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Espinosa Medrano (1632-1688) fue indio o mestizo de la provincia de Aymaraes, nacido<br />

de familia humilde y madre india y educado en los planteles coloniales del Cuzco. Fue<br />

niño prodigio que venció todos los prejuicios y vallas sociales de la época y alcanzó por<br />

su talento y cultura altos beneficios eclesiásticos. Le hizo célebre en la literatura<br />

americana su Apologético de Góngora (1662) elogiado por Menéndez y Pelayo: "perla<br />

arrojada en el muladar de la retórica culterana". Pero escribió, además, innumerables<br />

obras, sermones, tratados, versos y piezas dramáticas. Es el primer gran escritor en<br />

quechua, que maneja con la misma facilidad y galanura que el castellano, y el primer<br />

humanista indio. En quechua escribió poemas líricos, traducciones de Virgilio y de<br />

comedias clásicas y autos sacramentales que se representaban en los atrios de las<br />

iglesias cuzqueñas o en los patios de los seminarios. El más famoso de estos autos es<br />

El hijo pródigo, que se le atribuye por Middendorf y es una imitación de un auto español<br />

con personajes simbólicos como el Mundo, La Carne (Aycha Koya), El Cuerpo (Uku), y<br />

La Palabra de Dios (Diospa Simin), que denuncian la transculturación y el mestizaje<br />

espiritual. En El hijo pródigo encuentra Middendorf la transición del dialecto cuzqueño<br />

del siglo XVI a sus formas actuales, con españolismos y giros desconocidos en el<br />

quechua del siglo XVI. También se atribuyó a Espinosa el Usca Pauccar y El pobre<br />

más rico, piezas dramáticas que ofrecen la misma vena alegórica mestiza. De esta<br />

corriente dramática quechua-española surgirá en el siglo XVIII el famoso drama<br />

Ollantay, del cura Antonio Valdez, cumbre de la literatura quechuista.<br />

El sermón catequista, el auto sacramental, la leyenda exorcizada, no son las únicas<br />

floraciones del quechuismo del siglo XVII. Hay huellas de una activa gimnasia poética y<br />

de la perduración de las formas líricas del Incario bajo el nuevo atavío de los metros<br />

españoles. La oda clásica, el exámetro, el soneto y el romance son transportados al<br />

quechua bronco y onomatopéyico. El aravi de las cosechas y las citas amorosas se<br />

transforma en el yaraví criollo, melancólicamente bordoneado por la guitarra. Prospera<br />

sobre todo una literatura cortesana y artificiosa de panegírico y de reverencia áulica, de<br />

pompa aclamatoria o lágrima servil en el advenimiento o en la muerte de reyes y<br />

virreyes, a los que se suma bien el indio hierático y ceremonioso. Y así en los carteles<br />

ponderativos de la Real magnanimidad como en los epitafios de las exequias coloniales<br />

a la muerte de los monarcas, se mezclan loores o suspiros en la lengua indígena. En la<br />

muerte de la Reina María Amalia de Sajonia, Emperatriz de las Indias, ya iniciado el<br />

siglo XVIII, un bardo mestizo compone en verso este lamento:<br />

Yacuiquita achcata cconqui ñinquitac<br />

Amalia Ccoyanchicmi huañucurccan<br />

Chayhuan puticuspa huntachinaipacc<br />

Soccoi tocuita<br />

El representante típico de este quechuismo poético, áulico en veces, popular otras y<br />

siempre devoto y genuflexo ante el altar barroco –apologético de todas maneras–, es sin<br />

duda Espinosa Medrano, el loador de Góngora. El cuzqueño humanista es el gran poeta<br />

quechua colonial como en español lo es el limeño don Pedro de Peralta, políglota del<br />

verso y del saber. Ambos tejen al mismo tiempo acrósticos y comedias, poemas y<br />

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