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muerte. En la Universidad petrificada anterior a 1919 no se le concedió oportunidad de<br />

llevar su saber a la cátedra. En 1918 la amplitud comprensiva de don Carlos Wiesse le<br />

cedió el puesto para dictar unas lecciones de la única cátedra de Historia con que<br />

contaba la Universidad en la Facultad de Letras. Riva Agüero dictó entonces un curso<br />

sobre la civilización incaica, en el que puso de relieve su enjundia histórica al propio<br />

tiempo que sus magníficas condiciones de expositor claro, fluido y vigoroso. Sus<br />

lecciones atrajeron por primera vez a San Marcos a un público excepcional que<br />

rebasaba el salón de clases y atestaba las puertas y ventanas de éste y los corredores<br />

del claustro. De regreso al Perú, el Rector de San Marcos, Encinas, de filiación política<br />

opuesta, respetuoso de su jerarquía científica, le llamó a las altas tareas de los institutos<br />

de investigación histórica, que Riva Agüero aceptó, pero no pudo incorporarse a la tarea<br />

didáctica por el antagonismo ideológico que lo separaba de la nueva juventud. En 1937<br />

es llamado a la Universidad Católica donde dicta nuevamente un curso sobre la<br />

Civilización Incaica, como el que dictara antes en San Marcos, cuyos apuntes<br />

taquigráficos fueron recogidos por aquel Instituto y que revisados por él formaron su libro<br />

Civilización Peruana. Epoca Prehispánica. Curso dictado en la Universidad<br />

Católica del Perú (Lima, 1937), que es una visión de la historia externa del incario<br />

contemplada desde una perspectiva universal y humana.<br />

Riva Agüero abarcó con igual solvencia toda la historia del Perú desde las épocas de la<br />

prehistoria exhumadas por la arqueología, como la época española y el periodo<br />

republicano, con un sentido de peruanismo integral ajeno a todo caciquismo histórico. En<br />

todo momento trató de exaltar los legados ánimicos de las diversas épocas y estratos<br />

etnográficos, ya fuera el alma quechua del Incario que caracterizara admirablemente o el<br />

mensaje cristiano de la civilización española. Concibió al Perú como un país de<br />

sincretismo y de síntesis, en que las regiones físicas se compenetran, en que hay un<br />

maridaje constante del mar y de los Andes y una tendencia histórica a la fusión y la<br />

armonía. El Perú era para él "un país predominantemente mestizo constituido no sólo<br />

por la coexistencia sino por la fusión de las dos razas esenciales". "Aun los puros<br />

blancos –dijo– sin alguna excepción tenemos en el Perú una mentalidad de mestizaje<br />

derivada del ambiente, de las tradiciones y de nuestra propia y reflexiva voluntad de<br />

asimilación". Pero dentro de esta concepción su mentalidad y su tradición de hombre de<br />

imperio le impulsaban a preferir los periodos en que se ponía de manifiesto el apogeo y<br />

la grandeza del Perú en el orden civilizador. Amó, por eso, profundamente la tradición<br />

incaica y el alma quechua que la inspiró, vivía como cosa familiar la historia del<br />

Virreinato y en la República no pudo ocultar su simpatía entusiasta hacia la<br />

Confederación Perú-Boliviana, realización del sueño de un gran Perú.<br />

De acuerdo con las tendencias historiográficas de su época, siguiendo a Fustel de<br />

Coulanges y a Ranke, el historiador peruano basó sus construcciones históricas en el<br />

estudio estrictamente científico de las fuentes. A estas coordenadas se sujeta su revisión<br />

constante de la historia incaica. Cuando Riva Agüero inició su valoración del pasado<br />

incaico, predominaba el ambiente idílico sobre los Incas, creado por los historiadores de<br />

la Ilustración a base de la difundida versión garcilacista y la predisposición romántica de<br />

Prescott, a pesar de las objeciones liberales de aquél al sentido aniquilador de la<br />

voluntad y de la libertad humana del régimen incaico. Riva Agüero asume, en la primera<br />

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