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úsqueda se dificulta y se hace insegura en el gran laberinto lingüístico del Vocabulario,<br />
que adquiere así de conformidad con el genio de la época una prestancia barroca.<br />
Entre el Vocabulario de González Holguín y el de Fray Domingo de Santo Tomás<br />
median cerca de cincuenta años. En este medio siglo se ha producido el acercamiento y<br />
la fusión de las dos razas, castellana e india, y el lenguaje de ambas se ha modificado<br />
por la convivencia. El quechua no es el mismo del siglo XVI, particularmente en lo que<br />
se refiere a la vida espiritual. El préstamo cultural hispano se acentúa en todo lo que se<br />
refiere a "cosas de Dios, alma, virtudes, etc., de que es corta esta lengua" dice Fray<br />
Diego. Y Garcilaso confirma un año después, en los Comentarios reales, que el<br />
quechua no es propicio para las abstracciones. La mestización del lenguaje del<br />
Vocabulario de González Holguín es pues evidente y además buscada: el mismo autor<br />
declara que ha prescindido de los "usos curiosos y galanos" y recogido sólo "la lengua<br />
que agora anda corriente en el Cuzco común para todos, que todos la entienden". Es,<br />
pues, un repertorio del quechua popular cuzqueño del siglo XVII atento a las<br />
alteraciones y ufano de ellas. Esto rebaja naturalmente la importancia del Vocabulario<br />
como fuente histórica para auscultar el alma del Incario sin interposiciones forasteras. En<br />
esto le aventajan los vocabularios del siglo XVI casi incontaminados de elementos<br />
occidentales. Expresamente han desaparecido del Vocabulario seiscentista las voces<br />
denotadoras de usos gentílicos combatidos por los catequistas e incorporádose<br />
impositivamente todos los términos de la apologética católica que inundan<br />
verdaderamente el diccionario y lo matizan con su ingenua y postiza superposición. Pero<br />
este defecto está reparado ampliamente con el gran número de voces, giros y<br />
expresiones verbales propios del quechua que arrancan de la misma entraña popular, y<br />
son residuo viviente e infalsificable del alma colectiva del pueblo indio antes de la<br />
conquista.<br />
Es posible deslindar en el Vocabulario lo importado y lo autóctono, tanto desde el punto<br />
de vista filológico como del conceptual. Hay en él una invasión fácilmente perceptible y<br />
desbrozable de palabras y giros de procedencia catequista y misionera, sobre cosas del<br />
culto católico, frases sacramentales, mandamientos morales, conceptos de teología<br />
cristiana o consejos eclesiásticos que conservan su traza occidental. Algunas palabras<br />
se trasladan intactas sin alteración alguna, salvo la declinación quechua como en Diospa<br />
gracianca, la gracia de Dios; o Chayracruna, forastero, aplicado al chapetón o español<br />
colonial; casaracuni, casarse; amachaqquey angel, angel de la guarda; Virreypa<br />
pachacan, mayordomo mayor del Virrey; Libro chipachina, la imprenta de libros;<br />
pucllachini torocta, lidiar toros; marccascay baptismopi, mi ahijado, o chhapriricukmula,<br />
mula que corcobea. En otras ocasiones una palabra indígena se adapta a un concepto<br />
occidental afín del indígena como en Diospa acllancuna, las monjas, en que éstas son<br />
equiparadas a las acllas, o Vírgenes del Sol; o en quellcayquipi, que es carta, en que las<br />
pictografías indígenas o quelcas son identificadas con la escritura, el haravi que fue<br />
canción de hechos o memorias y se vuelve cántico de devociones místicas, collque,<br />
plata, adoptado para decir moneda, qqueru mesa o queru banco, mesa o banco de<br />
madera, quespi o cosa trasparente por vidrio, quillay por hierro, yana runa por los<br />
negros, illapa que era rayo, por el arcabuz, o en el caso de las frutas o plantas<br />
importadas, como la uva, a la que se llama huc huayuck que equivale a racimo o cosa<br />
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