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pobre y después de haber andado tantos años en el mundo "no tenía un grano de maíz"<br />

(1097).<br />

La miseria no abate al altivo descendiente de los Yarovilcas. Este se presenta al<br />

corregidor y le reclama sus oficios y cargos de cacique principal y mayor de la provincia<br />

y le endereza la retahíla dudosa de sus títulos y honores: hijo de virreyes, nieto de incas,<br />

príncipe y excelentísimo señor. Juan de León Flores, el corregidor, escucha con<br />

tolerante curiosidad la cháchara del indio alucinado y declara que le honrará como a<br />

quien es y le dará un asiento adecuado a su rango. Pero no termina allí la locura o la<br />

cordura de Huamán Poma y, a renglón seguido, increpa al corregidor por qué obliga a<br />

los indios a tejer piezas de ropa en grandes cantidades en su pueblo, por qué explotaba<br />

a los pobres vendiéndoles en las pulperías y en otros rescates y por qué sacaba indios<br />

para los trajines del comercio y los transportes. Ante la incontinencia del apóstol indio, el<br />

corregidor depone sus buenas intenciones, elude devolverle sus casas y sementeras y le<br />

echa de la provincia. Huamán Poma protesta inútilmente, alegando ante el escribano las<br />

provisiones reales, pero, según un estribillo trágico "¡no hay remedio!" y el viajero<br />

valetudinario tiene que reemprender el viaje dirigiéndose por el camino de Huancavelica<br />

a Lima. Esto debió ocurrir hacia 1613. El cronista dice tener entonces como 80 años. No<br />

es edad de peregrinar, pero, aparte de que su cronología no es muy prolija, lleva en su<br />

alforja de viaje para presentarlo al Virrey el manuscrito de su Nueva Crónica y buen<br />

gobierno, que ha de ser enviado al Rey y ha de aliviar en el futuro la suerte de los<br />

indios. El ansia de redención le vuelve joven.<br />

La relación del viaje de Huamán Poma de Huamanga a Lima, octogenario y echado de<br />

su pueblo por los opresores de éste y por sus propios hermanos de raza, ocupa las<br />

últimas páginas de su crónica. Iba por los ásperos caminos de la sierra con su bordón de<br />

caminante, acompañado únicamente por su hijo Francisco de Ayala, su caballo Guiado<br />

() y sus perros Amigo y Lautaro (grabado pág. 1095). Al salir de su pueblo, aún dentro<br />

de los linderos de la provincia de Lucanas, en el pueblo de Otoca le asaltaron los indios<br />

por orden del indio bajo Juan Capcha y le robaron quinientos pesos. Después de este<br />

robo –que no está bien aclarado si ocurrió en esta ocasión– continuó su marcha por el<br />

camino de Chocorvos y Huaytará donde vivía alguno de sus parientes y fue a<br />

prosternarse en el ingenio minero de Choclococha ante la imagen de Nuestra Señora de<br />

la Peña de Francia, que era su devoción infantil.22 Era una de las advocaciones de la<br />

Inmaculada Concepción ante la cual estaba acostumbrado a orar en su pueblo de San<br />

Cristóbal de Suntunto (819, 827, 908, 919, 1100, 1105 y 1109). Recorrió Castrovirreyna,<br />

San Cristóbal, el asiento de Sotomayor, y pasó a Jauja, Huancayo, Concepción y los<br />

pueblos del valle del Mantaro. El caballo iba por los pasos nevados de los Andes, aterido<br />

de frío, con un temblor semejante al de los indios azogados en Huancavelica. El<br />

peregrino vio las extorsiones de los encomenderos en Yauyos y Huarochirí, oyó contar<br />

las pesquisas implacables del visitador Avila, extirpador de idolatrías en el pueblo de<br />

San Felipe que arrebataba a los indios sus topos y adornos de oro para las fiestas, vio a<br />

los cargueros servir en los tambos de los Yauyos y del Chorrillo y siguió su camino<br />

tratando de enderezar entuertos. En su odisea terrestre halló españoles amigos y<br />

hostiles, caciques compasivos como el de Jauja, perdió dos mulas y sus perros, y se le<br />

escapó su hijo don Francisco de Ayala. Quedó solo y desamparado. Los pasantes, al<br />

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