2 - Gnostic Liberation Front

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05.11.2012 Views

sombrío, Drácuía bebedor de sangre. Si hemos dicho que en el Eterno Retorno también un judío podría, quizás, salvarse, escapando del Círculo de los círculos, ello deberá cumplirse mientras aquí viva, en este círculo, hoy. Después, ya nada más existe. El esfuerzo deberá ser hecho ahora. Es por todo esto que el mismo Hitler declaraba que el judío (aún siendo un sheidim) es lo más alejado del animal entre los hombres. Porque es una antirraza, producto de una Mente, de una Ley, de la ciencia de la sangre, de la religión de la antisangre. De cierta manera, es una "antirraza del espíritu", del "Contra-Espíritu". El más digno y dramático oponente en la Gran Guerra. Si el mundo no debiera ser completamente dominado y corrompido por el judío, únicamente el Hitlerismo Esotérico podría impedirlo. El Retorno del Führer. Por muy increíbles y antiguas que estas historias aquí contadas puedan parecer, no son las más antiguas de todas. En tiempos de Zaratustra también existió esta Guerra; los enemigos fueron los turáneos. En la India de Parasu-Rama fueron los asuras. En nuestro tiempo, los llamamos "judíos'.' Da lo mismo, pues es un asunto simbólico, heredado de otros universos. Es una Historia en verdad Sagrada y Maldita. Si esta Guerra se debiere cumplir en todos los mundos, no lo sabemos. La Creación misma parece ser una guerra, un conflicto. Sin embargo, no tiene por qué proyectar un dualismo cósmico, absoluto. Este dualismo, aquí visible, no debiera afectarnos, pues, no siendo monoteístas (los arios nunca lo han sido) tampoco somos mono-demonistas. Si hay más de un Dios, igual deberá suceder con los demonios, con los señores de las tinieblas. Para los cataros, el conflicto, la mezcla, el Demiurgo de este mundo, que ellos llamaron Jehová, sólo entraba a actuar desde el Quinto Cielo hacia abajo. Más allá, más arriba, la cosa se tornaba indescriptible, incomprensible, con otros mundos inefables, tal vez sin pares de opuestos. En tiempos de Hiperbórea no existió esta Guerra. (Hiperbórea estaba más allá del Quinto Cielo de los cataros.) Aun durante la gran guerra del Mahabaratha y también en la guerra de los Vanes y los Ases, el cuerpo no se hallaba tan materializado. Es sólo hoy, por lo mismo, cuando el conflicto desembocará en la destrucción del mundo físico visible. Por ello el Avatar de Hitler no ha venido a cerrar sólo un Yuga, sino un Manvantara. No era su misión destruir el mundo, la tierra física. El no podía hacerlo. Esa es la labor del judío y de su Arquetipo, del Señor del Caos y las Tinieblas. El judío no puede hacer otra cosa ya, ha sido "programado" para eso. Y el retorno de Kalki, que vendrá a juzgar, será montando sobre un Caballo Blanco, blandiendo una espada flamígera, como un cometa... El regreso del Führer, en el límite de la catástrofe (el cambio de Edad en la Nueva Edad), en el confín de un mundo y de otro, de la tierra física y de la tierra espiritual, será en un vimana, en un Disco de Luz (que "descenderá del cielo"). Y El también vendrá a juzgar, rescatando a sus elegidos del Ultimo Batallón, de su Wildes Heer. EL MAESTRO A la distancia de más de cuarenta años, desde que los camaradas Del Campo y Benito Rebolledo me instruyeran en el fundamental problema judío, miro hacia atrás y reconozco que el camino recorrido para penetrarlo y comprenderlo mejor ha ido en movimiento circular, en aproximación a un centro. Únicamente por medio de la inspiración, recibiendo mensajes de la "memoria de la sangre" y del Más Allá de ese Centro, se revelará el Misterio. Y esto no habría sido posible para mí sin el encuentro con el Maestro y su Iniciación. Abro el ejemplar de "La Nueva Edad", del 4 de noviembre de 1941, y releo mi ensayo "Los Judíos Invaden Chile". Es actual, como si lo hubiera escrito para el Chile de hoy. También lo es en su reseña histórica, como si se hubiera tendido un arco sobre el tiempo, para unir a ese joven de 24 años, con el hombre de 65 que ahora soy. Sin embargo, lo que acabo de exponer en las páginas precedentes es el fruto de todo este tiempo transcurrido, del estudio y la penetración en mí mismo. Y no habría sido posible sin las herramientas y las claves que me entregara el Maestro, junto con la Iniciación. En "Ni por Mar Ni por Tierra", mi primera obra de aliento, dije que debo tanto a la guerra que sólo puedo ser un guerrero. Lo repito hoy. A Hitler le debo todo, pues sin él nada habríamos conocido, nada se nos habría permitido. Por supuesto, el encuentro con el Maestro no fue un hecho casual. La vieja sentencia hermética lo dice bien: "Cuando el discípulo está preparado, el Maestro aparece". Jung ha llamado a esto "sincronismo". Una coincidencia extraña, casi mágica, entre una situación interior y otra exterior. Nietzsche se refiere a "los azares llenos de sentido". El encuentro con el Maestro venía preparándose desde siempre, sin que mi conciencia racional lo supiera. En el estilo de mi vida, estas cosas fundamentales me toman casi siempre de sorpresa. En "Las Visitas de la Reina de Saba" digo que el encuentro con esta reina es inesperado, que nunca se reconoce al instante. Otro tanto me sucedió con el Maestro. Y esto aun cuando debe haberse producido infinitas veces en el Eterno Retorno. Y así 60

también con Hitler. En "El Cordón Dorado" relato la impresión extraña, casi de rechazo que experimenté la primera vez que viera la fotografía de Adolf Hitler expuesta en un escaparate de una calle de Santiago. No "recordé", no lo "supe" al momento. Espero que esto no vuelva a suceder ni con el Maestro, ni con el Führer, ni con la Reina de Saba, en el Eterno Retorno; si es que continuará el Eterno Retorno, si es que tampoco vamos a encontrar en esta Ronda la salida del Círculo de los círculos. En los años que precedieron a la guerra y después, hasta 1941, yo creía que era únicamente aquí, en la superficie de la tierra, donde se resolvía el destino de los mortales. De las ciencias antiguas, de la magia, la alquimia, el hermetismo, no conocía mayormente. Me producían desconfianza. Recuerdo algunas conversaciones sostenidas con Jasón sobre estas materias, que a él le fascinaban. "Si no te interesas en la magia como disciplina, infórmate por necesidad cultural", me había dicho: Me encontraba inmerso en los filósofos y poetas alemanes, en las ciencias sociales, en Spengler, en D. H. Lawrence. Sin embargo, Keyserling de algún modo abría un camino en esa dirección. Y él era mi escritor favorito de esos años, especialmente en sus libros "Meditaciones Sudamericanas" y el "Diario de viaje de un Filósofo". Hablo sólo de esos años, de mis primeros escritos, de mi amistad con Jasón y del encuentro con el nazismo chileno; pero antes, mucho antes (para un muchacho de esa edad, cinco o seis años son muchos), puede que a los trece o catorce años, había comprado en una librería vecina al cerro Santa Lucía (la "Librería Cultura", de Francisco Fuentes) una obra sobre hipnotismo y el poder de la mente; no sé por qué. Quizás porque una tía abuela mía, quien vivió casi siempre en Europa, mujer de fuerte personalidad, me había hablado de hipnotismo y de la reencarnación, en la que ella creía. En 1941, durante la guerra, cuando escribiera ese ensayo sobre el problema judío, de seguir únicamente por el camino del hitlerismo visible, del nazismo político, al final me habría encontrado con un callejón sin salida. Estaría hoy igual que los combatientes exotéricos, los sobrevivientes sin esperanzas, deambulando como sonámbulo nostálgico, al sentir que el Círculo de Hierro se cierra cada vez más sobre nuestras cabezas, sin poder entender que aún se siga hablando de Hitler, cuando nadie lo hace de Chur-chill, de Roosevelt o de Stalin. Sin saberlo, yo había topado un límite, que no habría podido sobrepasar con los instrumentos intelectuales a mi disposición, ni siquiera con los que me aportaban mis amigos pintores. Es más, para poder avanzar en esos territorios peligrosos y desconocidos se hacían necesarios otros medios, nue'Vas fórmulas que yo no sabría dónde encontrar de no haber mediado un acontecimiento "sincronístico", un "azar lleno de sentido", que se produjo justamente en ese instante, como si alguien me hubiera estado vigilando y viniese en mi ayuda. Se cumplía así la sentencia alquimista: "No importa cuan solo estés, si realizas el recto trabajo, amigos ignorados vendrán en tu ayuda". Y había algo más, que no sé bien cómo explicar, aún hoy. Mejor dicho, no encuentro la forma de describirlo con palabras apropiadas, a pesar de haberlo intentado en más de una de mis obras, en "Ni por Mar Ni por Tierra", en "La Serpiente del Paraíso", en "El Círculo Hermético" y en "NOS, Libro de la Resurrección". Durante la noche, o al amanecer, mientras dormía, el sueño se me terminaba de golpe, pasando a un estado intermedio, de entre jueño y vigilia. Entonces, unas vibraciones eléctricas empezaban a ascender por mi cuerpo, desde un centro impreciso, aumentando en intensidad a medida que subían. Me parecía estar despierto, más despierto de lo que se puede estar durante el día; pero no podía moverme, me hallaba paralizado y ni una palabra escaparía de mi boca, aún cuando lo intentara. Hubo mañanas en que la criada entró al cuarto para, llevarme el desayuno y lo dejó en la mesa del velador. La veía, la escuchaba, sin poder salir de mi inmovilidad. El extraño fenómeno se producía en tres momentos. Primero, ese despertar sin despertar, repentino, de preferencia en el amanecer. Me dejaba en un límite entre dos mundos. Una sensación de ser arrastrado a un abismo, a una nada, que me succionaría si me dejaba caer en ese sueño profundo, en ese abismo, que era la muerte del yo, de la conciencia. Me producía un indecible espanto. Era como encontrarse dentro de un ataúd, muerto y tratando de resucitar. La inercia, el peso que arrastraban a esa nada eran irresistibles. Luchaba por volver en mí, sin seguridad de lograrlo, sintiendo que si no lo conseguía sería la muerte, la disolución. Luchaba y volvía a caer, volvía a luchar, desesperadamente. Y al fin lo lograba. Se producía, entonces, la segunda etapa. Despertaba, es cierto, pero "sin despertar", en el centro de esas vibraciones que me impedían moverme, dejándome allí paralizado, en ese mundo intermedio, entre el sueño y la vigilia, completamente lúcido, pero sin ver claramente lo de aquí, tampoco lo de allá. El tercer estado sólo lo alcancé después de encontrar al Maestro. Carecía de toda posibilidad de interpretar este suceso. Había leído sobre la catalepsia y temí que un día me tomaran por muerto y me enterraran, pudiendo volver a la vida dentro del ataúd. ¡Y vaya a saber si todo esto no era más que el "recuerdo" de un acontecimiento semejante acaecido en otra Ronda! Pensé seriamente en ver a un médico. Me detuvo el temor de que me tomara por loco, no sabiendo cómo podría explicar con palabras un hecho tan extraño, una situación que no era física, por así decir. Muchos años después expuse la experiencia al profesor Jung, y pareció no entenderla. También relaté el fenómeno al Dalai Lama y no tuve respuesta satisfactoria. Sólo el Maestro me la dio. Por eso debería entregarme a él sin reservas. 61

también con Hitler. En "El Cordón Dorado" relato la impresión extraña, casi de rechazo que experimenté la<br />

primera vez que viera la fotografía de Adolf Hitler expuesta en un escaparate de una calle de Santiago. No<br />

"recordé", no lo "supe" al momento. Espero que esto no vuelva a suceder ni con el Maestro, ni con el Führer, ni<br />

con la Reina de Saba, en el Eterno Retorno; si es que continuará el Eterno Retorno, si es que tampoco vamos a<br />

encontrar en esta Ronda la salida del Círculo de los círculos.<br />

En los años que precedieron a la guerra y después, hasta 1941, yo creía que era únicamente aquí, en la superficie<br />

de la tierra, donde se resolvía el destino de los mortales. De las ciencias antiguas, de la magia, la alquimia, el<br />

hermetismo, no conocía mayormente. Me producían desconfianza. Recuerdo algunas conversaciones sostenidas<br />

con Jasón sobre estas materias, que a él le fascinaban. "Si no te interesas en la magia como disciplina, infórmate<br />

por necesidad cultural", me había dicho: Me encontraba inmerso en los filósofos y poetas alemanes, en las<br />

ciencias sociales, en Spengler, en D. H. Lawrence. Sin embargo, Keyserling de algún modo abría un camino en<br />

esa dirección. Y él era mi escritor favorito de esos años, especialmente en sus libros "Meditaciones<br />

Sudamericanas" y el "Diario de viaje de un Filósofo".<br />

Hablo sólo de esos años, de mis primeros escritos, de mi amistad con Jasón y del encuentro con el nazismo<br />

chileno; pero antes, mucho antes<br />

(para un muchacho de esa edad, cinco o seis años son muchos), puede que a los trece o catorce años, había<br />

comprado en una librería vecina al cerro Santa Lucía (la "Librería Cultura", de Francisco Fuentes) una obra sobre<br />

hipnotismo y el poder de la mente; no sé por qué. Quizás porque una tía abuela mía, quien vivió casi siempre en<br />

Europa, mujer de fuerte personalidad, me había hablado de hipnotismo y de la reencarnación, en la que ella creía.<br />

En 1941, durante la guerra, cuando escribiera ese ensayo sobre el problema judío, de seguir únicamente por el<br />

camino del hitlerismo visible, del nazismo político, al final me habría encontrado con un callejón sin salida. Estaría<br />

hoy igual que los combatientes exotéricos, los sobrevivientes sin esperanzas, deambulando como sonámbulo<br />

nostálgico, al sentir que el Círculo de Hierro se cierra cada vez más sobre nuestras cabezas, sin poder entender<br />

que aún se siga hablando de Hitler, cuando nadie lo hace de Chur-chill, de Roosevelt o de Stalin. Sin saberlo, yo<br />

había topado un límite, que no habría podido sobrepasar con los instrumentos intelectuales a mi disposición, ni<br />

siquiera con los que me aportaban mis amigos pintores. Es más, para poder avanzar en esos territorios peligrosos<br />

y desconocidos se hacían necesarios otros medios, nue'Vas fórmulas que yo no sabría dónde encontrar de no<br />

haber mediado un acontecimiento "sincronístico", un "azar lleno de sentido", que se produjo justamente en ese<br />

instante, como si alguien me hubiera estado vigilando y viniese en mi ayuda. Se cumplía así la sentencia<br />

alquimista: "No importa cuan solo estés, si realizas el recto trabajo, amigos ignorados vendrán en tu ayuda".<br />

Y había algo más, que no sé bien cómo explicar, aún hoy. Mejor dicho, no encuentro la forma de describirlo con<br />

palabras apropiadas, a pesar de haberlo intentado en más de una de mis obras, en "Ni por Mar Ni por Tierra", en<br />

"La Serpiente del Paraíso", en "El Círculo Hermético" y en "NOS, Libro de la Resurrección". Durante la noche, o al<br />

amanecer, mientras dormía, el sueño se me terminaba de golpe, pasando a un estado intermedio, de entre jueño<br />

y vigilia. Entonces, unas vibraciones eléctricas empezaban a ascender por mi cuerpo, desde un centro impreciso,<br />

aumentando en intensidad a medida que subían. Me parecía estar despierto, más despierto de lo que se puede<br />

estar durante el día; pero no podía moverme, me hallaba paralizado y ni una palabra escaparía de mi boca, aún<br />

cuando lo intentara. Hubo mañanas en que la criada entró al cuarto para, llevarme el desayuno y lo dejó en la<br />

mesa del velador. La veía, la escuchaba, sin poder salir de mi inmovilidad. El extraño fenómeno se producía en<br />

tres momentos. Primero, ese despertar sin despertar, repentino, de preferencia en el amanecer. Me dejaba en un<br />

límite entre dos mundos. Una sensación de ser arrastrado a un abismo, a una nada, que me succionaría si me<br />

dejaba caer en ese sueño profundo, en ese abismo, que era la muerte del yo, de la conciencia. Me producía un<br />

indecible espanto. Era como encontrarse dentro de un ataúd, muerto y tratando de resucitar. La inercia, el peso<br />

que arrastraban a esa nada eran irresistibles. Luchaba por volver en mí, sin seguridad de lograrlo, sintiendo que si<br />

no lo conseguía sería la muerte, la disolución. Luchaba y volvía a caer, volvía a luchar, desesperadamente. Y al fin<br />

lo lograba. Se producía, entonces, la segunda etapa. Despertaba, es cierto, pero "sin despertar", en el centro de<br />

esas vibraciones que me impedían moverme, dejándome allí paralizado, en ese mundo intermedio, entre el sueño<br />

y la vigilia, completamente lúcido, pero sin ver claramente lo de aquí, tampoco lo de allá. El tercer estado sólo lo<br />

alcancé después de encontrar al Maestro.<br />

Carecía de toda posibilidad de interpretar este suceso. Había leído sobre la catalepsia y temí que un día me<br />

tomaran por muerto y me enterraran, pudiendo volver a la vida dentro del ataúd. ¡Y vaya a saber si todo esto no<br />

era más que el "recuerdo" de un acontecimiento semejante acaecido en otra Ronda! Pensé seriamente en ver a<br />

un médico. Me detuvo el temor de que me tomara por loco, no sabiendo cómo podría explicar con palabras un<br />

hecho tan extraño, una situación que no era física, por así decir. Muchos años después expuse la experiencia al<br />

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