2 - Gnostic Liberation Front

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05.11.2012 Views

Mientras abandonaba el Ministerio de Defensa, en dirección nuevamente del Ministerio de Relaciones Exteriores, marchando por esas calles patrulladas por tanques, con el ruido de esporádicos disparos, reflexionaba en la escena recién vivida. A la cabeza de la mesa de conferencia se encontraba ese hombre que el "destino genético" había destinado a Chile para los próximos años de una dictadura jamás vivida por este país hasta ahora, en todos los tiempos, desde Portales adelante. Estaba claro que él no era todavía el jefe indiscutido, ni lo había sido en el pronunciamiento militar. Sucedió igual que con Franco en España, quien tampoco fue líder carismá-tico, hasta que los acontecimientos le fueron dejando solo en el poder. El caso de Pinochet fue distinto; porque él mismo eliminó a su rival en la Junta, el General de Aviación Gustavo Leigh. ¿Qué impresión me dejaron? Leigh, casi un civil, cosa natural en los aviadores, con otra escuela que la prusiana del Ejército y la inglesa de la Marina. El Almirante Merino era "un caballero con una pistola sobre la mesa". Esto lo define a mis ojos Algo así como el Almirante Carreño en el terremoto de Valparaíso, dis puesto a fusilar a los salteadores e incendiarios que se aprovechaban de la catástrofe. El General de Carabineros tenía un apellido serfadita, muy astuto, gran visitador de sinagogas y dispuesto a no crearse más problemas que no fueran los inevitables. En cuanto al cinche, el que sería el cinche, tenía todo el tipo de un cinche, precisamente. Hace diez años, una frente más angosta y rasgos autóctonos, a pesar de sus ojos azules. Su psicología tendría que ser consecuente con su tipo racial, sumamente desconfiado y sin ninguno de los rasgos que distinguieron al General Carlos Ibáñez, quien me nombró en India y quien también nombrara a Neruda en el servicio diplomático y trajera a Gabriela Mistral a Chile para rendirle un homenaje. Luego, como un padre, o un abuelo, le puso dinero en el bolsillo, "porque lo podría necesitar para el viaje de regreso a los Estados Unidos", donde ella servía como cónsul vitalicio. El mismo gesto tuvo Franco con León Degrelle, cuando le salvó de los "aliados", por el solo hecho de ser católico y no salvó a Laval, por el hecho de no serlo. Mandó a Degrelle un sobre con dinero y le escondió en Sevilla, mientras simulaba enviarlo a ultramar. Pregunté una vez a un amigo, Embajador francés en Afganistán, Christian Belle, un intelectual de alto vuelo, que había vivido en Chile: "¿Por qué De Gaulle nombró Ministro a André Malraux, entregando su confianza a un escritor?" Me respondió: "Porque en el corazón de un soldado también cabe un poeta". Bueno, en el corazón del general Pinochet, estoy seguro que no hay espacio para esto. Si con alguien, políticamente hablando, se le hubiera de buscar un símil, paradójicamente sólo cabría encontrarlo con Stalin. Así como el General Ibáñez parecía un mandarín chino, Pinochet es un tártaro, racialmente hablando. Cosa que nada debe de extrañarnos tratándose de este país y su configuración, que ya hemos estudiado. Únicamente con el aflorar a la superficie del elemento asiático del mapuche y del mestizaje puede explicarse una tan larga dictadura en Chile, nunca posible con anterioridad y mientras el espíritu portaliano y visigodo-blanco estuvo vivo. El principio del cinche, del cinchicona araucano, el Führer Prinzip germano, ha sido violado, porque el cinche se ha quedado en eí\poder más tiempo del necesario y permitido por el peligro y la emergencia. Se ha transformado en una dictadura asiática, africana, centroamericana, latina o tropical, no aria, ni de acuerdo con la tradición vernácula de un Chile que ya no lo es más. Volví al Ministerio de Defensa el próximo día a entregar a los integrantes de la Junta mi libro sobre la Antartica, "Quien llama en los Hielos", y mi informe sobre la guerrilla, una de cuyas copias encontré en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores. Esperé en la antesala a los integrantes de la Junta, que se hallaban en reunión. El primero en salir fue el General Pinochet. Le entregué el informe. Detrás de él venía el General Leigh. Con gran rapidez guardó mi informe en una carpeta que llevaba en la mano, de modo que Leigh no pudiera verlo. Era un gesto para mí muy revelador. Luego conversamos un momento. De pronto, se escucharon unos golpeteos esporádicos, secos. Pinochet me miró y me dijo: " ¡Están disparandoI-^Vhabía en sus ojos una lucecilla, una chispa. Leigh rectificó: "No, son las cañerías del agua". En estas reacciones se reflejaban dos personalidades opuestas. Claramente, Pinochet sabía que no eran disparos, pero deseaba espantar "al civil", al "cucalón", como llamaron a los civiles en la Guerra del Pacífico. Leigh no pretendía esto y decía la verdad. Debo pensar que de ahí debí salir colmado, pues aquella esceña debió ser suficiente para descorazonarme. ¡Qué desconocimiento existía en esos hombres de la realidad de Chile y de nuestra gente! Además, qué falta de respeto para con los que han participado en todo un período de nuestra historia, qué desprecio por los hombres que han luchado por sus ideales y servido al país hasta el límite de sus fuerzas y posibilidades. Sí, nada tenía que ver el guerrero con un militar de profesión, con un profesional de la guerra; una institución castrense, creada para proteger fronteras artificiales, con una Orden sacra y guerrera. Y a mi mente vino el recuerdo de mi viaje a la Antartica en la fragata de la Marina de Guerra, "Covadon-ga". Iba también representando al periódico más antiguo de mi país, "El Mercurio", y debía enviar información. Cualquier cable que pudiera remitir debía ser controlado personalmente por el Comodoro de la Expedición, un Almirante. Siempre me los censuraba, modificando sus términos. Si yo ponía: "Hoy he visto tres ballenas en el Mar de Drake", él pensaba que era una clave peligrosa y cambiaba ballena por cachalote, rebajando el número a dos. La atmósfera se hizo insoportable y muy pronto debí chocar con el Comodoro. En esos tiempos, claro, en Chile las cosas se daban de otra manera. Gobernaban los civiles. Ahora todo el país, y por largo tiempo, sería una "Fragata Cova-donga", donde ninguna voz se iba a escuchar si procedía de un civil, equivaliendo a "deliberación", en jerga militar, algo penado por el código de la institución. No se podía disentir. Pero yo lo hice, cada vez que pude y que se me dio la oportunidad, especialmente tratándose del sistema económico imperante. Pero ya tendremos tiempo de referirnos a esto. 282

El Palacio de la Moneda, sede de la Presidencia y del Ministerio de Relaciones Exteriores, fue bombardeado con proyectiles de la aviación, produciéndose un incendio que povocó grandes daños. En esos días eran visibles las huellas del fuego. Cuando caminaba por sus pasillos en busca de los archivos donde pensaba hallar algunos de mis informes, me encontré en un cuarto vacío de muebles y cubierto de papeles, de documentos semi-destruidos. Un joven funcionario se movía entre esas ruinas, tratando de poner un poco de orden. Me detuve allí un instante. Con emoción y sorpresa creí reconocer el sello de un documento. Me agaché a recogerlo. Era el convenio comercial entre Chile y la India. Estaba casi intacto, salvo algunos bordes quemados y una capa de cenizas. Mi firma aparecía junto a la del Ministro de Comercio de India. Muchos rostros vinieron a mi memoria. El de José Maza, de Pedro Alvarez, de Guillermo Carey, el de la señora Krishna Hutheesing, hermana de Nehru, el de Indira Gandhi. que tanto nos ayudó, y el del mismo Nehru. Muchos de ellos ya han desaparecido. Y el de mi fiel secretario hindú, Mani; el de mi autista, Michael, compañero inolvidable de tantas expediciones a los santuarios sacros de las cimas himaláyicas. Nadie en el Chile de hoy recuerda siquiera quién fue José Maza, figura romántica, que pudo ser Presidente de Chile y que renunció a esa posibilidad por el amor de una mujer; muchas veces fue Presidente del Senado. ¿Quién recuerda a Pedro Alvarez y tantos otros hábiles y esforzados representantes del salitre chileno en Londres? ¡Ah, cómo luché junto a ellos para vender salitre y cobre a la India! Ahora nada de eso contaba. Eramos civiles, gente toda culpable de no sé qué. Ese convenio por el que tanto nos habíamos esforzado y en el que había puesto sus ilusiones hasta un estadista como Nehru, no era más que un papel sernfqüemado. Aunque no estuve en Chile durante ese período siniestro de la Unidad Popular, mi familia permaneció aquí, mi hermano y mis hermanas y sus hijos combatieron y estuvieron dispuestos a perder sus vidas. Para alimentar a sus hijos debían hacer colas interminables en los racionamientos, que comenzaban a formarse durante la noche, la mayoría sin éxito alguno, porque los alimentos se agotaban pronto. Los civiles, con escaso armamento, la mayoría con simples palos o armas de cocina, se organizaban por barrios para defenderse de los batallones comunistas y del MIR, de los "cordones industriales", que se dejarían caer en cualquier momento sobre la población. Los civiles, hombres y mujeres, estuvieron dispuestos a pelear y a morir, como Don Pedro de Valdivia y sus acompañantes, pocos y menos armados, frente a la horda mapuche. Las Fuerzas Armadas, en ningún momento, sufrieron como el civil; por el contrario, eran halagados por Allende; las temía y las necesitaba. Actuaron en el último momento, de modo seguro y con conexiones. Casi de inmediato establecieron esta división enojosa y tajante con el civil, borrando de una plumada toda la historia de Chile, por así decirlo, todo lo que el civil ha hecho, aun la misma Guerra del Pacífico, planeada por Portales y ganada por Vergara y Sotomayor. Mi hermano Diego, que interviniera a fondo para derrocar a Allende, anónimamente, como tantos otros, no pudo resistir el clima posterior de injusticia y fue decayendo visiblemente, con el alma contrita, hasta morir. ¿Qué había pasado? Yo, que venía del extranjero, podría tal vez descubrirlo mejor. En el corto espacio de un día y de una noche todo cambió definitivamente. Y esto no podía ser un fenómeno explicable de manera corriente ni natural. Era algo sobrenatural. Lo más admirable fue que los habitantes de este país parecían no darse cuenta del suceso, entrando a formar parte o a propiciarlo sonambúlicamente, incluyéndose como piezas fatales del mismo. No hacía mucho, en un viaje anterior a Chile, había participado en reuniones llenas de vida y de inteligencia. Ahora buscaba a la misma gente, y no eran nada, como si un alma, un espíritu les hubiese abandonado y ellos lo aceptaran sin reclamos. Este espíritu se había también muerto, aun sin ellos saberlo, junto con el lado contrario, con el "enemigo". Un alma tradicional chilena, una figura, tal vez blanca y femenina, como aquella que abandonó el Occidente tras la última guerra, había dejado Chile para siempre. Otro era el espíritu que se encarnaba. Se acabaron las risas, las sonrisas amables, sólo caras adustas, gestos duros, gente que se cuadra al saludar. En la Alemania de Hitler, en plena guerra, nunca fue así. No lo fue en la España de Franco ni aun durante su Guerra Civil en la que realmente murió un millón de combatientes. Otro espíritu. ¿Qué espíritu era ese? Desde una ventana miraba la siniestra noche. Calles vacías, disparos, tableteo de metralletas. Luces vacilantes, un automóvil que pasaba a velocidad de pesadilla, seguramente escapando de algo. Y la vieja noche, la noche de Jasón venía a mi recuerdo. En una reunión, un hombre joven y triste contó un sueño que había tenido: La montaña se rompía, la roca saltaba en mil pedazos. El no habló de los gigantes, pero no pude dejar de conectar su sueño con ellos, porque, desde lejos, había estado pidiendo su intervención para salvar a Chile. Bien, los gigantes habían salido de la roca de los Andes y nos habían salvado; pero de nuevo se habían ido, porque el principio cinchicona del alma del Ré-ché-frísón (no del mapuche-mongol), y el Führer Prinzip, del alma visigoda aria, de la Hiperbórea surpolar, iban a ser traicionados," violados. Porque en Chile ya no había restos de sangre frisona en el mestizaje con el indio, ni de sangre visigoda en el componente blanco. Aquí el cinche, el jefe elegido libremente para el momento de mayor peligro, para esa emergencia, se iba a inmovilizar en el poder, con las consecuencias funestas que esto traería para el alma y el destino de la nación. Y si esto así había acontecido, imponiéndose a la fuerza el jefe elegido y aceptándolo el pueblo, es que los componentes raciales ya no eran los mismos y la involución genética se había acelerado. Chile, después de un siglo, se había transformado en dictadura militar, como un país centroamericano cualquiera. La merecía, la pedía genéticamente. 283

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escena recién vivida. A la cabeza de la mesa de conferencia se encontraba ese hombre que el "destino genético"<br />

había destinado a Chile para los próximos años de una dictadura jamás vivida por este país hasta ahora, en todos<br />

los tiempos, desde Portales adelante. Estaba claro que él no era todavía el jefe indiscutido, ni lo había sido en el<br />

pronunciamiento militar. Sucedió igual que con Franco en España, quien tampoco fue líder carismá-tico, hasta que los<br />

acontecimientos le fueron dejando solo en el poder. El caso de Pinochet fue distinto; porque él mismo eliminó a su rival en la<br />

Junta, el General de Aviación Gustavo Leigh. ¿Qué impresión me dejaron? Leigh, casi un civil, cosa natural en los aviadores,<br />

con otra escuela que la prusiana del Ejército y la inglesa de la Marina. El Almirante Merino era "un caballero con una pistola<br />

sobre la mesa". Esto lo define a mis ojos Algo así como el Almirante Carreño en el terremoto de Valparaíso, dis puesto a fusilar<br />

a los salteadores e incendiarios que se aprovechaban de la catástrofe. El General de Carabineros tenía un apellido serfadita,<br />

muy astuto, gran visitador de sinagogas y dispuesto a no crearse más problemas que no fueran los inevitables. En cuanto al<br />

cinche, el que sería el cinche, tenía todo el tipo de un cinche, precisamente. Hace diez años, una frente más angosta y<br />

rasgos autóctonos, a pesar de sus ojos azules. Su psicología tendría que ser consecuente con su tipo racial, sumamente<br />

desconfiado y sin ninguno de los rasgos que distinguieron al General Carlos Ibáñez, quien me nombró en India y quien<br />

también nombrara a Neruda en el servicio diplomático y trajera a Gabriela Mistral a Chile para rendirle un homenaje. Luego,<br />

como un padre, o un abuelo, le puso dinero en el bolsillo, "porque lo podría necesitar para el viaje de regreso a los Estados<br />

Unidos", donde ella servía como cónsul vitalicio. El mismo gesto tuvo Franco con León Degrelle, cuando le salvó de los<br />

"aliados", por el solo hecho de ser católico y no salvó a Laval, por el hecho de no serlo. Mandó a Degrelle un sobre con dinero<br />

y le escondió en Sevilla, mientras simulaba enviarlo a ultramar. Pregunté una vez a un amigo, Embajador francés en<br />

Afganistán, Christian Belle, un intelectual de alto vuelo, que había vivido en Chile: "¿Por qué De Gaulle nombró Ministro a<br />

André Malraux, entregando su confianza a un escritor?" Me respondió: "Porque en el corazón de un soldado también cabe un<br />

poeta".<br />

Bueno, en el corazón del general Pinochet, estoy seguro que no hay espacio para esto. Si con alguien, políticamente<br />

hablando, se le hubiera de buscar un símil, paradójicamente sólo cabría encontrarlo con Stalin. Así como el General Ibáñez<br />

parecía un mandarín chino, Pinochet es un tártaro, racialmente hablando. Cosa que nada debe de extrañarnos tratándose de<br />

este país y su configuración, que ya hemos estudiado. Únicamente con el aflorar a la superficie del elemento asiático del<br />

mapuche y del mestizaje puede explicarse una tan larga dictadura en Chile, nunca posible con anterioridad y mientras el<br />

espíritu portaliano y visigodo-blanco estuvo vivo. El principio del cinche, del cinchicona araucano, el Führer Prinzip<br />

germano, ha sido violado, porque el cinche se ha quedado en eí\poder más tiempo del necesario y permitido por el peligro<br />

y la emergencia. Se ha transformado en una dictadura asiática, africana, centroamericana, latina o tropical, no aria, ni de<br />

acuerdo con la tradición vernácula de un Chile que ya no lo es más.<br />

Volví al Ministerio de Defensa el próximo día a entregar a los integrantes de la Junta mi libro sobre la Antartica, "Quien llama<br />

en los Hielos", y mi informe sobre la guerrilla, una de cuyas copias encontré en los archivos del Ministerio de Relaciones<br />

Exteriores. Esperé en la antesala a los integrantes de la Junta, que se hallaban en reunión. El primero en salir fue el General<br />

Pinochet. Le entregué el informe. Detrás de él venía el General<br />

Leigh. Con gran rapidez guardó mi informe en una carpeta que llevaba en la mano, de modo que Leigh no pudiera<br />

verlo. Era un gesto para mí muy revelador. Luego conversamos un momento. De pronto, se escucharon unos<br />

golpeteos esporádicos, secos. Pinochet me miró y me dijo: " ¡Están disparandoI-^Vhabía en sus ojos una<br />

lucecilla, una chispa. Leigh rectificó: "No, son las cañerías del agua". En estas reacciones se reflejaban dos personalidades<br />

opuestas. Claramente, Pinochet sabía que no eran disparos, pero deseaba espantar "al civil", al<br />

"cucalón", como llamaron a los civiles en la Guerra del Pacífico. Leigh no pretendía esto y decía la verdad.<br />

Debo pensar que de ahí debí salir colmado, pues aquella esceña debió ser suficiente para descorazonarme. ¡Qué<br />

desconocimiento existía en esos hombres de la realidad de Chile y de nuestra gente! Además, qué falta de<br />

respeto para con los que han participado en todo un período de nuestra historia, qué desprecio por los hombres<br />

que han luchado por sus ideales y servido al país hasta el límite de sus fuerzas y posibilidades. Sí, nada tenía que<br />

ver el guerrero con un militar de profesión, con un profesional de la guerra; una institución castrense, creada para<br />

proteger fronteras artificiales, con una Orden sacra y guerrera. Y a mi mente vino el recuerdo de mi viaje a la<br />

Antartica en la fragata de la Marina de Guerra, "Covadon-ga". Iba también representando al periódico más antiguo<br />

de mi país, "El Mercurio", y debía enviar información. Cualquier cable que pudiera remitir debía ser controlado<br />

personalmente por el Comodoro de la Expedición, un Almirante. Siempre me los censuraba, modificando sus<br />

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cambiaba ballena por cachalote, rebajando el número a dos. La atmósfera se hizo insoportable y muy pronto debí<br />

chocar con el Comodoro. En esos tiempos, claro, en Chile las cosas se daban de otra manera. Gobernaban los<br />

civiles.<br />

Ahora todo el país, y por largo tiempo, sería una "Fragata Cova-donga", donde ninguna voz se iba a escuchar si<br />

procedía de un civil, equivaliendo a "deliberación", en jerga militar, algo penado por el código de la institución. No<br />

se podía disentir. Pero yo lo hice, cada vez que pude y que se me dio la oportunidad, especialmente tratándose<br />

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