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2 - Gnostic Liberation Front

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El Palacio de la Moneda, sede de la Presidencia y del Ministerio de Relaciones Exteriores, fue bombardeado con<br />

proyectiles de la aviación, produciéndose un incendio que povocó grandes daños. En esos días eran visibles las<br />

huellas del fuego. Cuando caminaba por sus pasillos en busca de los archivos donde pensaba hallar algunos de<br />

mis informes, me encontré en un cuarto vacío de muebles y cubierto de papeles, de documentos semi-destruidos.<br />

Un joven funcionario se movía entre esas ruinas, tratando de poner un poco de orden. Me detuve allí un instante.<br />

Con emoción y sorpresa creí reconocer el sello de un documento. Me agaché a recogerlo. Era el convenio<br />

comercial entre Chile y la India. Estaba casi intacto, salvo algunos bordes quemados y una capa de cenizas. Mi<br />

firma aparecía junto a la del Ministro de Comercio de India. Muchos rostros vinieron a mi memoria. El de José<br />

Maza, de Pedro Alvarez, de Guillermo Carey, el de la señora Krishna Hutheesing, hermana de Nehru, el de Indira<br />

Gandhi. que tanto nos ayudó, y el del mismo Nehru. Muchos de ellos ya han desaparecido. Y el de mi fiel<br />

secretario hindú, Mani; el de mi autista, Michael, compañero inolvidable de tantas expediciones a los santuarios<br />

sacros de las cimas himaláyicas. Nadie en el Chile de hoy recuerda siquiera quién fue José Maza, figura<br />

romántica, que pudo ser Presidente de Chile y que renunció a esa posibilidad por el amor de una mujer; muchas<br />

veces fue Presidente del Senado. ¿Quién recuerda a Pedro Alvarez y tantos otros hábiles y esforzados<br />

representantes del salitre chileno en Londres? ¡Ah, cómo luché junto a ellos para vender salitre y cobre a la India!<br />

Ahora nada de eso contaba. Eramos civiles, gente toda culpable de no sé qué. Ese convenio por el que tanto nos<br />

habíamos esforzado y en el que había puesto sus ilusiones hasta un estadista como Nehru, no era más que un<br />

papel sernfqüemado.<br />

Aunque no estuve en Chile durante ese período siniestro de la Unidad Popular, mi familia permaneció aquí, mi<br />

hermano y mis hermanas y sus hijos combatieron y estuvieron dispuestos a perder sus vidas. Para alimentar a sus<br />

hijos debían hacer colas interminables en los racionamientos, que comenzaban a formarse durante la noche, la<br />

mayoría sin éxito alguno, porque los alimentos se agotaban pronto. Los civiles, con escaso armamento, la<br />

mayoría con simples palos o armas de cocina, se organizaban por barrios para defenderse de los batallones<br />

comunistas y del MIR, de los "cordones industriales", que se dejarían caer en cualquier momento sobre la<br />

población. Los civiles, hombres y mujeres, estuvieron dispuestos a pelear y a morir, como Don Pedro de Valdivia<br />

y sus acompañantes, pocos y menos armados, frente a la horda mapuche. Las Fuerzas Armadas, en ningún<br />

momento, sufrieron como el civil; por el contrario, eran halagados por Allende; las temía y las necesitaba.<br />

Actuaron en el último momento, de modo seguro y con conexiones. Casi de inmediato establecieron esta división<br />

enojosa y tajante con el civil, borrando de una plumada toda la historia de Chile, por así decirlo, todo lo que el civil<br />

ha hecho, aun la misma Guerra del Pacífico, planeada por Portales y ganada por Vergara y Sotomayor. Mi<br />

hermano Diego, que interviniera a fondo para derrocar a Allende, anónimamente, como tantos otros, no pudo<br />

resistir el clima posterior de injusticia y fue decayendo visiblemente, con el alma contrita, hasta morir.<br />

¿Qué había pasado? Yo, que venía del extranjero, podría tal vez descubrirlo mejor. En el corto espacio de un día<br />

y de una noche todo cambió definitivamente. Y esto no podía ser un fenómeno explicable de manera corriente ni<br />

natural. Era algo sobrenatural. Lo más admirable fue que los habitantes de este país parecían no darse cuenta del<br />

suceso, entrando a formar parte o a propiciarlo sonambúlicamente, incluyéndose como piezas fatales del mismo.<br />

No hacía mucho, en un viaje anterior a Chile, había participado en reuniones llenas de vida y de inteligencia.<br />

Ahora buscaba a la misma gente, y no eran nada, como si un alma, un espíritu les hubiese abandonado y ellos lo<br />

aceptaran sin reclamos. Este espíritu se había también muerto, aun sin ellos saberlo, junto con el lado contrario,<br />

con el "enemigo". Un alma tradicional chilena, una figura, tal vez blanca y femenina, como aquella que abandonó<br />

el Occidente tras la última guerra, había dejado Chile para siempre. Otro era el espíritu que se encarnaba.<br />

Se acabaron las risas, las sonrisas amables, sólo caras adustas, gestos duros, gente que se cuadra al saludar. En<br />

la Alemania de Hitler, en plena guerra, nunca fue así. No lo fue en la España de Franco ni aun durante su Guerra<br />

Civil en la que realmente murió un millón de combatientes.<br />

Otro espíritu. ¿Qué espíritu era ese? Desde una ventana miraba la siniestra noche. Calles vacías, disparos,<br />

tableteo de metralletas. Luces vacilantes, un automóvil que pasaba a velocidad de pesadilla, seguramente<br />

escapando de algo. Y la vieja noche, la noche de Jasón venía a mi recuerdo.<br />

En una reunión, un hombre joven y triste contó un sueño que había tenido: La montaña se rompía, la roca saltaba<br />

en mil pedazos. El no habló de los gigantes, pero no pude dejar de conectar su sueño con ellos, porque, desde<br />

lejos, había estado pidiendo su intervención para salvar a Chile. Bien, los gigantes habían salido de la roca de los<br />

Andes y nos habían salvado; pero de nuevo se habían ido, porque el principio cinchicona del alma del<br />

Ré-ché-frísón (no del mapuche-mongol), y el Führer Prinzip, del alma visigoda aria, de la Hiperbórea surpolar,<br />

iban a ser traicionados," violados. Porque en Chile ya no había restos de sangre frisona en el mestizaje con el<br />

indio, ni de sangre visigoda en el componente blanco.<br />

Aquí el cinche, el jefe elegido libremente para el momento de mayor peligro, para esa emergencia, se iba a<br />

inmovilizar en el poder, con las consecuencias funestas que esto traería para el alma y el destino de la nación. Y<br />

si esto así había acontecido, imponiéndose a la fuerza el jefe elegido y aceptándolo el pueblo, es que los<br />

componentes raciales ya no eran los mismos y la involución genética se había acelerado. Chile, después de un<br />

siglo, se había transformado en dictadura militar, como un país centroamericano cualquiera. La merecía, la pedía<br />

genéticamente.<br />

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