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general del Perú, en el que se incluyen el Catecismo de 1584 y algunos ejercicios de<br />
devoción. Prado declara que el quichua no se habla en los llanos y otras partes "con la<br />
propiedad y pureza que en el Cuzco". Juan Roxo Mexía y Ocón, también cuzqueño,<br />
colegial de San Martín de Lima, cura en San Sebastián y Santa Ana de Lima, y Visitador<br />
eclesiástico, en su Arte de la lengua general de los indios del Perú, publicada en<br />
1648, se reclama también "hijo de la elegancia de la cortesana lengua del Cuzco, donde<br />
nací y naturalmente la hablé como la española". En Roxo Mexía se descubre también un<br />
aliento de originalidad autóctono. "Aunque hay cuatro artes de este con la gloria de los<br />
inventores –dice– no trataron de muchos romances, del uso del infinitivo que es<br />
dificultosísimo, la correspondencia de los subjuntivos, el uso del relativo de que carece la<br />
lengua". Bartolomé Jurado Palomino, otro criollo cuzqueño, graduado en Lima, cura de<br />
Cabana y visitador de idolatrías, traduce al quechua en 1649 la Doctrina Cristiana del<br />
Cardenal Bellarmino, proporcionando, con su traducción y el texto del famoso catecismo<br />
que le acompaña, un servicio apreciable a la filología clásica, sirviendo como de un<br />
puente entre el latín y el quechua, en el que media el castellano. Jurado Palomino sabía,<br />
según Avila, "la lengua con eminencia", como que la había aprendido en el Cuzco,<br />
donde "esta lengua se habla propiamente y con elegancia". De 1690 a 1691 son, por<br />
último, las gramáticas de Juan de Aguilar y de Esteban Sancho de Melgar. El primero<br />
escribió un Arte de la lengua Quichua general de los indios Perú, cuyo manuscrito<br />
cita Rivet, y el segundo limeño y Catedrático de la Catedral, publicó una nueva<br />
gramática quechua titulada Arte de la lengua general del Inga llamada Quechua, en la<br />
que se insinúa una reforma ortográfica. En 1700, cerrando este gran ciclo de estudio, un<br />
religioso jesuita anónimo publicó los trabajos del huancavelicano Juan de Figueredo,<br />
eclesiástico, colegial de San Martín y profesor de los jesuitas en el Cercado, quien había<br />
añadido el vocabulario de Torres Rubio con un Vocabulario de la lengua<br />
Chinchaysuyo, versos y letanías en quichua, vocablos nuevos y una lista de términos<br />
de parentesco, poniendo a contribución, según lo declara, el "dilatado y exactísimo<br />
vocabulario" del padre Diego González Holguín y el anónimo de 1604.<br />
Lo característico del siglo XVII, aparte de la continuación de la obra didáctica y<br />
catequista del siglo XVI, es el cultivo de las formas artísticas del quechua que<br />
determinan la aparición de una escuela literaria en la que se afirman un gusto y un estilo<br />
propios, dentro de la adaptación o imitación de los géneros importados. No es la crónica<br />
informe e incoherente de Huamán Poma de Ayala, "mixtum compositum de español y<br />
quechua mezclado con varias lenguas indígenas", en la que se prolonga el eco de las<br />
crónicas castellanas del siglo XVI, patetizado por el clamor indio de los obrajes y de las<br />
mitas, sino una cierta forma de gay saber o de mester de clerecía quechua que se<br />
expresa en poesías religiosas y cortesanas, en sermones retorizantes y en autos<br />
sacramentales en quechua, en que el Diablo hace el papel del truhán o gracioso. El<br />
representante típico de esta tendencia es el visitador de idolatrías con su hosco ceño<br />
antigentílico, pero que a la par que destruye y pasa obstinadamente la reja de la<br />
ortodoxia por el campo devastado de las supersticiones indias, recoge con fruición<br />
algunas florecillas poéticas de la leyenda vernácula, enredadas entre los dientes del<br />
implacable rasero catequista. Los representantes más genuinos de esta escuela son los<br />
extirpadores de idolatrías Francisco de Avila, Hernando de Avendaño, el franciscano<br />
Fray Diego de Molina y el famoso cuzqueño Juan de Espinosa Medrano, el Lunarejo.<br />
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