2 - Gnostic Liberation Front

2 - Gnostic Liberation Front 2 - Gnostic Liberation Front

gnosticliberationfront.com
from gnosticliberationfront.com More from this publisher
05.11.2012 Views

para siempre. Lo que nunca pudieron lograr con Rudolf Hess, a través de más de cuarenta años de prisión y torturas mentales, lo habrán conseguido en ese cuarto de hora con González von Marees. Nos autoriza a imaginar esto la declaración de Hess al dejar la Torre de Londres, repetida luego por escrito en el proceso deNürenberg. Afirmó que sus carceleros, casi todos judíos, usaban drogas para facilitar el hipnotismo a distancia, permitiéndoles controlar así las mentes de sus víctimas. Todo esto, además de otras presiones psíquicas y parapsíquicas, le habrían sido aplicadas por sus verdugos. Si hoy, a los 89 años de edad, siguen manteniéndolo vivo, por todos los medios al alcance de la medicina moderna y no moderna, es porque, de seguro, creen poder, a través de sus vehículos mentales (cuerpo astral y otros), alcanzar hasta la fuente superior iniciática que los alimenta y descubrir sus Guías; o sea, el comando supremo del Hitlerismo Esotérico. Pero Rudolf Hess tiene protecciones poderosas en esos enrarecidos territorios, muy superiores a las de sus enemigos. El Jefe carecía de ellas. Además, dejó de merecerlas. Creo que si hubo alguna promesa, alguna aceptación implícita en la cárcel, Jorge González von Marees dudó mucho luego en respetarla. Es cierto que dio orden a sus partidarios de apoyar al candidato masón del Frente Popular en las elecciones; es verdad que cambió el nombre del Movimiento, por otro inocuo; también la bandera, el saludo y pretendió incluirse dentro de esa corriente masónica del "bolivarismo", del "indoamericanismo". Pero nada de esto era definitivo, me parece, y quizás pensó poder salir por algún lado, ganar tiempo, cambiando sólo en apariencias. Rechazó el ofrecimiento de ministerios y embajadas para sus partidarios y, muy pronto, estuvo otra vez en la oposición. Fue aquí cuando me uní a su Movimiento. Mas, debo decirlo, no me inscribí como miembro militante, porque nunca he pertenecido a partido político alguno y porque la Vanguardia Popular Socialista ya no era el Nazismo que yo admirara. Recuerdo otra marcha de la Vanguardia Popular, tras algún grave hecho de sangre, muy poco después de la liberación de la cárcel del Jefe. La contemplábamos con un amigo desde la vereda de una calle céntrica. El Jefe venía uniformado y marchando a la cabeza, como siempre. Su rostro estaba muy pálido, como si presintiera que en cualquier momento le podían asesinar, por haber vuelto a lo anterior, algo que (se había decidido) no le permitirían más. Y así fue. Contraviniendo las órdenes severas del Jefe de evitar cualquier en-frentamiento violento, cualquier acto de fuerza, este se volvió a producir. Y hubo un muerto. Nunca se supo quién fue el culpable verdadero de esta acción, ni quién la dirigió y propició. Se tuvo la impresión de que había sido provocada por el enemigo, con infiltraciones en las filas del Movimiento. En plena noche, la policía allanó la casa del Jefe. Este se defendió a balazos, siendo reducido por el número. Nunca permitió una guardia en su residencia, de las jóvenes y leales tropas de asalto del nazismo, las T.N.A., ni custodia alrededor de su persona. Esta vez no fue llevado a' la cárcel, sino a un asilo de locos, donde le interrogó un médico psiquiatra. Era la máxima humillación a que se le sometía. Sin embargo, el Jefe salió bien de la prueba, enrostrando directamente al médico, acusándole de soborno, de ser un instrumento dócil de gobernantes corrompidos. Y ese médico se avergonzó de lo que hacía. Todo esto iba dejando una huella visible en ese hombre, trabajándole por dentro, minando su resistencia, acentuando las contradicciones de su sangre. Me atrevería a decir que le fue amedrentando. Carente de puntales ideológicos que le permitieran comprender lo que en verdad estaba pasando, sólo vio una ola como una montaña, de sombras, de odios, de fantasmales apariencias, que se le venía encima. Intuiría únicamente que aquello procedía de un centro misterioso, oscuro. Y quizás pensara en la Masonería. Pero no tenía armas para librar ese combate. Tal vez, si hubiera muerto, si los Dioses, o "los de allá", se lo hubieran llevado como a mi amigo Jasón, todo se hubiera resuelto favorablemente. Mas, por alguna razón misteriosa esta patria y él no lo merecieron. Insisto en el tema del mestizaje y del "pecado racial". Este mundo sudamericano pertenece, por su origen y nacimiento, desde hace quinientos años y más, al Demonio. La presa pudo escaparse y casi lo logró, por medio del ideal, de la acción del Espíritu (esa única fuerza negentrópica, ese milagro posible) y gracias también al combate glorioso del Hitlerismo. Pero esto el Jefe no lo sabía, ni podía comprenderlo. Hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, von Marees se mantuvo, más o menos en la línea, quiero creerlo. No puedo, ni deseo recordar la fecha exacta de su definitiva deserción. El Movimiento se hallaba disuelto al comenzar la guerra, me parece; a lo menos, no existía ya como fuerza efectiva. Jorge González von Marees siguió apoyando a Alemania con una revista, "Acción Chilena", cuya dirección entregó a Roberto Vega Blanlot. Me pidió que no sacara una revista propia para así aunar nuestras fuerzas. Me excusé, pues sabía que su línea de combate iba a ser distinta a la mía (Ver anexo 1). Una mañana, puede que un mediodía, quizás una tarde, Jorge González von Marees fue al cementerio. Había muerto alguien conocido. Se encontró allí con varios políticos; porque era en el cementerio donde nuestros políticos se dejaban ver más a menudo. También había ido el ex Presidente Arturo Alessandri Palma y el senador liberal Raúl Marín Balmaceda, quien tuvo el valor de entrar a la torre del Seguro Obrero, casi al finalizar la masacre, salvando a dos sobrevivientes. En el cementerio se acercó a Jorge González y, de improviso, le puso frente a 26

Alessandri pidiéndoles que se estrecharan las manos. Y el Jefe —el ex Jefe— le estrechó la mano al asesino de sus camaradas, de sus mártires, los jóvenes puros e idealistas, que creyeron que "su sangre salvaría a Chile", que adoraron a su Jefe y que, por él, por sus palabras, por la fe que les inculcara, estuvieron dispuestos a entregar sus vidas. ¿Cómo pudo suceder esto? ¡Qué enorme risa se habrá escuchado en alguna parte del Universo, qué nueva masacre allá en el cielo...! Quiero seguir analizando, buscando. Y vuelvo siempre a ese asunto de la sangre. Me digo que los alemanes son así, muy lentos para reaccionar, que no saben qué hacer ante una situación tan inesperada como ésa. Encontrándose de pronto ante su peor enemigo, el culpable de todas sus desgracias y de la de los suyos, desconcertado, habrá extendido la mano sin saber lo que hacía, ni el símbolo destructor que se estaba cumpliendo. Nietzsche dijo que las especies superiores son las más débiles frente al, mayor número de las inferiores," porque no están condicionadas para sobrevivir en situaciones tan adversas. Un animal de raza está preparado para actuar en su medio, pero carece de astucia; tiene dirección, carácter, voluntad, posee características bien definidas, pero carece de ductilidad. Es como un perro de raza frente a un "quiltro", animal bastardo. Este es más simpático y sirve para todo. El perdiguero es bueno sólo para cazar perdices. Pero el quiltro degenera pronto. Las características del "roto" chileno son las mismas del quiltro, porque así es el mestizo. Ahora bien, en ese instante supremo, Jorge González von Marees fue dominado por su mestizaje; su sangre alemana le jugó la mala pasada de una reacción lenta y un desconcierto total, queremos creerlo. Y deberíamos cargar con gran parte de la culpa al senador que le presentó a Alessandri; porque en nuestro mundo todo se pasa por alto y no se piensa en lo serio que significa una claudicación de los ideales; porque nadie cree en ideales. Y aunque vayan al cementerio, tampoco creen en los muertos, ni en la fidelidad a los muertos. A mí me sucedió algo parecido. Un camarada, a quien muy pocos recordarán ya, me llevó ese libro dedicado de Alessandri. Estuve a punto de abofetearle y le declaré que si quería seguir siendo mi amigo tendría que llevarle de vuelta el libro con mi respuesta allí escrita. Así lo hizo. Se llamaba Delfín Alcaide y, sin saberlo, sin meditarlo bien, se había prestado para ser un instrumento del mismo personaje, de las mismas fuerzas que detrás de él se movieron. Si yo hubiese aceptado, algún pacto secreto se habría establecido, moviendo fuerzas contrarias en el mundo invisible, que de algún modo me habrían neutralizado para siempre. Me salvó de nuevo el ángel de mi sangre. Después de ese ritual macabro, cumplido donde descansan los mártires, el Arquetipo del Traidor Blanco se había "constelado". Y su acción automática debería precipitar más hondo en el abismo a su víctima, la que ya no podía detenerse en su movimiento fatal. Fue así como Jorge González —no más von Marees— entró al Partido Liberal, el de Alessandri, arrastrando consigo a otros ex militantes del nazismo. Y llegó a ser su Secretario General, gran defensor de la democracia parlamentaria y de todo aquello que un día combatiera con místico fervor. Jugada más macabra al alma de una generación y de la patria, nunca antes ni nunca después se volverá a cumplir; porque la ejecución de todo esto ha impedido, precisamente, que haya un después. Jóvenes —niños de aquella generación, de mi generación—, ¿dónde están ahora? Dispersos, destrozados, sin alma, sin ideales, sin fe. ¡Cuan pocos se salvaron, casi ninguno! Quizá solamente aquellos que, además de tener raza, tuvieron clase. Les salvó la clase, más que la raza en este caso, porque el código del caballero les impidió traicionar. Fue el caso de Mauricio Mena, autor de las hermosas canciones del pasado glorioso. Además, se murió a tiempo, joven aún. Era católico, pero allí se quedó sin traicionar a nadie. Y así, muy pocos más. Casi ninguno. ¿Y quién podrá culparles? El golpe había sido dado al fondo del corazón, a las entrañas de la patria. Recorrí con los jóvenes nazistas muchas provincias de nuestro sur. Vi cómo ellos amaban a su Jefe y custodiaban sus símbolos. Grandes muchachos del mejor Chile, pobres viejos hoy, que tal vez sigan guardando en algún ruinoso baúl, perfumado a manzanas por la estación de las lluvias, su gorra, su uniforme y, sobre todo, su cinturón con la hebilla de bronce grabada con los rayos, arma de sus gloriosos combates. Queridos camaradas, tarde llegué a ustedes, quizás ni saben siquiera de mi existencia, ni nunca lo supieran; pero yo les llevo en lo más imperecedero del corazón. ¡Al fin, nada importa, camaradas, porque un día nuestro Führer, el auténtico, volverá entre nosotros y seguramente ustedes y yo tendremos un sitio junto a él, para continuar este combate eterno, en el Eterno Retorno, contra las fuerzas de las sombras, que devoraron a vuestro Jefe! Porque esta guerra no terminará jamás. Por ello, en verdad, nada se ha perdido para siempre. ¡Arriba el corazón, camaradas! ¡Heil! ¡SiegHeü! ¡Qué extraño país es Chile! Al final del mundo, en la región surpo-lar, es aquí y no en otra parte donde se prefiguraron casi todos los motivos de esa sinfonía del Crepúsculo de los Dioses, que luego se repetiría en el corazón del mundo, en Alemania. Las mismas fuerzas oscuras desatadas en contra del Jefe y del Movimiento nazista, la Traición Blanca... Salvo que allá el Führer se mantuvo íntegro, firme, hasta el final. 27

para siempre. Lo que nunca pudieron lograr con Rudolf Hess, a través de más de cuarenta años de prisión y<br />

torturas mentales, lo habrán conseguido en ese cuarto de hora con González von Marees.<br />

Nos autoriza a imaginar esto la declaración de Hess al dejar la Torre de Londres, repetida luego por escrito en el<br />

proceso deNürenberg. Afirmó que sus carceleros, casi todos judíos, usaban drogas para facilitar el hipnotismo a<br />

distancia, permitiéndoles controlar así las mentes de sus víctimas. Todo esto, además de otras presiones psíquicas<br />

y parapsíquicas, le habrían sido aplicadas por sus verdugos. Si hoy, a los 89 años de edad, siguen manteniéndolo<br />

vivo, por todos los medios al alcance de la medicina moderna y no moderna, es porque, de seguro, creen poder, a<br />

través de sus vehículos mentales (cuerpo astral y otros), alcanzar hasta la fuente superior iniciática que los<br />

alimenta y descubrir sus Guías; o sea, el comando supremo del Hitlerismo Esotérico. Pero Rudolf Hess tiene<br />

protecciones poderosas en esos enrarecidos territorios, muy superiores a las de sus enemigos. El Jefe carecía de<br />

ellas. Además, dejó de merecerlas.<br />

Creo que si hubo alguna promesa, alguna aceptación implícita en la cárcel, Jorge González von Marees dudó<br />

mucho luego en respetarla. Es cierto que dio orden a sus partidarios de apoyar al candidato masón del Frente<br />

Popular en las elecciones; es verdad que cambió el nombre del Movimiento, por otro inocuo; también la bandera, el<br />

saludo y pretendió incluirse dentro de esa corriente masónica del "bolivarismo", del "indoamericanismo". Pero nada<br />

de esto era definitivo, me parece, y quizás pensó poder salir por algún lado, ganar tiempo, cambiando sólo en<br />

apariencias. Rechazó el ofrecimiento de ministerios y embajadas para sus partidarios y, muy pronto, estuvo otra<br />

vez en la oposición. Fue aquí cuando me uní a su Movimiento. Mas, debo decirlo, no me inscribí como miembro<br />

militante, porque nunca he pertenecido a partido político alguno y porque la Vanguardia Popular Socialista ya no<br />

era el Nazismo que yo admirara.<br />

Recuerdo otra marcha de la Vanguardia Popular, tras algún grave hecho de sangre, muy poco después de la<br />

liberación de la cárcel del Jefe. La contemplábamos con un amigo desde la vereda de una calle céntrica. El Jefe<br />

venía uniformado y marchando a la cabeza, como siempre. Su rostro estaba muy pálido, como si presintiera que en<br />

cualquier momento le podían asesinar, por haber vuelto a lo anterior, algo que (se había decidido) no le<br />

permitirían más.<br />

Y así fue.<br />

Contraviniendo las órdenes severas del Jefe de evitar cualquier en-frentamiento violento, cualquier acto de fuerza,<br />

este se volvió a producir. Y hubo un muerto. Nunca se supo quién fue el culpable verdadero de esta acción, ni quién<br />

la dirigió y propició. Se tuvo la impresión de que había sido provocada por el enemigo, con infiltraciones en las filas<br />

del Movimiento.<br />

En plena noche, la policía allanó la casa del Jefe. Este se defendió a balazos, siendo reducido por el número.<br />

Nunca permitió una guardia en su residencia, de las jóvenes y leales tropas de asalto del nazismo, las T.N.A., ni<br />

custodia alrededor de su persona.<br />

Esta vez no fue llevado a' la cárcel, sino a un asilo de locos, donde le interrogó un médico psiquiatra. Era la máxima<br />

humillación a que se le sometía. Sin embargo, el Jefe salió bien de la prueba, enrostrando directamente al médico,<br />

acusándole de soborno, de ser un instrumento dócil de gobernantes corrompidos. Y ese médico se avergonzó de lo<br />

que hacía.<br />

Todo esto iba dejando una huella visible en ese hombre, trabajándole por dentro, minando su resistencia,<br />

acentuando las contradicciones de su sangre. Me atrevería a decir que le fue amedrentando. Carente de puntales<br />

ideológicos que le permitieran comprender lo que en verdad estaba pasando, sólo vio una ola como una montaña,<br />

de sombras, de odios, de fantasmales apariencias, que se le venía encima. Intuiría únicamente que aquello<br />

procedía de un centro misterioso, oscuro. Y quizás pensara en la Masonería. Pero no tenía armas para librar ese<br />

combate. Tal vez, si hubiera muerto, si los Dioses, o "los de allá", se lo hubieran llevado como a mi amigo Jasón,<br />

todo se hubiera resuelto favorablemente. Mas, por alguna razón misteriosa esta patria y él no lo merecieron. Insisto<br />

en el tema del mestizaje y del "pecado racial". Este mundo sudamericano pertenece, por su origen y nacimiento,<br />

desde hace quinientos años y más, al Demonio. La presa pudo escaparse y casi lo logró, por medio del ideal, de la<br />

acción del Espíritu (esa única fuerza negentrópica, ese milagro posible) y gracias también al combate glorioso del<br />

Hitlerismo.<br />

Pero esto el Jefe no lo sabía, ni podía comprenderlo.<br />

Hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, von Marees se mantuvo, más o menos en la línea, quiero creerlo. No<br />

puedo, ni deseo recordar la fecha exacta de su definitiva deserción. El Movimiento se hallaba disuelto al comenzar<br />

la guerra, me parece; a lo menos, no existía ya como fuerza efectiva. Jorge González von Marees siguió apoyando<br />

a Alemania con una revista, "Acción Chilena", cuya dirección entregó a Roberto Vega Blanlot. Me pidió que no<br />

sacara una revista propia para así aunar nuestras fuerzas. Me excusé, pues sabía que su línea de combate iba a<br />

ser distinta a la mía (Ver anexo 1).<br />

Una mañana, puede que un mediodía, quizás una tarde, Jorge González von Marees fue al cementerio. Había<br />

muerto alguien conocido. Se encontró allí con varios políticos; porque era en el cementerio donde nuestros<br />

políticos se dejaban ver más a menudo. También había ido el ex Presidente Arturo Alessandri Palma y el senador<br />

liberal Raúl Marín Balmaceda, quien tuvo el valor de entrar a la torre del Seguro Obrero, casi al finalizar la masacre,<br />

salvando a dos sobrevivientes. En el cementerio se acercó a Jorge González y, de improviso, le puso frente a<br />

26

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!