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seniles de su estilo, para conmover los ánimos con su sola enunciación. Y es que, como<br />
dice inspiradamente Huamán Poma "escrivillo es llorar". El tono generalmente zumbón<br />
del satírico indio se torna a veces, cuando clama contra la esclavitud de su raza, de una<br />
austera simplicidad bíblica: "hasta cuando daré voces y no me oiras señor, hasta cuando<br />
clamaré y no me responderás" dice parodiando al profeta Habacuc. Y mezclando burla y<br />
tragedia, compone en quechua, con aparente inocencia, una oración para los indios<br />
dentro de la que se esconde el fuego de sus protestas: "Del fuego del agua, del<br />
terremoto líbrame jesucristo. Jesucristo librame de las autoridades, corregidor, alguacil,<br />
alcalde, pesquisadores, jueces, visitadores, padres doctrinantes, de todos los caballeros,<br />
hombres ladrones de los pueblos librame; librame Jesucristo de los que levantan falso<br />
testimonio, de los odiadores; librame Jesucristo de las malas lenguas, hombres y<br />
mujeres, de los borrachos, de los que no temen a Dios y a la justicia". Todas las quejas,<br />
todas las imprecaciones, recogidas de lo más hondo del alma indígena, se concretan en<br />
labios del cronista indio en una frase, repetida fatigosamente, que tiene de imprecación y<br />
de lamento: "¡y no hay remedio!".<br />
La crónica de Huamán Poma no puede, históricamente, alcanzar el crédito ni la<br />
importancia de las obras contemporáneas escritas entre la segunda mitad del siglo XVI y<br />
los comienzos del XVII. No puede competir en información histórica con Cieza,<br />
Betanzos, Cristóbal de Molina o Sarmiento de Gamboa, ni tiene los primores de forma<br />
del padre Acosta o de Morúa, ni el sentimiento nacional ya patente en el Inca Garcilaso.<br />
Su racismo frenético le enemista, fundamentalmente, con el Perú del porvenir que sería<br />
un Perú mestizo. Lo único que lo vincula a la nación en potencia, que se preparaba<br />
oscuramente en universidades o en mazmorras coloniales, es su espíritu de protesta.<br />
Huamán Poma no supo ser indio cabal porque se lo impedía su sentimiento de casta, ni<br />
mestizo nuevo del Perú porque le ahogaban los prejuicios racistas. Tampoco vio ni sintió<br />
el Perú en su integridad espacial e histórica, porque sentía única y absorben-temente su<br />
provincia recóndita. Las torres demasiado cercanas de los campanarios de Lucanas le<br />
impidieron ver la grandeza del Perú virreinal. Noticias de rivalidades pueblerinas entre<br />
encomenderos y caciques, minúsculos pleitos de sementeras y ganados obstruyen su<br />
visión panorámica y la hacen creer en un mundo colonial en el que sólo imperan la<br />
codicia, la inhumanidad y la incultura. Nada podría hacer suponer, leyendo la crónica<br />
biliosa de Huamán Poma, que en ese mismo territorio viviesen espíritus animados de<br />
nobles preocupaciones, almas capaces de piedad y filantropía. Era, sin embargo, la<br />
época en que se forjaba una nueva cultura, en la que el espíritu indio iba a tener puesto<br />
digno al lado del espíritu y la cultura hispánicos. Juan de Solórzano Pereyra preparaba<br />
en Lima el magnífico edificio de su Política Indiana, en la que recogía todos los<br />
clamores en favor de una humanización del trato de los indios. Miguel Cabello de Balboa<br />
y fray Martín de Morúa recogían con fruición las más hermosas leyendas del pasado<br />
incaico próximas a desaparecer en el olvido y don Juan de Miramontes y Zuázola, ponía<br />
en octavas heroicas la leyenda de Chalcuchimac y Cusi Coyllor. El jesuita Bernabé Cobo<br />
acababa de llegar a América para inventariar todas las plantas peruanas y los últimos<br />
misterios recalcitrantes de los quipucamayos y los padres Gonzales Holguín, Torres<br />
Rubio y Bertonio, fijaban definitivamente, en sus Gramáticas y Vocabularios, los cánones<br />
de las lenguas indígenas. En los conventos limeños daban ejemplos de piedad y<br />
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