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2 - Gnostic Liberation Front

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calle. Nos deteníamos a conversar afectuosamente, a pesar de que él debió conocer de mi combate y mi revista.<br />

Jaime Dvor (Dvoresky) fue otro buen amigo. Era un artista. La última vez le encontré con su mujer en París.<br />

Jóvenes judíos me escriben a menudo sobre mis libros, desde distintos lugares del mundo. Mantengo con ellos<br />

comunicación epistolar. Algunos me preguntan sobre Hitler, el "devorador de judíos". Otros, sobre las "segundas<br />

Tablas de Moisés", y "si yo creo que son auténticas como las primeras, que ellos ya no pueden conocer". He<br />

tratado el tema en "El Cordón Dorado". Estos jóvenes sufren, sin remedio. Sólo podrían trabajar para el Eterno<br />

Retorno, buscando por ahí un resquicio, una salida del Círculo —pero hoy mismo, sin demora—, logrando "crear<br />

nuevas leyes en el movimiento de las fuerzas, pero sin crear nuevas fuerzas", como diría Nietzsche. Es decir, para<br />

salirse, de algún modo, del Círculo de Tinieblas que les aprisiona y no volver más como judíos, antes de una total<br />

disolución. Romper la feroz ortodoxia, destruir el automatismo de la antisangre, el código genético que les<br />

condiciona para el cumplimiento del plan arquetípico. Y esto deberían hacerlo hoy y aquí. El caso de Paul Ree,<br />

amigo de Nietzsche y de Lou Salomé, sirve para ilustrar este terrible drama. Ha sido relatado en las Memorias de<br />

Lou Salomé.<br />

Me admiro de esas líneas escritas en la juventud. Por ello me refiero a la "memoria de la sangre", porque nada<br />

conocía con mi mente racional sobre el tema. Jamás en mi casa se había hablado de esto, ni tampoco entre los<br />

alumnos y profesores del colegio. Yo no sabía que me hallaba "condicionado" también en los cromosomas, en los<br />

genes, como en el otro extremo se encuentran los judíos. Pero ellos son adoctrinados, trabajados desde niños, en<br />

sus hogares y en las sinagogas, contra los "goym".<br />

Debo recordar otro acontecimiento de aquellos años de la juventud. Con Guillermo Atías —Anuar Atías era el<br />

nombre literario que él usaba—, fuimos una vez al cerro San Cristóbal con unas muchachas judías, sin saber que<br />

lo eran. El se reclinó sobre el césped, en la pendiente abrupta, con una de ellas, yo permanecí un tanto distante<br />

con otra. De pronto, vi que la muchacha que estaba con mi amigo se alzaba de un salto y emprendía una carrera<br />

por la pendiente del cerro, hasta desaparecer. Nos acercamos a Atías para preguntarle qué había sucedido. Entre<br />

resignado y sorprendido, nos respondió: "No lo sé. Sólo le dije que era árabe".<br />

Por falta de conocimiento yo no podía entender.<br />

Esa niña, desde muy jovencita, había sido manipulada en sus claves, en la "memoria de su antisangre". Los<br />

conflictos con los palestinos, los planes del sionismo, estaban en marcha desde siglos, aunque nosotros, los no<br />

judíos, y también los semitas árabes, lo ignoráramos por completo, o no los creyéramos. El ario, en su gran<br />

mayoría, piensa que todo esto es fantasía, novela de ciencia-ficción, romance policial, de espionaje, pura<br />

invención.<br />

Guillermo Atías, a raíz de la muerte de Barreto, se hizo comunista. Uno de sus hermanos llegó a ser un alto<br />

dirigente del partido.<br />

En el nazismo chileno, salvo Carlos Keller, no se tenía la menor idea del problema judío. Ni el mismo Jefe poseía<br />

una educación racista, limitándose todos ellos a repetir lo que les llegaba traducido de Alemania. No existía la<br />

posibilidad, salvo excepciones, de leer libros no traducidos, como "El Mito del Siglo XX", de Alfred Rosenberg, las<br />

obras del teórico racista Hans Günther, la psico-etnología de Ludwig Clauss, los trabajos monumentales de<br />

Hermann Wirth, "La Corte de Lucifer" y la "Cruzada contra el Gral", de Otto Rahn. Nadie había oído siquiera<br />

nombrar a Julius Evola y sus doctrinas esotéricas sobre la raza física, la raza del alma y la raza del espíritu,<br />

expuestas en los círculos intelectuales del fascismo italiano y en su revista "Ur".<br />

Entre nosotros, ni siquiera se conocía el libro "Raza Chilena", de Nicolás Palacios, ese Rosenberg chileno, al<br />

extremo que "El Mito del Siglo XX" se le parece hasta en sus defectos.<br />

Es en el número 10 de "La Nueva Edad" donde comienzo a tratar por primera vez el problema judío. Antes lo<br />

ignoraba. Cuatro meses después de la aparición del número inicial, el 4 de noviembre de 1941, publiqué allí un<br />

artículo titulado "Los Judíos Invaden Chile".<br />

Y fue gracias a esta revista, como he dicho, que llegué a conocer el problema judío. Ella hizo posible que dos<br />

pintores chilenos, que la leían, se acercaran a mí con el ánimo manifiesto de instruirme y de iniciarme en el<br />

conocimiento de ese fundamental asunto, sin el cual nada de la historia de los hombres del Kali-Yuga, de la Época<br />

Más Oscura, podrá comprenderse.<br />

Uno era el pintor Del Campo, padre de Pedro, el genio electrónico del nazismo, que hiciera sofisticadas<br />

instalaciones de radios para el Movimiento y para las comunicaciones del golpe del 5 de septiembre. Durante la<br />

guerra, ayudó a los alemanes a mantener contactos con buques y submarinos. El otro era Benito Rebolledo<br />

Correa, conocido pintor. Me hablaron de un tema misterioso y desconocido, dándome a leer "Los Protocolos de<br />

los Sabios de Sión", ese documento extraño, cuyo origen y procedencia tanto se ha discutido. Rosenberg lo hizo<br />

traducir a todas las lenguas, reactuali-zándolo y distribuyéndolo profusamente en el mundo. Basándose en los<br />

"Protocolos", Henry Ford escribió su libro "El Judío Internacional", que diera mucho que hablar en los Estados<br />

Unidos de su tiempo, antes del nazismo.<br />

En "La Nueva Edad", reproduje extractos de ambos libros. Especialmente me interesaba el siguiente Protocolo:<br />

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