05.11.2012 Views

2 - Gnostic Liberation Front

2 - Gnostic Liberation Front

2 - Gnostic Liberation Front

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

También yo puedo relatar una experiencia personal, que aparecerá muy extraña a los incrédulos y que se<br />

relaciona directamente con lo aquí descrito. Hace varios años ya, viajaba por los Alpes fronterizos entre Alemania<br />

y lo que hoy de nuevo es Austria, y me perdí yendo a dar exactamente a un lugar que deseaba evitar:<br />

Berchtesgaden. Mi primera visita, o peregrinación, la efectué siendo muy joven, pocos años después de finalizada<br />

la guerra, en 1951, debiendo deambular entre las ruinas y los muros calcinados del Berghof de Hitler, que aún no<br />

había sido hecho volar en su totalidad por Eisenhower, desde su Cuartel General en Nuremberg. Entonces no se<br />

me permitió llegar a la cumbre sacra de Kehlsteinhaus, elempinado refugio del Gralsburg. Lo he hecho muchas<br />

veces después. Pero ahora no deseaba volver, pues siempre me duele ser testigo de la profanación judaica, consciente<br />

y planeada, que se hace de ese lugar mágico y sacro, hoy convertido en restaurante, donde gordos<br />

alemanes y turistas comen salchichas y beben cerveza. Se ha instalado allí una enorme cruz del cristianismo judío,<br />

como un exorcismo contra la Swastika Polar.<br />

Sin quererlo, de nuevo me encontraba allí. Era un atardecer muy bello y transparente del mes de septiembre.<br />

Recientemente había celebrado mi cumpleaños excursionando por las cumbres. Ahora, la subida al elevado<br />

refugio del Führer, tan parecido al castillo en ruinas de los cataros en Mont-segur, se encontraba cerrada por la<br />

hora. Me senté sobre una roca a contemplarlo en la luz pura de las cumbres, que poco a poco iba decreciendo. Y<br />

sentí, con mucha nitidez, que una conexión instantánea se establecía con el lejano Tibet, con sus secretas<br />

entradas a Agarti. Sin duda allí existía una "bilocación" espacial, una "abertura" que hacía posible el contacto directo,<br />

una "ventana", que habría sido utilizada por Hitler y sus dirigentes esotéricos. Por eso habría elegido ese punto<br />

mágico de la tierra para su refugio espiritual, sus meditaciones en las cumbres y su deambular por los bosques de<br />

encinas y de pinos. Allí habrá tomado sus más trascendentales decisiones, obedeciendo a la Voz, que él oía en la<br />

Memoria de su Sangre.<br />

En esa tarde ya lejana, sentí, además, que la conexión en la geografía oculta, sacra, no sólo era con el Tibet de los<br />

Dropas hiperbóreos, con Montsegur, en los Pirineos, sino también con un punto mucho más lejano, en el Sur del<br />

mundo, de donde yo procedo. Lo había descubierto ya en mi viaje a la Antartica, en 1947, dos años después de<br />

finalizada la Gran Guerra.<br />

Pensé quedarme allí esa noche y fui hasta el albergue en busca de alojamiento. Era éste el antiguo cuartel de las<br />

SS. Todas las piezas estaban tomadas. Me encaminé, entonces, en dirección al lugar que había visitado por<br />

primera vez hacía muchos años y donde estuvo el Berghof de Hitler. Por más que busqué, no pude encontrar su<br />

ubicación. El bosque había cubierto los escombros. Vi ahí a un hombre joven, con pantalones cortos, de cuero<br />

alpino. Me dirigí a él y le pregunté. Me indicó con un brazo el sitio entre los árboles. Caminé en esa dirección y<br />

estuve escalando en la luz mortecina, por sobre troncos y ramas. Nada había, sólo algunas piedras; a pesar de los<br />

años transcurridos, cenizas y restos del incendio que consumiera la reliquia. Entonces, algo se movió entre las<br />

hojas y una sombra se adelantó por entre los árboles. Venía en mi dirección y comprobé que se trataba del mismo<br />

hombre con el que había hablado hacía un momento. Escaló por el lugar opuesto de la loma y se aproximó hasta<br />

juntárseme. Comenzó a hablar, explicándome que él también venía a ver las ruinas, desde Hamburgo. Había<br />

encontrado la entrada a los subterráneos y se quedó más de la cuenta en este lugar para poder/indicárselo a los<br />

visitantes que venían de Austria. Me ofreció mostrarme la entrada. Acepté, a pesar de no tener la menor idea de<br />

con quién estaba hablando. Como ya se hallaba oscuro, el hombre me dyo que iría a su automóvil en busca de dos<br />

linternas. Yo debía esperarle allí. Le aguardé más de un cuarto de hora. Apareció al fin con las dos luces y<br />

empezamos a descender por un terreno escarpado hasta llegar a un arroyuelo. Nos encontramos de pronto frente<br />

a una enorme puerta de hierro. La abrió con esfuerzo. El agua se introducía por un largo pasillo horadado en la<br />

montaña. Iniciamos la marcha por el corredor. A cada rato él se detenía para indicarme alguna cosa. "Aquí", me<br />

decía, "se encontraban los centinelas, detrás de esta hornacina. Visualizaban, sin ser ellos vistos, a cualquier visitante<br />

intempestivo. Tenían rifles curvos, con los que podrían disparar sin estar vueltos hacia su objetivo". Pronto<br />

llegamos al final del pasillo, el cual se encontraba tapiado por un muro de argamasa, construido por los americanos.<br />

Detrás de esa muralla se hallaban los cuartos subterráneos de Hitler, de Eva Braun y de sus colaboradores<br />

más cercanos. "Ahora es imposible entrar, lo han prohibido", me explicó. Una escalera de mármol llevaba a la<br />

entrada y al descenso desde el Berghof. "Estaba ricamente alfombrada", me decía. "¿Ha visto usted la casa de la<br />

cumbre?". Le respondí afirmativamente, al mismo tiempo que recordaba esa otra gran puerta de fierro, abierta en<br />

la roca viva, y el corredor que lleva al ascensor que asciende directamente hasta el centro del refugio de piedra de<br />

la empinada cumbre. Se siente allí la impresión de ir por el interior de un pasillo de la Gran Pirámide. Desde los<br />

ventanales altos se contemplan las cadenas de montañas de los Alpes, los valles lejanos de Salzburgo y el lago de<br />

Kónigsee. Allí fue donde mi Maestro viera a Hitler contemplando el paisaje con un catalejo. Le dijo: "Viajero, sigue<br />

tu camino...".<br />

Nuestra aventura nocturna había llegado a su fin, frente a ese muro que nos cerraba el paso.<br />

Eran los años en que aún yo investigaba en Europa.<br />

Bajamos juntos en busca del camino principal. Al despedirme, estiré mi brazo y dije: "Heil Hitler!". Y él me contestó,<br />

también con el brazo extendido: "Sieg Heil!".<br />

No supe quién sería ese joven alemán de Hamburgo, ni qué será de él. Le expliqué que yo era chileno y de seguro<br />

debe haberse sorprendido. He vuelto a recordarle ahora.<br />

241

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!