2 - Gnostic Liberation Front

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Cuando Chile rompió relaciones con el Eje, lo hizo con la mayor dignidad posible. Era Presidente de la República un hombre íntegro, Juan Antonio Ríos, casado con una dama de ascendencia alemana. Ministro de Relaciones Exteriores era un tío mío, hermano de mi madre, Joaquín Fernández y Fernández. El rompió relaciones con Alemania y yo rompí con él. No fue capaz de resistir la presión de los Estados Unidos ni de renunciar antes de poner su firma en ese documento infamante. También rompió la Argentina de Perón. Países como los nuestros no pudieron hacer otra cosa. Pero el Embajador de Chile en Alemania, Tobías Barros Ortiz, resistió la presión hasta el último. Fue un gran embajador. Nací en un país de altas montañas y me crié a los pies de la Cordillera divina. Por ello me es imposible vivir en llanuras, en valles desde donde no se divisen cumbres nevadas. Poco después de mi iniciación, un amanecer, en ese sueño despierto, se me presentó la cumbre oscura de la montaña que enmarca nuestra ciudad. Dentro de ella había dos figuras gigantescas, una levantaba los brazos abiertos hacia la cumbre, la otra se inclinaba con los brazos colgantes. Los perfiles de sus cuerpos estaban trazados por vetas doradas. Desde entonces, pienso que las montañas están habitadas por gigantes; más aún, que las montañas mismas son gigantes petrificados, que allí se inmovilizaron, se revistieron de la roca, cuando el Antiguo Sol se fue. Y esperan su regreso, para salir de nuevo a habitar el mundo. Será el fin del Kali-Yuga. Existe una religión de la Montaña. Quien se acerca a las altas cumbres siente que todo lo pequeño desaparece, queda en los valles tenebrosos, en las ciudades donde vive el animal-hombre. Arriba es la morada de los Dioses, de las nieves de los arios. En todo el mundo, los héroes, los semidivinos, han venerado la Montaña. En los Estados Unidos del Norte, es el Monte Cuchama, sagrado para los hombres rojos, que aún conservan como su símbolo sacro la Swastika. Cuando aún vivía el profesor Hermann Wirth, una delegación de indios pieles rojas le visitó en Alemania. Iban en busca del "hombre que en Europa también adoraba esa misma Swastika". Pero él ya no estaba allí. Había partido precisamente en busca de una Montaña. ¿De dónde han venido esos símbolos y esas tradiciones hiperbóreas que aún custodian los indios nobles de la raza roja? De un pueblo desaparecido de gigantes blancos que viviera en el Monte Cuchama antes que ellos. Esto se revela en "The History of (Lower) California", de F.J. Clavigero. En 1947 se descubrió en Sonora, México, a unas noventa millas al sur de Los Alamos, en una caverna de una montaña, cercana a los 7.000 pies de altura, una ciudad perdida con momias gigantes de ocho y nueve pies. En sus túnicas había bordadas pirámides azules. Nunca las cavernas fueron sitio para habitar, ni aun las del magda-leniense. Fueron lugares de culto. Esto lo confirma el profesor Wirth. Allí se daba la iniciación de los cazadores y los guerreros. En Matakiterani, en la Isla de Pascua, la Caverna de la Iniciación se llamó Hakrongo-Manu, "el Oidor del Pájaro Manutara". La caverna en la montaña representa lo femenino, la madre, lo oscuro. Allí se va a nacer de nuevo, venciendo lo tectónico, en el sagrado nacimiento iniciático. Allí se renace ario. La caverna en la montaña representa, además, la totalidad, el matrimonio mágico, porque la Montaña es el símbolo de lo masculino; en conjunto con la caverna, forman el Andrógino, el Hombre Total, Ardanarisvara. La caverna es el yoni, la montaña, el lingam. En los Himalaya, el Monte sagrado por excelencia es el Kailas. Se encuentra en los Trans-Himalaya y es lugar de peregrinación de hindúes, tibetanos y budistas. Allí, arriba, en su cumbre, reside Shiva con su esposa Parvati. Cumplen las Bodas Mágicas, en un eterno y estático Maithuna. Su hijo es Ganesha, el Dios-Elefante, simbolizando el recorrido del camino de la yoga tántrica de Kundalini, pues se encuentra en el primer Chakra, Muladhara, como Elefante Negro y en el quinto Chakra, Visuddha, como Elefante Blanco. Shiva es el Señor de la Yoga. Ganesha, es el Hijo del Hombre, el de la Inmortalidad. El Monte Kailas es la contraparte visible del Monte Meru, el invisible, así como el río Ganges es la contraparte física del río invisible, Saras-wati. Las figuras de animales, de Dioses-animales, nos están señalando una procedencia no humana, que trasciende lo humano. El Hijo del Hombre —Ganesha, el Dios-Elefante—, el Cuerpo Astral, ya no es humano. Del Monte Meru, el invisible, vienen los pueblos y las razas divinas y semidivinas: los Merovingios, o Meru-wingios. Meru-weg = camino del Monte Meru. Weg es camino, en alemán. También Maorí, Maurí y Ma-uru, Tierra de la Madre, de la Reina Blanca, la Atlántida, según Wirth. Por aquellos años yo leía y releía las expediciones a los Trans-Himalaya del explorador sueco de fines del siglo pasado y comienzos del nuestro, Sven Hedin. Partidario y amigo de Hitler, planificaron juntos las rutas más cortas para conectar Berchtesgaden con Lhasa, en el Tibet. Porque, al igual que los indios Pueblo, que los pieles rojas del Monte Cuchama, también los tibetanos fueron sólo los custodios del gran secreto de la raza de los gigantes blancos, los Dropas, que les precedieron. Ellos guardaban la entrada a la Ciudad interior de los Himalaya, Agharta, o Agharti. 90

Evans-Wentz, editor de "El Libro Tibetano de los Muertos", de "El Libro Tibetano de la Gran Liberación", de "Yogas Tibetanos y Doctrinas Secretas" y de "El Gran Yoga Tibetano, Milarepa", también ha escrito sobre la Montaña Sagrada Cuchama. Fue su último libro. Evans-Wentz era norteamericano y construyó en Almora una casa de piedra, con vista a los grandes gigantes del Himalaya. Ahí vivía mi amigo, el Lama Govinda. Le visitaba a menudo, yendo desde una casa que yo también ocupaba en esa alta aldea himaláyica, puerta de las peregrinaciones al Kailas. Me facilitaba su torre de la meditación. Teniendo frente a mí la vista indescriptible del Nanga Parvath, "entraba en combate", como diría mi Maestro, en las tardes que teñían de rosa las cumbres sagradas, también en algunos amaneceres de oro líquido, de oro alquímico. El Lama Govinda pintó el Kailas. Adquirí esta pintura y la tengo ahora frente a mí, junto con otra maravillosa de las cumbres himaláyicas del pintor ruso Nicolás Roerik. Las contemplo, escuchando "El Arte de la Fuga", de Bach, esa obra sublime, la última que compusiera, más arriba aun de las más empinadas cumbres de esta tierra, en el Monte Meru, el Invisible, en la más alta tonalidad de su alma inmortalizada por la Hiranyagarbha-Cabda, la Cabala Orfica. Dos mil años de dominio judeo-cristiano han transformado en peyorativo el término pagano. Un escritor tan anticristiano como Julius Evola, también cae en el mismo error de desprestigiar el vocablo por su incomprensión de Rosenberg y del nacionalsocialismo. Tengo conmigo su ensayo, "L'equivoco del Nuovo Paganesimo", y otro: "Paradosi dei tempi: Paga-nesimo razzista, eguale iluminismo Libérale". El culto y adoración de la Montaña, de la luz diurna, del Sol, de las fuerzas naturales, de los ríos y los árboles, ha sido profundamente espiritual y simbólico. No se adora el Sol como algo físico, sino lo que está detrás del Sol, su Nostalgia de otro Sol más allá de todos los soles: el Sol Negro, el Rayo Verde, algo inexistente, que se perdiera. Lo mismo con la Montaña, con el Árbol, con el Río. La alegría, la belleza, el amor y la fuerza que se desprenden y se logran en este culto, en esta religión tan antigua como el mundo, provienen de todo lo que está detrás del símbolo, que la Naturaleza sólo refleja y nuestra alma capta. Porque "las cosas vienen a nosotros deseosas de transformarse en símbolos", como decía Nietzsche. El cristiano, heredero directo del odio a la belleza del judío, nos ha emponzoñado la Naturaleza, primero espiritualmente, deformando el sentido pagano de la vida, y luego físicamente, contaminándola, envenenándola con sus productos de una tecnología y una ciencia judías, que terminarán por destruirla, como la más lógica expresión de su odio recóndito, impidiendo su transfiguración. La Nostalgia de la naturaleza, en la preantigüedad, se expresaba en el culto de la Luz del Año y del Sol, como el símbolo de esa Nostalgia de un Sol distinto, de un más allá del Sol, semilla espiritual y Luz de otra tierra. En la cepa nórdico-atlántida esta Nostalgia fue representada por medio de signos esquemáticos y mágicos, las Runas. El Sol Antiguo, el Sol Negro, más allá del Sol visible, por el que se siente la Nostalgia, es el Hombre que Vendrá, que retornará. Hacia él extiende sus brazos el vira todos los amaneceres, hacia ese Sol más allá de este sol. Es el hombre con los brazos extendidos hacia lo alto. El hiperbóreo que ha perdido ese Otro Sol es el hombre precipitándose al abismo de la noche de esta tierra, con los brazos abiertos y extendidos hacia abajo. Mis gigantes dentro de la Montaña. La Runa Man: T y la Runa Yr: i. Cuando la Luz del Sol Negro ha desaparecido, el vira se refugia en la Caverna Madre, a esperar el retorno, el renacimiento, la resurrección del Antiguo Sol. Federico Barbarroja va a la Caverna de Kyffháuserberg e Hitler a alguna caverna del Tibet, de un Monte de los Andes o de los hielos del Antartico. Entrarán en sueño, en ensueño, en hibernación, guardados por el Cuervo de Wotan, a la espera del retorno de la Luz del Sol Negro, de la apertura de la "Ventana" de la Caverna, que permitira pronunciar la Nueva Palabra mágica, la Nueva Runa, que romperá el Círculo de los círculos del Eterno Retorno, del Año Calendario de Brahma. Y la palabra será la Runa Hagal: %, formada por la conjunción de la Runa Man, de la Vida, y la Runa Yr, de la Muerte. El Hombre-Total, el Renacido, el Nacido Dos Veces, el Ario. Esta Runa tiene ya la forma de una Estrella de seis puntas (la que se robaron los judíos). En verdad es la Estrella de la Mañana, que también es el Lucero de la Tarde, Yepun y Oiyehue, la Estrella Doble de Lucifer, de Irmin, de Wotan, de Quetzalcdatl. La Estrella de la Iniciación de los Guerreros, de los Vigilantes de la Aurora, de los Caminantes del Alba, de los que van en dirección de Hiperbórea, hacia el retorno al Sol Negro, al reencuentro del continente sumergido en las aguas de la propia alma. Y cuando esto sucede, cuando el hombre renace, toma la Runa Hagal y la hace girar levógiramente, en dirección de Hiperbórea, del Polo Norte (que es el Polo Sur) y la transforma en la Swastika del 91

Cuando Chile rompió relaciones con el Eje, lo hizo con la mayor dignidad posible. Era Presidente de la República<br />

un hombre íntegro, Juan Antonio Ríos, casado con una dama de ascendencia alemana. Ministro de Relaciones<br />

Exteriores era un tío mío, hermano de mi madre, Joaquín Fernández y Fernández. El rompió relaciones con<br />

Alemania y yo rompí con él. No fue capaz de resistir la presión de los Estados Unidos ni de renunciar antes de<br />

poner su firma en ese documento infamante. También rompió la Argentina de Perón. Países como los nuestros no<br />

pudieron hacer otra cosa. Pero el Embajador de Chile en Alemania, Tobías Barros Ortiz, resistió la presión hasta el<br />

último. Fue un gran embajador.<br />

Nací en un país de altas montañas y me crié a los pies de la Cordillera divina. Por ello me es imposible vivir en<br />

llanuras, en valles desde donde no se divisen cumbres nevadas. Poco después de mi iniciación, un amanecer, en<br />

ese sueño despierto, se me presentó la cumbre oscura de la montaña que enmarca nuestra ciudad. Dentro de ella<br />

había dos figuras gigantescas, una levantaba los brazos abiertos hacia la cumbre, la otra se inclinaba con los<br />

brazos colgantes. Los perfiles de sus cuerpos estaban trazados por vetas doradas.<br />

Desde entonces, pienso que las montañas están habitadas por gigantes; más aún, que las montañas mismas son<br />

gigantes petrificados, que allí se inmovilizaron, se revistieron de la roca, cuando el Antiguo Sol se fue. Y esperan<br />

su regreso, para salir de nuevo a habitar el mundo. Será el fin del Kali-Yuga.<br />

Existe una religión de la Montaña. Quien se acerca a las altas cumbres siente que todo lo pequeño desaparece,<br />

queda en los valles tenebrosos, en las ciudades donde vive el animal-hombre. Arriba es la morada de los Dioses,<br />

de las nieves de los arios. En todo el mundo, los héroes, los semidivinos, han venerado la Montaña. En los<br />

Estados Unidos del Norte, es el Monte Cuchama, sagrado para los hombres rojos, que aún conservan como su<br />

símbolo sacro la Swastika. Cuando aún vivía el profesor Hermann Wirth, una delegación de indios pieles rojas le<br />

visitó en Alemania. Iban en busca del "hombre que en Europa también adoraba esa misma Swastika". Pero él ya<br />

no estaba allí. Había partido precisamente en busca de una Montaña. ¿De dónde han venido esos símbolos y<br />

esas tradiciones hiperbóreas que aún custodian los indios nobles de la raza roja? De un pueblo desaparecido de<br />

gigantes blancos que viviera en el Monte Cuchama antes que ellos. Esto se revela en "The History of (Lower)<br />

California", de F.J. Clavigero. En 1947 se descubrió en Sonora, México, a unas noventa millas al sur de Los Alamos,<br />

en una caverna de una montaña, cercana a los 7.000 pies de altura, una ciudad perdida con momias<br />

gigantes de ocho y nueve pies. En sus túnicas había bordadas pirámides azules.<br />

Nunca las cavernas fueron sitio para habitar, ni aun las del magda-leniense. Fueron lugares de culto. Esto lo<br />

confirma el profesor Wirth. Allí se daba la iniciación de los cazadores y los guerreros. En Matakiterani, en la Isla de<br />

Pascua, la Caverna de la Iniciación se llamó Hakrongo-Manu, "el Oidor del Pájaro Manutara". La caverna en la<br />

montaña representa lo femenino, la madre, lo oscuro. Allí se va a nacer de nuevo, venciendo lo tectónico, en el<br />

sagrado nacimiento iniciático. Allí se renace ario. La caverna en la montaña representa, además, la totalidad, el<br />

matrimonio mágico, porque la Montaña es el símbolo de lo masculino; en conjunto con la caverna, forman el<br />

Andrógino, el Hombre Total, Ardanarisvara. La caverna es el yoni, la montaña, el lingam.<br />

En los Himalaya, el Monte sagrado por excelencia es el Kailas. Se encuentra en los Trans-Himalaya y es lugar de<br />

peregrinación de hindúes, tibetanos y budistas. Allí, arriba, en su cumbre, reside Shiva con su esposa Parvati.<br />

Cumplen las Bodas Mágicas, en un eterno y estático Maithuna. Su hijo es Ganesha, el Dios-Elefante,<br />

simbolizando el recorrido del camino de la yoga tántrica de Kundalini, pues se encuentra en el primer Chakra,<br />

Muladhara, como Elefante Negro y en el quinto Chakra, Visuddha, como Elefante Blanco. Shiva es el Señor de la<br />

Yoga. Ganesha, es el Hijo del Hombre, el de la Inmortalidad.<br />

El Monte Kailas es la contraparte visible del Monte Meru, el invisible, así como el río Ganges es la contraparte<br />

física del río invisible, Saras-wati. Las figuras de animales, de Dioses-animales, nos están señalando una<br />

procedencia no humana, que trasciende lo humano. El Hijo del Hombre —Ganesha, el Dios-Elefante—, el Cuerpo<br />

Astral, ya no es humano.<br />

Del Monte Meru, el invisible, vienen los pueblos y las razas divinas y semidivinas: los Merovingios, o Meru-wingios.<br />

Meru-weg = camino del Monte Meru. Weg es camino, en alemán. También Maorí, Maurí y Ma-uru, Tierra de la<br />

Madre, de la Reina Blanca, la Atlántida, según Wirth.<br />

Por aquellos años yo leía y releía las expediciones a los Trans-Himalaya del explorador sueco de fines del siglo<br />

pasado y comienzos del nuestro, Sven Hedin. Partidario y amigo de Hitler, planificaron juntos las rutas más cortas<br />

para conectar Berchtesgaden con Lhasa, en el Tibet. Porque, al igual que los indios Pueblo, que los pieles rojas<br />

del Monte Cuchama, también los tibetanos fueron sólo los custodios del gran secreto de la raza de los gigantes<br />

blancos, los Dropas, que les precedieron. Ellos guardaban la entrada a la Ciudad interior de los Himalaya,<br />

Agharta, o Agharti.<br />

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