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2 - Gnostic Liberation Front

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El Agregado Cultural de la Embajada de Italia se llamaba Hugo Gallo. Tenía un tipo romano; sus ojos llenos de luz,<br />

su gloria de vida. Poseedor de una cultura clásica, aplicaba sus conocimientos a los sucesos del presente, de<br />

modo que su interpretación de los mismos nunca era fraccionada sino global, en busca de raíces lejanas y con<br />

proyecciones que superaban lo transitorio. Nos colaboró en "La Nueva Edad" y sus artículos nos eran muy<br />

valiosos. Iba yo a retirarlos a su oficina de la embajada, en aquellos tiempos un edificio de ladrillos rojos parecido<br />

a un castillo, que encuadraba muy bien con el cerro Santa Lucía ("Huelen" para los araucanos), en la calle<br />

Moneda, haciendo esquina frente a ese cerro.<br />

Una mañana de 1941 fui a su oficina a buscar su colaboración. Le encontré sentado tras su escritorio, con la vista<br />

perdida en las torres y almenas del cerro, que se veían desde su ventana. No me tenía la colaboración. Al parecer,<br />

ya no deseaba seguir escribiendo. Ante mi insistencia, comenzó a hablarme de un modo extraño: "¿Para qué<br />

escribir, para qué seguir luchando afuera..? Tu tienes un país extraordinario. Hay gente única aquí, difícil de<br />

encontrar en otra parte del mundo... Acabo de conocer..." y se calló.<br />

Le argumenté: "La guerra, Hugo, el combate, nuestros enemigos, no podemos renunciar...".<br />

"Ya lo sé, Miguel, y no pienso abandonar el combate, sólo continuarlo de un modo más eficaz, en otros planos..."<br />

"¿En qué otros planos? No lo entiendo. Sólo aquí podemos librarlo. Si yo pudiera iría a combatir al frente ruso".<br />

"No. Hay otra forma de destruir al enemigo..."<br />

"¿Qué otra forma? No la conozco, fuera de con las armas en la<br />

mano".<br />

"Hay otras armas, que no solamente destruyen el cuerpo físico. Y es allá donde se ganará realmente la guerra, o<br />

se perderá. Con esas otras armas..."<br />

No entendí nada, e insistí en mis argumentos. El se mantenía muy sereno, siempre con la mirada lejana, como si<br />

escuchara una voz interior, que le llegara desde las altas almenas, envueltas en la luz transparente del antiguo<br />

Santiago, de ese lejano Chile.<br />

"Hay alguien que debieras conocer, un ser muy grande, un compatriota tuyo... ¡Qué país tan extraño es Chile..!<br />

Partí sin la colaboración y creo que ya no volví a conseguir otra de él. Pero le seguí visitando, para conversar de la<br />

guerra y obtener información de su país. De vez en cuando, me volvía a insistir sobre la necesidad de que<br />

conociera a ese misterioso ser, del que no me daba mayores datos.<br />

Y fue así como un día, más bien para agradar a este amigo culto y apreciado, acepté acompañarle a visitar a ese<br />

personaje que se hallaba envuelto en un aura de misterio, por las fragmentarias alusiones, por la reticencia con<br />

que a él se refería.<br />

No sólo en nuestro país se halla muy desprestigiado el término "esoterismo". La gente de letras, de pensamiento,<br />

la gente culta, como gustan llamarse, rechazan todo lo que pueda tener que ver con este término. En verdad, se<br />

debe a incultura general, como habría dicho mi amigo Jasón, a formación incompleta y superficialidad; si se<br />

prefiere, al racionalismo. No me hallaba exento de todo eso en aquellos tiempos. Mi rechazo se debía, además, a<br />

que son los judíos y los masones quienes más propician la proliferación de sectas ocultistas y espiritualistas que<br />

hoy, especialmente, nos agobian. La India misma era vista como un foco de esta contaminación, y ya el sacerdote<br />

Omer Emeth (Emilio Vaisse), crítico literario de "El Mercurio", había atacado al Conde de Keyserling por la<br />

admiración que demostraba por el pensamiento ario hindú y por la China de Lao-Tse. A tales extremos llegaban la<br />

ignorancia y el sectarismo de los personajes que representaban y aún representan la cultura en este mundo<br />

criollo.<br />

Hay razón, sin embargo —pero una razón de otro tipo—, para desconfiar y alejarse de todas esas organizaciones<br />

y literatura ocultista, manejada de entre bambalinas por la masonería y el judaismo. Sirven para desviar la<br />

atención y el camino de las juventudes, sacándolas de los "negocios del mundo", que así quedan en sus únicas y<br />

ambiciosas manos. Después de la guerra, desde los años sesenta a esta parte, se ha hecho un uso<br />

indiscriminado del ocultismo, del hinduismo, del budismo zen, mezclándolos con la música negra, los "beatles", la<br />

música "pop", las drogas, los "hippies" y hasta el "boom" artificialmente provocado de Hermann Hesse, para<br />

destruir más de dos generaciones de jóvenes en el mundo. Todo esto es un plan manejado hábilmente, como<br />

siempre, por los "Sabios de Sión". Ha sido posible gracias a la ausencia de un esoterismo auténtico en las<br />

religiones de Occidente, por la inexistencia de un Cristianismo Esotérico, algo que pudo desarrollarse, pues allí se<br />

encontraban algunos elementos arios, como nos lo indicara el gnosticismo. La Iglesia ha colaborado a conciencia<br />

—de eso podemos estar seguros— en el gran plan de los Sabios de Sión, organización a la que pertenece, como<br />

lo enseña la exposición, también "esotérica", de Rosenberg, a la que ya hemos hecho mención. La hipocresía se<br />

manifiesta cuando sus personeros rasgan sus vestiduras ("Opus Dei", jesuitas, etcétera) al oír nombrar la palabra<br />

esoterismo. Ellos son los culpables de su proliferación, por haber dado al cristianismo una dirección<br />

eminentemente judaica, marxista, o promarxista, haciendo desaparecer los elementos arios que se le agregaran<br />

en los primeros años después de su entronización en Roma, con el aporte de sangre nórdica y de antiguos rituales<br />

del culto mitraístico-iráneo. Con anterioridad, las primeras comunidades cristianas se hallaban formadas<br />

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