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españoles casi todos ellos, que desde el siglo XVI, sostuvo intrépidamente la defensa de<br />

la personalidad humana de los aborígenes americanos y denunció los atropellos que<br />

contra ellos se cometían. Esa lista epónima, de espíritus valerosos, se halla encabezada<br />

en la Antillas por montesinos y fray Bartolomé de las Casas e ilustrada, en el Perú, con<br />

nombres beneméritos como los de fray Domingo de Santo Tomás, fray Luis de Morales<br />

–el las Casas de la Conquista del Perú– el licenciado Falcón, el licenciado Santillán, el<br />

Padre José de Acosta que proclama, doscientos años antes que el Mercurio Peruano la<br />

aptitud de los indios, Diego de León Pinelo, fray Diego Gutiérrez Flores, Alberto de<br />

Acuña, el criollo Juan del Campo Godoy a quien los indios llamaban padre, fray Juan de<br />

Silva y los innúmeros cronistas y doctrineros que recogieron celosamente las huellas del<br />

pasado indígena. La posición asumida por Huamán Poma se halla, pues, dentro de una<br />

corriente ética propiciada y sostenida por los mismos colonizadores españoles, ninguno<br />

de los denunciantes sufrió por ello persecución o amenaza, de modo que es<br />

absolutamente inocua la dramatización que se hace principalmente por Markham y<br />

Means, de los riesgos corridos por el miserando autor de la crónica. La denuncia de los<br />

atropellos contra los indios, que fue hazaña singular, en la época de Colón y de Cortés,<br />

era ya un "tópico" en la época de Huamán Poma. Este pudo, pues, dentro del ambiente<br />

de libertad del pueblo español, en lo que no se refiriese a materia religiosa, decir<br />

abiertamente como las dijo, su verdad y su protesta. Sus apuntaciones sobre el régimen<br />

colonial, no son menos claras y expresivas que las que contienen la propia<br />

correspondencia o las memorias de la Virreyes y otros particulares de la época colonial,<br />

anteriores o posteriores, como los de don Juan de Padilla, denunciando al Rey los<br />

agravios, injusticias y tiranías que sufrían los indios del Perú, los de fray Francisco de la<br />

Cruz, pidiendo la extinción de la mita de Potosí o de los que años más tarde, escribieron<br />

los célebres viajeros españoles Juan y Ulloa, sobre los abusos y vicios de todo el<br />

Virreinato austral.<br />

No es posible juzgar el valor histórico de la obra de Huamán Poma fundándose en<br />

criterios racistas o sentimentales. Es un mérito que un indio de su tiempo con su escasa<br />

y confusa cultura, pero ayudado por su viva intuición, abordara la hazaña intelectual de<br />

escribir una crónica. Pero esto no puede llevarnos a divinizar todos sus yerros, inepcias<br />

e inexactitudes. La crónica de Huamán Poma es una "monstruosa miscelánea", amasijo<br />

de quechua y español, en la que se mezclan y repiten en la forma más burda, las más<br />

diversas y encontradas noticias sobre el pasado incaico y las épocas prehistóricas del<br />

Perú. Es necesario analizar con cuidado este baratillo o cajón de sastre, para extraer de<br />

él los hilos de oro de la tradición oral.<br />

Hay un indicio desfavorable para el enjuiciamiento del valor histórico de la Nueva<br />

Crónica y son sus continuos errores y confusiones sobre la historia y la geografía<br />

contemporáneas. Huamán Poma lejos de ser un erudito, yerra a cada paso en las<br />

noticias más sencillas y divulgadas sobre hechos cercanos del Incario o de la conquista<br />

ocurridos en vida de sus padres o en la suya misma, invitando a desconfiar de sus<br />

aseveraciones sobre personajes y sucesos de épocas más lejanas. Sin ir más lejos,<br />

Huamán Poma nos afirma que Almagro y Pizarro desembarcaron juntos en Tumbes (p.<br />

47), que el dominico Valverde era de la orden de San Francisco; que Almagro fue a<br />

España con Pizarro (p. 71); que la guerra entre Huáscar y Atahualpa duró 36 años (p.<br />

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