2 - Gnostic Liberation Front

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05.11.2012 Views

la luz en el éter, del experimento de Michelson-Morley. Deberíamos preguntarnos si estos descubridores habrían establecido este dogma, de permitírseles otra cosa, de no intervenir el judío Einstein. Ahora bien, la "relatividad" no afecta el dogma inamovible, porque es asunto sólo del espectador y de sus sentidos, no alcanzando al punto de inmovilidad absoluto en que la teoría se coloca: "la constancia de la velocidad de la propagación de la luz", y que servirá con su ecuación algebro-matemática para explicar, o explicarse, cualquier cosa, cualquiera "relatividad", agregando nuevas ecuaciones, nuevos parámetros. Es decir, el judaismo se ha hecho de un nuevo absolutismo para imponerlo y aplicarlo a cualquiera contingencia pasada y futura ("Antes de mí, nada; después de mí, menos"). Un nuevo dogma, un "marxismo de la ciencia", un "freudismo de la física". Mito y misticismo judaicos. Para Einstein es lo mismo si la Tierra se mueve alrededor del Sol, o el Sol alrededor de la Tierra. Basta con agregar parámetros a la fórmula "jehovítica"; porque es tan cierta una cosa como la otra. Porque no hay verdad, la verdad no existe, ya que la misma ecuación de la velocidad de la propagación de la luz es una mera petición de principio. De este modo, se introduce la duda en el mundo ario, se empieza a minar su cosmos, para volverlo al caos. Todo es cuestión de cálculos, un poco o más complicados, que se agregan a la fórmula. Lo único que no cambia es la relatividad; se puede así admitir la relatividad de lo más inverosímil, de tal modo que todo parezca la misma cosa. Y Einstein está decidido, al parecer, a entregar una certeza al mundo ario, siempre que se esté dispuesto a pagarle el precio. ¿Qué precio? Abstractizarlo todo, reducirlo a puras fórmulas matemático-algebraicas, disolviendo la forma, la carne, la sangre, la encarnación de Dios y de los Dioses, al igual que Picasso. Porque la velocidad de propagación de la luz, su constancia, su "continuo pluridimensional", como última certeza, viene completamente matematizado, aritmetizado, en puras fórmulas, sin dejar un solo residuo de naturaleza caliente (el judío odia la Edad Dorada). No hay luz, no hay ni siquiera movimiento, sólo una nada de números y fórmulas. La última base sensible de la física moderna, las categorías geométrico-espaciales, desaparece. El espacio-tiempo se hace una sola cosa, un "continuo", pasando a ser expresado en fórmulas algebraicas. Desaparece hasta la noción de fuerza. La_"curvatura" —el "continuo espacio-temporal"— no significa nada que se pueda imaginar; nuevamente se trata de un valor algebraico. Se actúa sobre los hechos como "fenómenos" vacíos, que se reducen a fórmulas de la matemática algebraica. Se trata de registrar matemáticamente los hechos. Necesariamente se tenía que llegar a las máquinas de computación. La paradoja einsteniana de la "discontinuidad" y de la "improbabilidad" lleva directamente a reducir a "cantidades numéricas" la radiación atómica y a los mayores surrealismos, como la matemática y física "quántica", los "números transinfinitos", los "números imaginarios", etcétera. (Ver mi ensayo "Nietzsche y el Eterno Retorno", edición "Nueva Universidad"). La relatividad, la física atómica y quántica han ido al fondo más oculto de la realidad, al átomo, al electrón, al protón, a las partículas, intentando reducirlas a puras fórmulas matemáticas y algebraicas, vaciándolas de todo sentido y espíritu. Para los arios, los átomos no han sido nunca fórmulas numéricas abstractas, vacías. Son los gnomos, las Runas mágicas, los Dioses atómicos. Para el judío sólo es real lo que se puede conocer "positivamente", sin sangre, sin carne, sin "encarnación" terrestre, sin forma, sin sol espiritual. Para el judío no hay más inmortalidad que la "persistencia", "constante", o "constancia", como en el "parámetro" einsteniano. Porque la diferencia de esta abstracción matemática, puramente cabalística, de la Cabala Numeral judía —adulterada por los judíos— con la concepción aria de Maya, la Ilusión, del hinduismo, de la filosofía Vedanta, es fundamental. En la "catarsis" de la física judía, como la llama Julius Evola —"catarsis demoniaca"— no se alcanza una superación del individuo, ni un Nirvana búdico, menos el Kaivalya tántrico, no se logra el plano de una Realidad Superior, más allá de Maya, espiritual y trascendente, donde llegaban por iniciación los viras en las iniciaciones místico-religiosas de los Misterios griegos, egipcios y persas. Sólo se alcanza una esfera numeral, cabalística, del puro pensamiento matemático y racionalista extremos. No hay superación ni transmutación de la condición humana. El científico es un hombre pedestre, hasta subhumano. Es cierto que la matematización de la física no ha comenzado con los judíos, porque ellos no son nunca los creadores; pero solamente los judíos podían llevarla a esos extremos. Desde siempre existió en el judaismo una tendencia a la especulación matemática abstracta y sin vida, a la negación del cosmos espiritual como una unidad viviente, una tendencia al caos y a la nada. El álgebra y las matemáticas llegaron al Occidente europeo a través de los semitas. Para Pitágoras las matemáticas, los números, significaban otra cosa, eran símbolos vivos de un misterio espiritual. Magia, Alquimia de Transmutación. Para los nórdicos polares, eran las Runas sacras. Los números que hicieron posible las operaciones algebraicas son los árabes, semitas. Los romanos no los conocían, tenían otros procedimientos de cálculo, aun para la construcción de sus maravillosas obras de ingeniería, puentes y estadios. Sus números, los números romanos, no sirven ni para realizar las más elementales operaciones de la aritmética. Los judíos, los semitas, en general, han tenido siempre una tendencia a la especulación de la matemática abstracta, aplicándola al mundo divino, aun con Spinoza. De ahí la transformación que los judíos hicieran de la Cabala Orfica. Los números arios son más bien sonidos, notas, como en la música órfica, la de los mantra, la Hiranyagarbha-Cabda. La "ciencia judía" llevará a la destrucción, a la aniquilación final del mundo ario, por vocación interior irresistible. Lo hará con la bomba atómica einsteniana, a menos que se logre imprimirle a la ciencia una dirección nueva, aria. Y esto es casi imposible, dado el dominio del mundo actual por el judío. La integración del mundo sensible y natural, 40

de su Maya, como símbolo, en otra realidad suprema, suprasensible y suprarracio-nal sería el camino. Nunca antes la ciencia predominó sobre la concepción del mundo, a la que se hallaba subordinada, nunca la especialidad ni los especialistas se impusieron al unus mundus, manteniéndose una relación esencial con el transuniverso de las cualidades. El ideal impregnaba la philosophia naturalis, también el Derecho Natural. Hoy la filosofía se ha acabado, la concepción del mundo unitaria no resiste al especialista, al computador, al calculador matemático, a la pura abstracción quántica. Es con las logias masónicas, con el Iluminismo, que se inicia la corriente racionalista de los tiempos modernos, una prueba más de que la masonería fue dominada por el judaismo. Las ciencias positivas inician su carrera fantasmal hacia "el progreso humano indefinido, irreversible". Es con Hitler y con la Alemania hitlerista que se realiza un cambio fundamental, también en el dominio de la ciencia. En tan pocos años, el Inconsciente Ario impone sus representaciones, sus concepciones hiperbóreas, arquetípicas, diferentes. No acepta la teoría de la relatividad einsteniana. Por eso Hitler, pudiendo llegar —y habiendo llegado— por sus propios caminos a la bomba atómica, a la desintegración del átomo, no podía usar esa bomba aniquiladora, desintegradora, porque no correspondía a su Arquetipo integrador, no atomizador, en su Inconsciente Colectivo Ario. Y fue así como no la usó. En "El Cordón Dorado. Hitlerismo Esotérico" he relatado lo que Skorzeny escribe al respecto: Hitler le confesó que no usaría la bomba atómica para ganar la guerra. Es muy posible que la bomba que los americanos emplearon contra el Japón fuera la que los alemanes no usaron contra ellos. De haberlo hecho, Hitler no habría ganado la guerra, la habría perdido, pues habría judaizado su propio mundo, valiéndose de un procedimiento judío extremo. Habría utilizado el arma del enemigo. Habría perdido ganando. En cambio, ganó perdiendo. La dirección de la ciencia aria lleva a mundos totalmente diferentes, a universos integrados, pudiendo transfigurar la naturaleza. Hitler podría haber intentado retornar a la Edad Dorada, a Hiperbórea, enderezando el Eje de la Tierra. Y lo habría logrado. Pero todo esto no es ciencia destructiva, sino integradora. Es Ciencia de la Paz, de Pax Aria. Lleva directamente al reencuentro con el Gral, es decir, a Otra Ciencia, con otra dirección, con otro Sentido, pudiendo reencontrarse el paso entre los mundos, cielo y tierra, la salida, la entrada a las Ciudades Encantadas, al Reino de los Gnomos del Rey Laurin, a Agartha, a Avallon, al Walhallah, a la Ultima Thule, a la Tierra Interior, al "cuerpo astral", al doble espiritual de la Tierra. Esto lo logró el Führer casi al final de la guerra. De ahí los Discos Volantes, los OVNIS. El reencuentro con los vimanas, con los ostras de la Guerra del Mahabaratha. De ellos nos hablan los hindúes y Homero. El hallazgo de esta legendaria ciencia antigravitacional del Espíritu jamás será posible para el judío, porque no pertenece a los arquetipos de su Inconsciente Colectivo. Sólo se logra en unidad "sincronística", de dentro y de fuera, de la tierra y del hombre, por medio de una iniciación mágica, que transforme, transmute al individuo. Sólo podrá partir en un vimana quien sea capaz de "volar", de "proyectar su cuerpo". Sólo el que conozca cómo hacerse invisible (con la Tarnkappe de Siegfried), podrá pasar a los mundos invisibles. Y esto no lo lograría Einstein ni los físicos matemáticos quánticos. Esa ciencia queda fuera de su alcance. Es la sabiduría de los arios. No se trata, sin embargo, de renegar de todo lo alcanzado por la ciencia moderna, afirma Evola, sino de imprimirle otra dirección, con un sentido ario. Imbuir a las nuevas generaciones del espíritu antiguo, para que puedan afrontar la experimentación y la investigación, siendo capaces de reflejar el otro aliento cósmico de la luminosa espiritualidad de los hijos de la luz. Esto fue logrado al final casi de la Gran Guerra, cuando los hitleristas reencontraron la Sabiduría Hiperbórea/en las tierras de los cataros y la descifraron. De ahí los OVNIS. En ellos partió el Führer ario, el Dos Veces Nacido, el Renacido. Está de más decirlo, porque ya lo hemos hecho, que en la exposición del problema judío no puede existir obcecación. Nos estremecemos ante ese misterio maligno y oscuro. Con Hitler, debemos repetir que "el judío es lo más alejado del animal en esta tierra". Si hay desprecio en nosotros no puede serlo para el judío, sino para los no judíos que traicionan sus esencias, por su cobardía abismal, por su materialismo y pusilanimidad. Ellos sí que son animales, peor que animales; animales-hombres. He conservado amigos judíos, y aunque no nos veamos, con más de alguno mantengo correspondencia. Ellos no han dejado de saludarme por mis opiniones, por mi combate. Quizás también admiren a un enemigo abierto, que ha descubierto sus planes y la mentira de su verdad. Le admirarán, aunque le destruyan. De ahí su fascinación por Hitler. No pueden dejar de ir hacia él, hipnotizados, realizando todo aquello que, al final, favorece la resurrección de su Mito. Todavía no era un adolescente cuando debí colaborar con un artículo en la revista literaria del colegio. Ya había dejado el Internado Barros Arana, cuando escribí un trabajo sobre Panait Istrati, escritor rumano en boga en esos tiempos. Conté que Istrati, muy pobre, debía tocar el vio-lín en las "fiestas groseras de los judíos". No recuerdo si escribí las "fiestas groseras" o "los groseros judíos". Un compañero de curso se me acercó y me dijo: "¿Por qué has escrito eso? ¿Qué sabes tú de las fiestas judías? No son groseras, te lo puedo asegurar, porque soy judío". Debí aceptar sus palabras, pues en verdad yo no sabía nada de las fiestas judías, ni de los judíos. Jedliky se llamaba ese compañero de curso, era pelirrojo y concentrado. Durante la guerra, le encontraba a menudo en la 41

la luz en el éter, del experimento de Michelson-Morley. Deberíamos preguntarnos si estos descubridores habrían<br />

establecido este dogma, de permitírseles otra cosa, de no intervenir el judío Einstein.<br />

Ahora bien, la "relatividad" no afecta el dogma inamovible, porque es asunto sólo del espectador y de sus<br />

sentidos, no alcanzando al punto de inmovilidad absoluto en que la teoría se coloca: "la constancia de la velocidad<br />

de la propagación de la luz", y que servirá con su ecuación algebro-matemática para explicar, o explicarse,<br />

cualquier cosa, cualquiera "relatividad", agregando nuevas ecuaciones, nuevos parámetros. Es decir, el judaismo<br />

se ha hecho de un nuevo absolutismo para imponerlo y aplicarlo a cualquiera contingencia pasada y futura<br />

("Antes de mí, nada; después de mí, menos"). Un nuevo dogma, un "marxismo de la ciencia", un "freudismo de la<br />

física". Mito y misticismo judaicos.<br />

Para Einstein es lo mismo si la Tierra se mueve alrededor del Sol, o el Sol alrededor de la Tierra. Basta con<br />

agregar parámetros a la fórmula "jehovítica"; porque es tan cierta una cosa como la otra. Porque no hay verdad, la<br />

verdad no existe, ya que la misma ecuación de la velocidad de la propagación de la luz es una mera petición de<br />

principio. De este modo, se introduce la duda en el mundo ario, se empieza a minar su cosmos, para volverlo al<br />

caos. Todo es cuestión de cálculos, un poco o más complicados, que se agregan a la fórmula. Lo único que no<br />

cambia es la relatividad; se puede así admitir la relatividad de lo más inverosímil, de tal modo que todo parezca la<br />

misma cosa. Y Einstein está decidido, al parecer, a entregar una certeza al mundo ario, siempre que se esté<br />

dispuesto a pagarle el precio. ¿Qué precio? Abstractizarlo todo, reducirlo a puras fórmulas<br />

matemático-algebraicas, disolviendo la forma, la carne, la sangre, la encarnación de Dios y de los Dioses, al igual<br />

que Picasso. Porque la velocidad de propagación de la luz, su constancia, su "continuo pluridimensional", como<br />

última certeza, viene completamente matematizado, aritmetizado, en puras fórmulas, sin dejar un solo residuo de<br />

naturaleza caliente (el judío odia la Edad Dorada). No hay luz, no hay ni siquiera movimiento, sólo una nada de<br />

números y fórmulas. La última base sensible de la física moderna, las categorías geométrico-espaciales,<br />

desaparece. El espacio-tiempo se hace una sola cosa, un "continuo", pasando a ser expresado en fórmulas<br />

algebraicas. Desaparece hasta la noción de fuerza. La_"curvatura" —el "continuo espacio-temporal"— no significa<br />

nada que se pueda imaginar; nuevamente se trata de un valor algebraico. Se actúa sobre los hechos como<br />

"fenómenos" vacíos, que se reducen a fórmulas de la matemática algebraica. Se trata de registrar<br />

matemáticamente los hechos. Necesariamente se tenía que llegar a las máquinas de computación. La paradoja<br />

einsteniana de la "discontinuidad" y de la "improbabilidad" lleva directamente a reducir a "cantidades numéricas"<br />

la radiación atómica y a los mayores surrealismos, como la matemática y física "quántica", los "números<br />

transinfinitos", los "números imaginarios", etcétera. (Ver mi ensayo "Nietzsche y el Eterno Retorno", edición<br />

"Nueva Universidad").<br />

La relatividad, la física atómica y quántica han ido al fondo más oculto de la realidad, al átomo, al electrón, al<br />

protón, a las partículas, intentando reducirlas a puras fórmulas matemáticas y algebraicas, vaciándolas de todo<br />

sentido y espíritu. Para los arios, los átomos no han sido nunca fórmulas numéricas abstractas, vacías. Son los<br />

gnomos, las Runas mágicas, los Dioses atómicos. Para el judío sólo es real lo que se puede conocer "positivamente",<br />

sin sangre, sin carne, sin "encarnación" terrestre, sin forma, sin sol espiritual. Para el judío no hay<br />

más inmortalidad que la "persistencia", "constante", o "constancia", como en el "parámetro" einsteniano.<br />

Porque la diferencia de esta abstracción matemática, puramente cabalística, de la Cabala Numeral judía<br />

—adulterada por los judíos— con la concepción aria de Maya, la Ilusión, del hinduismo, de la filosofía Vedanta, es<br />

fundamental. En la "catarsis" de la física judía, como la llama Julius Evola —"catarsis demoniaca"— no se alcanza<br />

una superación del individuo, ni un Nirvana búdico, menos el Kaivalya tántrico, no se logra el plano de una<br />

Realidad Superior, más allá de Maya, espiritual y trascendente, donde llegaban por iniciación los viras en las<br />

iniciaciones místico-religiosas de los Misterios griegos, egipcios y persas. Sólo se alcanza una esfera numeral,<br />

cabalística, del puro pensamiento matemático y racionalista extremos. No hay superación ni transmutación de la<br />

condición humana. El científico es un hombre pedestre, hasta subhumano.<br />

Es cierto que la matematización de la física no ha comenzado con los judíos, porque ellos no son nunca los<br />

creadores; pero solamente los judíos podían llevarla a esos extremos. Desde siempre existió en el judaismo una<br />

tendencia a la especulación matemática abstracta y sin vida, a la negación del cosmos espiritual como una unidad<br />

viviente, una tendencia al caos y a la nada.<br />

El álgebra y las matemáticas llegaron al Occidente europeo a través de los semitas. Para Pitágoras las<br />

matemáticas, los números, significaban otra cosa, eran símbolos vivos de un misterio espiritual. Magia, Alquimia<br />

de Transmutación. Para los nórdicos polares, eran las Runas sacras. Los números que hicieron posible las<br />

operaciones algebraicas son los árabes, semitas. Los romanos no los conocían, tenían otros procedimientos de<br />

cálculo, aun para la construcción de sus maravillosas obras de ingeniería, puentes y estadios. Sus números, los<br />

números romanos, no sirven ni para realizar las más elementales operaciones de la aritmética. Los judíos, los<br />

semitas, en general, han tenido siempre una tendencia a la especulación de la matemática abstracta, aplicándola<br />

al mundo divino, aun con Spinoza. De ahí la transformación que los judíos hicieran de la Cabala Orfica. Los<br />

números arios son más bien sonidos, notas, como en la música órfica, la de los mantra, la Hiranyagarbha-Cabda.<br />

La "ciencia judía" llevará a la destrucción, a la aniquilación final del mundo ario, por vocación interior irresistible. Lo<br />

hará con la bomba atómica einsteniana, a menos que se logre imprimirle a la ciencia una dirección nueva, aria. Y<br />

esto es casi imposible, dado el dominio del mundo actual por el judío. La integración del mundo sensible y natural,<br />

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