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pueblos vecinos y de la propia ciudad del Cuzco, los que se unieron al ejército del<br />

príncipe Inca Yupanqui al comprobar el valor y coraje de éste frente a los Chancas,<br />

señalándosele como el salvador de la ciudad imperial que su padre y hermano, el uno<br />

debido a su ancianidad y el otro por no poseer los arrestos viriles de su hermano menor,<br />

habían rehuido defender. Esos mismos hombres fueron leales con él hasta que lograron<br />

que asumiera la gloriosa borla de sus antepasados los Incas. "El mito de los Pururaucas,<br />

expresa Porras en el último acápite de su hermoso artículo en elogio del pueblo incaico,<br />

es tan sólo una bella alegoría incaica para honrar el valor de las propias fuerzas y<br />

enaltecer la grandeza del espíritu. Cuando los hombres sienten el acicate de la dignidad<br />

y del patriotismo, cuando son capaces del sacrificio y del riesgo, cuando se han educado<br />

en el roce del sufrimiento y del esfuerzo, cuando se han sobrepuesto al temor, entonces<br />

sus fuerzas se duplican y surgen junto a ellos los invisibles compañeros de granito, que<br />

desconocen el miedo y sólo saben el camino de la victoria. Los Pururaucas son los<br />

héroes silenciosos y leales que acompañan sólo a los que se atreven...".<br />

Lo lamentable es que esta leyenda del milagro bélico y las excelsas virtudes de los hijos<br />

del Sol, simbolizadas en el príncipe Inca Yupanqui, no figura, por desgracia, en los<br />

textos de historia nacional, como dice Porras.<br />

El 29 de Agosto de 1533<br />

Recuerda Guillermo Lohmann Villena en un artículo titulado "Porras historiador y<br />

romántico", publicado en 1963, la forma como Porras incitaba a los profesores jóvenes<br />

de historia y a sus alumnos para que ahondaran sus conocimientos en dicha materia.<br />

Dice Lohmann Villena que Porras "con absoluta naturalidad espoleaba la inquietud<br />

cognoscitiva mediante la frase "Eso es de cultura general". Es verdad. Porras quería que<br />

quienes se dedicaban a la historia o pretendían ingresar en esa especialidad lo hicieran<br />

seriamente investigando a fondo nuestro pasado, sometiendo a cuidadosa compulsa los<br />

datos obtenidos en los documentos y realizando una rigurosa y desapasionada<br />

interpretación de los mismos. Le molestaba la improvisación y las generalizaciones de<br />

algunos profesores o alumnos que se calificaban de historiadores. Por lo tanto, para que<br />

merecieran el calificativo de tales les exigía prepararse y perseverar en los estudios<br />

históricos para ofrecer la verdadera imagen de los hechos. Cuando alguno de ellos<br />

publicaba algún artículo o trabajo sin el rigor y el pleno conocimiento histórico o sea, sin<br />

poseer la firmeza y seguridad que ofrecen los documentos y las obras de historiadores<br />

consagrados, Porras no podía ocultar su desagrado. Inmediatamente llamaba la<br />

atención del historiador improvisado o lo rectificaba a través de una publicación<br />

precisando los errores cometidos, lo que muchas veces despertaba enojo y hasta<br />

inquina en contra del maestro<br />

En realidad no existía en Porras ningún deseo de mortificar o hacer daño a nadie, sino<br />

que buscaba que los historiadores no ofrecieran una imagen distorsionada o equivocada<br />

de la historia, ya se trate de personajes, instituciones o hechos colectivos del pasado.<br />

Sin embargo no ocurría lo mismo cuando se trataba de quienes escribían sin tener como<br />

oficio la historia o sólo se referían a ella en forma circunstancial. Para éstos le bastaba a<br />

Porras con que tuvieran un conocimiento general del asunto histórico, pero, eso sí, sin<br />

dejarse llevar por una mala o equivocada información como resultado de no haber<br />

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