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tomado la debida precaución de verificar los datos obtenidos para tal efecto o también<br />

por no haber consultado a un autor cuya autoridad en la materia fuese reconocida por<br />

todos. El caso era, por consiguiente, distinto al de los especialistas en historia, de<br />

manera que respecto de aquellos prefería callar, salvo que el asunto tuviera interés y<br />

connotación nacional.<br />

Así ocurrió con el debate producido en la Cámara de Diputados para aprobar la Ley que<br />

debía fijar el Día del Tahuantinsuyo o Día del Indio, como se había planteado en el<br />

respectivo proyecto. Porras consideraba que no era posible que en un organismo tan<br />

importante del Estado como era la Cámara de Diputados se pudieran cometer errores<br />

mayúsculos en cuanto a la historia peruana se refiere, porque lo integraban honorables<br />

representantes cuya cultura y preparación dábase por descontada y no debía ponerse<br />

en duda. Empero no fue así y, desde luego, Porras reaccionó y tomó la decisión de<br />

aclarar los desaguisados históricos cometidos sobre el tema en discusión. No debemos<br />

olvidar que Porras era catedrático titular de Historia en la Facultad de Letras de la<br />

Universidad Mayor de San Marcos y de la Universidad Católica del Perú, y era<br />

considerado el especialista más destacado en la etapa de la Conquista y en el<br />

conocimiento de los cronistas. En consecuencia no pudo eludir el compromiso de<br />

referirse a lo acontecido en la sesión de dicha Cámara al tocarse la fecha relacionada<br />

con la muerte de Atahualpa. Era fundamental fijar el día del año que debía figurar en la<br />

Ley, porque pasaba al calendario cívico nacional con el objeto de que fuera<br />

conmemorado todos los años en todos los centros educativos del país, con un programa<br />

especial destinado a resaltar los valores del indígena peruano. El propósito era<br />

magnífico, quién podía dudarlo, pero era necesario hacer las cosas bien, vale decir<br />

mostrar conocimiento de los hechos históricos de nuestra patria y tener sumo cuidado en<br />

la escogencia de la fecha más significativa para el pueblo peruano, no cayendo en<br />

errores flagrantes como los que Porras se encarga de rectificar en el artículo que se<br />

incorpora en este volumen bajo el título de "Atahualpa no murió el 29 de Agosto de<br />

1533", el que fue publicado en La Prensa, el viernes 31 de agosto de 1945.<br />

Comienza Porras refiriéndose a la muerte de Atahualpa como un "suceso que hirió<br />

vivamente la imaginación popular", respecto del cual "todos los sucesos que la rodearon<br />

se hallan comprobados por crónicas y documentos oficiales de la época, por testimonios<br />

y cartas particulares de los conquistadores y por otros documentos, públicos y privados,<br />

que coadyuvan a restablecer la cronología y la secuela de hechos que antecedieron o<br />

siguieron a la ejecución del Inca". Sin embargo, a pesar de ser verdad lo consignado por<br />

Porras y conocido por la mayoría de historiadores, algunos no habían advertido que,<br />

junto a hechos concretos, documentalmente comprobados, había una corriente nacida<br />

en la imaginación popular destinada a paliar lo sucedido y levantar el espíritu del pueblo<br />

vencido. "Desde el día siguiente de la muerte de Atahualpa, dice Porras, el pueblo<br />

indígena comienza a trabajar poéticamente sobre el final del Inca y la tragedia de<br />

Cajamarca". De esta manera surge "una profusa leyenda, principalmente de origen<br />

quiteño, que inventa episodios que no constan en ningún documento o crónica". Porras<br />

se detiene en cada caso, amparado en su honda versación histórica y reconocida<br />

erudición, lo que, por supuesto, dejo de comentar a fin de que los interesados en los<br />

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