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es tener sed y de otro significa "pie". Garcilaso denuncia también en las primeras<br />

gramáticas y en el Confesionario de 1585, "muchas palabras españolas indianizadas",<br />

como en Cristiano hatizas cachucanqui (Cristiano estás bautizado), en que lo único<br />

quechua es el canqui. Garcilaso, a pesar del cansancio de su memoria, recuerda con<br />

vivacidad los nombres de plantas, de frutos y de animales, y con las explicaciones que<br />

hace de estos vocablos se podría formar un pequeño vocabulario quechua sobre el<br />

mundo infantil de un niño cuzqueño del siglo XVI. Huamán Poma de Ayala completa la<br />

información de Garcilaso, ambos en forma asistemática, como es el genio mestizo con<br />

los traslados de oraciones, cantos de fiestas y cosechas en diversos dialectos y, sobre<br />

todo, la sápida enunciación de dichos populares de la Nueva Corónica, que son una<br />

cantera para los estudios filológicos.<br />

Ni Garcilaso ni Huamán Poma, tan profundos conocedores de la lengua materna,<br />

escriben, sin embargo, un Arte de ésta ni se arriesgan a organizar un Vocabulario. Se<br />

habla de un Vocabulario perdido del padre Blas Valera, criollo, que vio Montesinos y citó<br />

el Jesuita Anónimo, pero, por las citas, más parece de carácter histórico que filológico, y<br />

hasta 1616 no aparecerá el Vocabulario del criollo huanuqueño Alonso de Huerta.<br />

Entretanto la tarea didáctica y sistematizadora sigue en manos de los frailes españoles:<br />

de Juan Martínez de Ormaechea, agustino que publica en 1604 su ya citado<br />

Vocabulario de la lengua general del Perú llamado Quichua y en la lengua<br />

Española, que fue texto en San Marcos, y, sobre todo, de los jesuitas Diego González<br />

Holguín y Diego Torres Rubio, que, entre 1607 y 1619, publican en Lima sus obras<br />

clásicas desde entonces para quechuistas y aymaristas.<br />

González Holguín publica en 1607 su Gramática y en 1608 su Vocabulario, ambos<br />

textos en la imprenta limeña de Francisco del Canto, el segundo de los cuales es el<br />

objeto particular de esta reimpresión y comentario. Desde su aparición esta obra se alza<br />

con la primacía de los estudios quechuistas, que mantiene hasta ahora, por la<br />

importancia de sus innovaciones fonéticas que coinciden con las formuladas por<br />

Garcilaso, en España, en 1609, por su abundancia de vocablos, riqueza de giros<br />

proverbiales y elegancias del idioma.<br />

Torres Rubio tuvo gran boga en el siglo XVII y ésta se renovó durante el XVIII por la<br />

reedición de su obra en 1701 y 1754, con agregaciones de Juan de Figueredo sobre el<br />

lenguaje Chinchaysuyo. Esta difusión y prestigio tienen una explicación. Dominó el<br />

quechua, el aymara y el guaraní. De todos ellos publicó vocabularios: el Arte de la<br />

lengua aymara, con oraciones y pequeño vocabulario en Lima, en l6l6; el Arte de la<br />

lengua quichua, en l6l9, imprenta de Francisco Lasso y licencia del Príncipe de<br />

Esquilache, que comprende Ritual, confesionario y pequeño vocabulario; y aun se le<br />

atribuye un Arte de lengua guaraní, publicado en 1627. Durante 30 años estuvo<br />

dedicado a la enseñanza, principalmente de lengua aymara, en Chuquisaca y Potosí.<br />

Los textos de Torres Rubio reflejan la habilidad didáctica y la sencillez de la experiencia<br />

directa. Son brevísimos, sumarios, de una concisión sorprendente, pero certeros y útiles,<br />

a veces más felices para la consulta que los vocabularios espesos y complicados. De<br />

ahí su fortuna contemporánea y póstuma.<br />

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