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trompetas del triunfo, o atabales de oro engastados en pedrería. Según una tradición<br />
vernácula, los bardos que componían los hayllis o loas de la victoria eran de la tribu de<br />
los Collaguas.<br />
La verdadera historia oficial era cultivada por los quipucamayocs, pertenecientes a la<br />
descendencia o panaca de cada uno de los Incas. Estos se hallaban obligados, desde la<br />
época de Pachacútec, a hacer cantares históricos relativos a las hazañas de cada Inca y<br />
estaban obligados todos los ayllus imperiales, desde el de Manco Cápac, a componer el<br />
cantar correspondiente al reinado del Inca fundador de la panaca. A la muerte de cada<br />
Inca se llamaba a los quipucamayocs y se investigaba si debía quedar fama de aquél<br />
por haber vencido en alguna batalla, por su valentía o buen gobierno y sólo se permitía<br />
hacer cantares sobre los reyes que no hubieran perdido alguna provincia de las que<br />
recibieran de su padre, que no hubiesen usado de bajezas ni poquedades, y "si entre los<br />
reyes alguno salía remisio, cobarde, amigo de holgar o dado a vicios, sin acrecentar el<br />
señorío de su imperio, mandaba que destos oviese poca memoria o casi ninguna"<br />
(Cieza).<br />
Después de que tres o cuatro ancianos juzgasen el derecho a la fama póstuma del Inca,<br />
el cantar era compuesto por "los retóricos abundantes de palabras que supieran contar<br />
los hechos en buen orden". Esta historia oficial y dirigida, erudita en cierto modo, que<br />
encarnaba las ideas morales y políticas de la casta dirigente, tenía un alto sentido<br />
moralizador: excluía de la recordación histórica a los malos gobernantes y a los que<br />
vulneraban las leyes o el honor. De ahí que la historia incaica ofrezca únicamente las<br />
biografías de doce o catorce Incas impecables, y que no haya uniformidad sobre el<br />
número de éstos, a los que algunos cronistas, como Montesinos hacen llegar a más de<br />
noventa. La historia pierde en fidelidad, pero gana en moralidad. El quipucamayoc o<br />
historiador tenía una grave responsabilidad, que afectaba a la colectividad y al espíritu<br />
nacional. Debía conservar intacta la memoria de los grandes reyes por el recitado<br />
métrico del cantar, ayudado por el instrumento mnemotécnico de los quipus; en caso de<br />
olvidarse como los alcohuas de México, sufría pena de muerte. Eran ellos como un<br />
colegio de historiadores, cuya disciplina, al igual que la de otros organismos del estado<br />
Inca, era inflexible.<br />
Esta historia épica, que sólo se ocupaba de los héroes, era "cantada a voces grandes"<br />
en el Aucaypata, delante del Inca y de la multitud. En los grandes días de fiesta, en el<br />
del Inti Raymi, en los días de nacimiento, de bodas o de casamientos, y, particularmente,<br />
en las exequias de los Incas, se sacaba a todas las momias imperiales conservadas en<br />
sus palacios, y los mayordomos y mamaconas de cada uno de ellos, cantaban delante<br />
del Inca reinante, el relato histórico correspondiente a su monarca "por su orden y<br />
concierto", dice Betanzos, "comenzando primero el tal cantar e historia o loa los de<br />
Manco Cápac y siguiéndoles los servidores de los otros reyes que le habían sucedido".<br />
Al aparecer en la plaza los quipucamayocs, con su aire grave y hierático, la multitud se<br />
aprestaba a escuchar los hechos históricos de los Incas y adoptaba una actitud religiosa,<br />
cuando el juglar incaico empezaba su relato con la frase sacramental ñaupa pacha, que<br />
quiere decir, según González Holguín, "antiguamente o en tiempos pasados". La<br />
multitud reconocía inmediatamente la esencia histórica del relato, por cierto "tonillo y<br />
ponderación" que daba el recitante al pronunciar las palabras "ñaupa pacha", semejante<br />
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