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MITO Y ÉPICA INCAICOS*<br />
La tradición, la arqueología y los primeros documentos escritos del siglo XVI, y el propio<br />
* testimonio etnográfico actual, revelan que el indio peruano, tanto de la costa como de la<br />
sierra, y, particularmente, el súbdito de los Incas, tuvo como característica esencial, un<br />
instinto tradicional, un sentimiento de adhesión a las formas adquiridas, un horror a la<br />
mutación y al cambio, un afán de perennidad y de perpetuación del pasado, que se<br />
manifiesta en todos sus actos y costumbres, y que encarna en instituciones y prácticas<br />
de carácter recordatorio, que reemplazan, muchas veces, en la función histórica, a los<br />
usos gráficos y fonéticos occidentales. Este sentimiento se demuestra particularmente<br />
en el culto de la pacarina o lugar de aparición –cerro, peña, lago o manantial– del que se<br />
supone ha surgido el antecesor familiar, o en el culto de los muertos o malquis, de la<br />
momia tratada como ser viviente y de la huaca o adoratorio familiar. Ningún pueblo como<br />
el incaico, salvo acaso los chinos, sintió más hondamente la seducción del pasado y el<br />
anhelo de retener el tiempo fugaz. Todos sus ritos y costumbres familiares y estatales,<br />
están llenos de este sentido recordatorio y propiciador del pasado. Cada Inca que muere<br />
en el Cuzco es embalsamado y conservado en su propio palacio, rodeado de todos los<br />
objetos que le pertenecieron, de sus armas y de su vajilla, servido en la muerte por sus<br />
mujeres e hijos, los que portan la momia a la gran plaza del Cuzco, en las grandes<br />
ceremonias, y conservan la tradición de sus hechos en recitados métricos que se<br />
trasmiten a sus descendientes. La panaca, o descendencia de un Inca, equivale a las<br />
instituciones nobiliarias europeas, encargadas de mantener la legitimidad de los títulos y<br />
la pureza de la sangre. Es una orden de Santiago, con padrones de nudos y el mismo<br />
horror a la bastardía o la extrañeza de sangre. El indio de las serranías, según los<br />
extirpadores de idolatrías, se resistía a abandonar los lugares abruptos en que vivía,<br />
porque ahí estaba su pacarina, y guardaba reverencialmente en su hogar las figurillas de<br />
piedra y de bronce que representaban a sus lares. En la costa, nos refiere el Padre las<br />
Casas, se realizaban los funerales de los jefes en las plazas públicas y los túmulos eran<br />
rodeados por coros de mujeres o endechaderas, que lloraban y cantaban relatando las<br />
hazañas y virtudes del muerto. En todos estos actos hay un instinto o apetencia de<br />
*<br />
* En: Mito, tradición e historia del Perú. Lima, Imp. Santa María, 1951; 2da. ed., Instituto<br />
Raúl Porras Barrenechea, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1969; 3ra. ed.<br />
Retablo de Papel Ediciones [Talleres Gráficos del INIDE], 1973.<br />
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