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La extensión del cacicazgo de Lima era, sin embargo, muy corta. No alcanzaba a<br />

Carabayllo ni a Surco, que tenían jefes propios, ni al santuario de Pachacámac. Se<br />

concentraba al valle de Lima desde el puerto de mar de Maranga, llamado Pitipiti,<br />

antecesor del Callao, por el norte, hasta que el camino del Inca entra en el valle de<br />

Chillón; por el sur hasta Armendáriz, en que partiría términos con el cacique de Surco,<br />

llamado Trianchumbi; y, por el interior, abarcaría, acaso, hasta los caseríos menores de<br />

Late, Puruchuco, Pariache y Guamchiguaylas, que ascienden a la sierra. El área de<br />

atracción y de influencia de la aldea india de Lima era, pues, pequeñísima. Su cacique,<br />

uno de los más ínfimos régulos del Tahuantinsuyo, y aun el asiento de Lima, era parte<br />

de "la provincia de Pachacamac" como lo dice Pizarro en el auto para elegir el sitio de la<br />

ciudad. Hernando Pizarro y su hueste de jinetes, que pasaron en enero de 1533 hacia<br />

Pachacámac, no hubieran reparado en el cacique rimense si, en ese pueblo cuyo<br />

nombre no recordaba el cronista Estete, y en el que acamparon un noche, antes de<br />

llegar a Pachacámac, no les saludara, como Epifanía de la ciudad futura, un típico<br />

temblor de tierra. "Acaeciónos –dice el cronista– una cosa muy donosa antes que<br />

llegásemos a él, en un pueblo junto a la mar: que nos tembló la tierra de un recio temblor<br />

y los indios que llevábamos, que muchos de ellos se iban tras nosotros a vernos,<br />

huyeron aquella noche, de miedo, diciendo que Pachacámac se enojaba, porque íbamos<br />

allá y todos habíamos de ser destruídos". El mito del dios costeño y limeño se aclara así<br />

a despecho de antropólogos y lingüistas, como el símbolo de una cosmología popular<br />

que diviniza el mayor fenómeno telúrico y lo personifica en Pachacamac –el diostemblor–<br />

como, más tarde, buscaría en el seno de la fe cristiana el auxilio divino, en<br />

Taitacha Temblores o en el Señor de los Milagros.<br />

La raíz india de Lima está, pues, en el caserío de Limatambo y Maranga, regido por el<br />

Curaca Taulichusco. De él recibe la ciudad hispánica la lección geográfica del valle<br />

yunga, el paisaje de la huaca destacando sobre el horizonte marino; la experiencia vital<br />

india, expresada en las acequias, triunfo de una técnica agrícola avezada a luchar contra<br />

el desierto; el cuadro doméstico de plantas y animales, que el aluvión español modificará<br />

sustancialmente; algunas formas de edificación que podrían normar una arquitectura del<br />

arenal peruano y el nombre de Lima que tiene "sabor de mujer y de fruta", según<br />

Marañón, y que venció con su entraña quechua inarrancable, a la denominación barroca<br />

de Ciudad de los Reyes. Es el río Rímac, torrentoso, voluble y desigual, innavegable y<br />

huérfano de transportes, desconocedor del papel unificador de los cursos fluviales,<br />

camino frustrado, carente de paisaje y de alma, pero obrero silencioso en la fecundación<br />

de la tierra y creador oculto de fuerza motriz, el que impone su nombre a la capital indohispánica<br />

del Sur. Y hay, en la permanencia del nombre, acaso un sino espiritual.<br />

"Rímac –dice el padre Cobo– es participio y significa el que habla, nombre que conviene<br />

al río por el ruido que hace con su raudal". Rimani significa en quechua hablar, pero no<br />

sencillamente hablar, sino hablar de cierta manera. El habla natural o lenguaje se dice<br />

Simi y Runa simi es el lenguaje del hombre. Pero Rimani y sus derivados tienen un<br />

significado especial, como rimapayani que significa "hablar mucho, con presteza" o<br />

rimacarini, "hablar disparates", o rimacuni, "murmurar" y rima-chipuni, cierta forma de<br />

celestinaje. Con lo que el nombre de Rímac encarnaría el destino parlero y murmurador<br />

de Lima, la tendencia a la hablilla y a la cháchara y también al ático placer de la<br />

conversación.<br />

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