las<br />
negaciones antagónicas, aunque atraído por la seducción de la tesis poetizadora.<br />
Gradualmente, a medida que penetra en el estudio de las fuentes y en la crítica de<br />
éstas, reajusta su pensamiento hasta forjar una síntesis cabal del Imperio.<br />
La posición crítica de Riva Agüero respecto del Incario se va elaborando y corrigiendo a<br />
través de sus diversas obras con un sentido profundo de verdad. Se pueden señalar<br />
como hitos de su evolución su juicio sobre la Primera Parte de los Comentarios reales<br />
en La historia en el Perú (1910), en que examina todos los problemas relativos al<br />
origen y sucesión de los Incas, sus instituciones y el aspecto general del Imperio, las<br />
lecciones sobre la civilización incaica sustentadas en San Marcos en 1918, las lecciones<br />
dictadas en la Universidad Católica en 1937 y reunidas en volumen el mismo año, los<br />
ensayos sobre el Imperio incaico publicados en sus Opúsculos (1937 y 1938),<br />
particularmente el prólogo a la obra El Imperio Incaico del Dr. Urteaga, su réplica a<br />
González de la Rosa y algunas reflexiones sobre la época española en el Perú.<br />
La historia en el Perú rectificó, en su época, muchos errores sobre hechos e<br />
instituciones que hoy se hallan incorporados a la estimativa general del Incario. Sostuvo<br />
–con vigorosos argumentos étnicos, filológicos y arqueológicos– que la civilización y las<br />
instituciones incaicas no fueron un brote espontáneo y original, o invención incaica, sino<br />
culminación de la antigua cultura de Tiahuanaco, la que a su vez recogió reflejos de<br />
culturas anteriores. Esa cultura fue obra de los quechuas, primitivos pobladores de la<br />
región, los que fueron desplazados por los aymaras y no por los atacameños, invasión<br />
destructora del Sur que partió en dos el antiguo dominio cultural y lingüístico de los<br />
quechuas, interponiendo una mancha aymara, que aún subsiste, entre los quechuas del<br />
Sur del Perú y del Sur de Bolivia y Norte argentino. Con apasionamiento dialéctico<br />
rebatió más tarde la apología aymarista de Middendorf, Markham, Uhle, von Buchwald y<br />
Latcham. Fue también Riva Agüero el primero en caracterizar dos claros periodos en la<br />
historia incaica, calificados hasta entonces indistintamente como Imperio Incaico,<br />
distinguiendo una primera etapa de "confederación" o "liga quechua", capitaneada por<br />
los Incas de Hurin Cuzco, pero con cierta autonomía feudal de los asociados, y un<br />
segundo periodo, el del Imperio conquistador de los Hanan Cuzco, con carácter<br />
centralista y unificador. En lo relativo a la organización social, sostuvo que no eran<br />
privativas ni originales ciertas instituciones incaicas, como la comunidad de tierras –que<br />
existió en casi todas las partes del mundo– o los mitimaes, que fueron empleados por<br />
los asirios y babilonios. Aclaró, también, como el núcleo del Imperio y de la aristocracia<br />
gobernante estuvo constituido por el conjunto de tribus de la nación Inca y sus<br />
descendientes o parentela de sangre, hijos del dios Inti y libres de tributos y pechos. Ese<br />
cuerpo de patricios y magnates, descendientes de las primeras tribus pobladoras del<br />
Cuzco, fue por "tradición y confraternidad de origen y de sangre el más robusto sostén<br />
de la legitimidad" hasta la época de Atahualpa. Para Riva Agüero la fuerza secreta e<br />
imponderable de la institución imperial incaica estuvo en la cohesión de esta aristocracia<br />
tradicional, étnica y hereditaria, a la que no cabe confundir con los Incas de privilegio,<br />
criados de la casa real elevados por sus méritos personales. Esa casta tradicional y no<br />
improvisada, constituida por los que vivían inmemorialmente en la parte del Cuzco y sus<br />
descendientes, fue "una aristocracia verdadera de sangre, gentilicia y fisiológica". Sobre<br />
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