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caso, cita al cronista Oviedo, el que después de interrogar a los conquistadores que<br />

regresaban a España tras la derrota de Atahualpa, "consigna esta impresión inmediata y<br />

sagaz: La gente de guerra tiene muy sojuzgada a los que son labradores o gente del<br />

campo que entienden la agricultura". Respecto del segundo dice Porras: "La lucha entre<br />

los dos hermanos –Huáscar y Atahualpa– pone en evidencia todos los males íntimos del<br />

Imperio". En consecuencia "el final del Imperio de los Incas estaba decretado, no por el<br />

mandato vacío de los oráculos, sino por el abandono de las normas esenciales de<br />

humanidad y severidad moral, y de las fuerzas tradicionales que habían hecho la<br />

grandeza de la cultura incaica".<br />

La Leyenda de los Pururaucas<br />

En la exaltación que hace Porras de los valores que caracterizaron a los Incas menciona<br />

como uno de los más importantes la formación del espíritu guerrero de los orejones, vale<br />

decir de la clase dirigente constituida esencialmente por la nobleza incaica. Esa<br />

condición de fortaleza y capacidad militar de resistencia y valor, es la que impulsó el<br />

ensanchamiento del imperio en la época de Pachacútec y Túpac Yupanqui hasta el<br />

gobierno de Huayna Cápac y la que le permitió, al mismo tiempo, mantener su unidad y<br />

defenderla de la amenaza de algunas invasiones sobre el Cuzco como fue la de los<br />

Chancas. Esto es lo que Porras se propone demostrar mediante la leyenda de los<br />

Pururaucas que le sirve de tema para escribir el artículo que fuera publicado en la revista<br />

Excelsior en 1945 y reproducido en la Revista de Infantería de Chorrillos en 1950.<br />

Lo primero que hace Porras es rechazar la imagen dis-torsionada que se ha tenido en<br />

relación con el pueblo incaico y a su capacidad militar y guerrera. "El pueblo incaico,<br />

dice, al que algunos cronistas e historiadores se empeñan en pintar como un pueblo<br />

apacible, tímido y fatalista, tuvo en sus días de auge el culto del valor y la vocación por<br />

la milicia". La educación de la juventud, en general, tendía a exaltar entre los Incas, "los<br />

sentimientos de virilidad y de poderío, la conciencia del triunfo contra las fuerzas hostiles<br />

de la tierra y contra las tribus díscolas desconocedoras del sino del Imperio". Y en ella<br />

ocupaba lugar preferente la que se impartía a la juventud que debía marchar a la guerra<br />

y las conquistas.<br />

"Se inspiraba, escribe Porras, en principios de disciplina, de abstención rigurosa, de<br />

estoica resistencia y en ejercicios de agilidad, fuerza y destreza". Las prácticas y<br />

pruebas a las que era sometida se describen en el artículo; entre ellas destaca Porras,<br />

como la de mayor quilate, la que determina "la impasibilidad ante el peligro", que tanto<br />

impresionó a los conquistadores recién llegados a Cajamarca. "¡Profunda y bien<br />

aprendida lección de estoicismo que admiró el conquistador español, cuando el caballo<br />

de Soto, llegó hasta el solio de Atahualpa, en desbocada carrera, salpicando con su<br />

espuma las insignias imperiales, sin que un solo músculo del rostro del Inca se<br />

contrajera ante la insólita y desconocida amenaza", escribe Porras.<br />

La leyenda de los Pururaucas surge cuando la ciudad imperial del Cuzco sufre la mayor<br />

amenaza de su historia, como fue la agresión de los Chancas. Es entonces que el<br />

príncipe Inca Yupanqui, aun desoyendo las órdenes de su padre, se presenta para<br />

detener al invasor y alejar el peligro. Los habitantes de la ciudad, consternados y llenos<br />

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