Inaugurado en 1981, el Parque Nacional del Garajonay, en el ...

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28.12.2014 Views

El manto verde que ocultó el volcán Volamos hasta Canarias para adentrarnos en el corazón de las Islas Verdes: La Palma, La Gomera y El Hierro. Inscritas dentro de la región atlántica de Macaronesia, hemos querido averiguar si su nombre se debe al color de los paisajes, a su naturaleza ciertamente ecológica o a la picardía de un acento que nos ha conquistado. Texto: Sara Morillo Fotografías: Alex del Río

DDesde un pequeño avión con hélices, rumbo a la Isla pasa Bonita –llamémosla La Palma–, recuerdo mi primera reacción cuando, hace años, descubrí el archipiélago canario. Ya entonces una atracción indescriptible me unió profundamente a esta tierra. Por primera vez, tenía la sensación de que España y América no quedaban separadas por el océano Atlántico. Fue como trasladarme al lugar que vio nacer a mi madre, Colombia, con la diferencia de que aquí podía pagar en pesetas un pincho de tortilla. Ya entonces me quedó claro que los vínculos que comparten ambas culturas se han materializado en estas islas de una manera tangible y deliciosa. Después de 15 años, vuelvo con otro objetivo: tratar de averiguar de dónde procede el color que irradian La Palma, La Gomera y El Hierro. Del verde esmeralda al más tenue y aceitunado. De acuerdo. Para los que vivimos en la península, este es un lugar que puede resultar remoto. No es tan sencillo como aferrarse a un volante o acomodarse en la cabina de un avión. El trayecto, por tierra, mar y aire, es ya de por sí una aventura excitante. Siempre me estimularon los retos. Puede que sea porque creo firmemente que es por la cabeza que repentinas ráfagas de viento y granizo grueso hagan acto de presencia en La Palma. Una rareza que nos ha tocado vivir como parte de esta exótica aventura. De hecho, no hay nada más exótico que ser testigo de un fenómeno meteorológico tan ajeno al clima habitual. Y a pesar de todo, cada día, algunos rayos del sol madrugan por el lado este, en la playa de los Cancajos, para alegrarnos la hora del desayuno a base de gofio, plátanos, papaya y café. Estamos en la misma latitud que Marruecos y eso se nota. Si hubiera que definir el viaje, sería algo así como ‘los mil y un climas de las islas verdes’. No eres consciente de la variación de temperaturas hasta que te encuentras a ti mismo en medio de un festival de prendas que van y vienen cada vez que te bajas del coche. No obstante, nosotros disfrutamos de las vistas que se suceden como una incontrolable secuencia de imágenes que no guardan relación entre sí. Nos trasladamos a Tazacorte, un pequeño pueblo, primer núcleo poblacional de la isla, que termina en una enigmática playa negra. Reto número uno: lidiar con un súbito vendaval que arrastra gravilla negra. Segundo: ir en busca de la luz que se escapa por el horizonte para la sesión de fotos en la playa. Una vez cumplidos los objetivos solo queda disfrutar de un par de ‘viejas’ –pescado de roca– en la Taberna del Puerto, al tiempo que practicamos un socorrido inglés. A nuestro lado, una profesora holandesa nos confiesa su devoción por este lugar –no son los únicos noreuropeos amantes del archipiélago–, mientras admiramos ensimismados la destreza de su marido en el arte del origami –la papiroflexia japonesa–. Arriba, el faro próximo al volcán Teneguía (La Palma). Detrás se encuentran Las Salinas de Fuencaliente. una de las condiciones que exige conocer algún paraíso. Lo más asombroso es que en mi recién descubierto edén no ha hecho estragos una enfermedad letal llamada urbanización descontrolada. Quizá por ello, aquí sea posible cultivar algo llamado conciencia ecológica, y cuyos frutos mejoran la calidad de vida de las personas y potencian la belleza de los lugares. Para los peninsulares –término empleado por los canarios–, el archipiélago es sinónimo de buen tiempo en pleno invierno. Me atrevo a decir que a nadie se le para un astrofísico, La Palma resulta apasionante, un lugar que por sus condiciones ambientales es único en el mundo. Alberga uno de los mayores observatorios ópticos de la tierra. Se encuentra dentro de los límites del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, un espacio natural protegido, desde 1954, que atesora una rica biodiversidad endémica e inscrito como Reserva de la Biosfera desde 1983. Una irónica cadena de sucesos nos impide subir hasta el Roque de los Muchachos, el punto más alto del parque –2.424 metros sobre el nivel del mar– y hogar de los astrofísicos residentes en el Gran Telescopio Canarias. Romano Corradi nos recibe, unos kilómetros más abajo, en la sede administrativa. El investigador italiano explica que las condiciones climatológicas propicias para que la capa de inversión pueda formarse se dan aquí, en Hawái y en el desierto de Atacama. Para los profanos: las nubes forman capas medias que simulan un grandioso mar blanco. De este modo, el cielo queda despejado por completo en la cumbre, una ecuación perfecta para los estudiosos del

El manto verde<br />

que ocultó <strong>el</strong> volcán<br />

Volamos hasta Canarias para ad<strong>en</strong>trarnos <strong>en</strong> <strong>el</strong> corazón de las Islas Verdes:<br />

La Palma, La Gomera y El Hierro. Inscritas d<strong>en</strong>tro de la región atlántica de Macaronesia,<br />

hemos querido averiguar si su nombre se debe al color de los paisajes, a su naturaleza<br />

ciertam<strong>en</strong>te ecológica o a la picardía de un ac<strong>en</strong>to que nos ha conquistado.<br />

Texto: Sara Morillo Fotografías: Alex d<strong>el</strong> Río

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