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2 - Gnostic Liberation Front

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para que entrara en la marcha. Acepté con alegría. Me apretó la mano diciéndome: "Ahora marchamos juntos.<br />

¿Estás dispuesto a morir con nosotros?<br />

"Sí", le respondí, "estoy dispuesto".<br />

Y jamás he traicionado este juramento; porque sigo siempre dispuesto a morir con ustedes, los héroes de aquí y de<br />

allá. Desde entonces, continúo marchando, cuando tantos otros abandonaron la Gran Marcha. Porque pertenezco<br />

a la Wildes Heer, a la Horda Furiosa, al Ultimo Batallón del Führer, que retornará con El, en gloria y triunfo, al<br />

finalizar este terrible tiempo del Kali-Yuga, de esta Época Más Oscura.<br />

En 1939 yo tenía sólo veintiún años. Sin embargo, cuarenta y cinco años más tarde, me siento aún más joven que<br />

entonces, más firme, más seguro aún de esos ideales.<br />

El Jefe no era alto ni bajo, magro, con sus músculos armoniosamente distribuidos en su cuerpo esbelto. De su<br />

figura atrayente se desprendía una energía nerviosa irresistible, que dominaba, apoderándose de todos aquellos<br />

que se hallaban a su alcance. Su frente era amplia, su rostro virilmente bello, sus ojos oscuros traspasaban con su<br />

mirada intensa, transmitiendo la fiebre de un cerebro sin reposo. Algo había de Jasón en él, en su porte, en lo<br />

magro, en su piel pálida y morena, en la armonía del físico. Únicamente que mi amigo combinaba la armonía del<br />

cuerpo con un clasicismo del alma. Y en Jorge González von Maréesjse dejaba ver una cierta dificultad, una contraposición,<br />

un desequilibrio extraño contra el cual luchaba, tratando de vencerlo; pero que, a menudo, le ganaba la<br />

partida. Esto se hacía visible especialmente en sus discursos. Comenzaba con vacilaciones, esforzándose por<br />

encontrar las palabras. La angustia se traspasaba al auditorio fanatizado por su presencia y por la atmósfera<br />

hábilmente trabajada por las canciones, las consignas, los gritos de "¡Jefe! ¡Jefe! ¡Jefe!", los brazos extendidos en<br />

el saludo nazista (en los buenos tiempos). Cuando al fin el discurso se hacía fluido, gracias a una suerte de trance,<br />

todo el auditorio experimentaba alivio y la extraña sensación de haber contribuido de alguna manera a "sacar<br />

adelante al Jefe", de haberle salvado de un desastre. Entonces, ya no se sabía más, ni siquiera importaba lo que él<br />

dijera, porque también se estaba en trance.<br />

El Jefe terminaba sus oraciones cubierto de sudor, a veces con espumas en los labios. Se retiraba<br />

inmediatamente, sin dirigir la palabra a nadie, sin mirar a nadie. La masa de sus seguidores permanecía en<br />

hipnosis por bastante tiempo. Nada se decía, sólo se cantaba.<br />

Asistí a varias reuniones del Jefe con sus más inmediatos colaboradores, en la sala de las deliberaciones. Allí<br />

estaban Mauricio Mena (autor de la letra de casi todas las canciones, en colaboración con el músico Mariano<br />

Casanova), Gustavo Vargas Molinare, Javier Cox, Fernando Ángel Guarello, Osear Jiménez, Yunis (de origen<br />

árabe, administrador del diario "Trabajo"), Ruperto Alamos, su secretario privado, Manuel Mayo, que venía desde<br />

Valparaíso, y, por supuesto, Pedro Foncea. Cada uno exponía su opinión sobre algún suceso importante del país o<br />

del exterior. El Jefe escuchaba atentamente, en total silencio, apreciando cada idea, cada argumento. Luego, se<br />

producía un pesado silencio, hasta que el Jefe tomaba la palabra, sin discutir ningún argumento, sólo dando las<br />

conclusiones y las pautas de la acción a seguir, siempre inapelables. Su poder de síntesis era admirable, como su<br />

claridad de ideas y de exposición. Todos así lo comprendían. La decisión había sido tomada.<br />

Le oí decir un día, a propósito del artículo de un periódico de oposición, que dudaba de su condición de Jefe: "Esta<br />

duda me hace reír, pues soy Jefe por antonomasia".<br />

Recordando esos tiempos, debo llegar a la conclusión de que Chile jamás ha tenido un dirigente político como<br />

Jorge González von Marees y que difícilmente lo volverá a tener. La honestidad de sus primeros tiempos, su<br />

idealismo, su fe, su patriotismo, su misticismo y fanatismo en la lucha por el bien del país, carecen de parangones.<br />

Al margen de toda crítica que pueda hacerse, de toda duda, aquí nunca ha existido un político, un hombre más<br />

veraz, más sincero y más claro en su pensamiento y en la exposición del mismo. Seguramente fue un error que el<br />

partido nazista llegara al Parlamento con diputados elegidos en votaciones populares y, más aún, que el mismo<br />

Jefe fuera elegido y se arriesgara allí, en ese zoológico, en ese circo, exponiendo sus ideales y combatiendo a<br />

pecho descubierto. Pero jamás en Chile se vio un espectáculo tan soberbio. A la cabeza de sus tres diputados,<br />

reveló el fraude, el engaño, la demagogia, la corrupción, la estafa, el robo. Y lo hacía directamente, a la cara de sus<br />

contrincantes, acusándoles por sus nombres. En especial, al Presidente de la época, Arturo Alessandri Palma, que<br />

por esto mismo llegó a exasperarse, a odiar tanto al Nazismo, que fue dócil agente para cumplir con esa decisión<br />

de "matarlos a todos". En una ocasión, el Jefe sacó su pistola dentro del Parlamento y disparó un tiro al aire,<br />

cuando el Presidente de esa democracia corrupta leía su Mensaje Anual al país. Fue golpeado, maltratado por<br />

matones. Nada sabía de box, pero enfrentó siempre con valentía estos ataques físicos. Sus hombres se<br />

encargaban de vengarle luego, castigando a esos matones a sueldo de las autoridades.<br />

Tanta sinceridad e idealismo conquistaban a los jóvenes y al pueblo. Por eso, el Nazismo chileno fue un<br />

movimiento patriótico como no se verá otro aquí, capaz de movilizar a las masas populares y a la generación más<br />

idealista. Todo esto se desconoce completamente hoy; lo ignora la historia oficial. Aquello fue posible gracias a la<br />

personalidad del Jefe. Y este Jefe fue posible gracias al Arquetipo del Führer. Sin uno, no habría existido el otro. Y<br />

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