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Seguridad vial Seguridad vial - Revista Profesiones

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cultura<br />

P A T R I M O N I O H I S T Ó R I C O D E L A H U M A N I D A D<br />

Baeza y Úbeda,<br />

un viaje hacia la eternidad<br />

“Para quien llega a ellas<br />

sin tener noticia de su<br />

existencia, Úbeda y<br />

Baeza, Baeza y Úbeda,<br />

se le presentan como<br />

irrupciones inesperadas<br />

en un paisaje que no<br />

las anunciaba, en una<br />

Andalucía alta e<br />

interior donde el viajero<br />

poco informado<br />

esperaría pueblos<br />

blancos y no fachadas<br />

de piedra labrada,<br />

luminosidad<br />

incondicional sin<br />

rincones de sombra y<br />

musgo, ligereza en vez<br />

de gravedad”, Antonio<br />

Muñoz Molina<br />

Texto y fotos: Mª Carmen Muñoz Jodar<br />

Casi catorce años han tardado<br />

en reconocer el tesoro patrimonial<br />

que simbolizan Baeza<br />

y Úbeda; dos ciudades ligadas<br />

por su estética renacentista a Italia, a<br />

Salamanca y que ahora, una vez que se<br />

les ha reconocido como Patrimonio Histórico<br />

de la Humanidad, reivindican su<br />

propia identidad hecha a fuerza de piedra,<br />

curiosidad, quietud, genialidad y<br />

sudor de campesino.<br />

Baeza “pobre y señora”, como reza el<br />

poema, es también ambiciosa y curiosa.<br />

Y cuando pocas ciudades podían soñar<br />

con ello, Baeza quiso una Catedral (siglo<br />

XIII) y una Universidad (siglo XVI); también<br />

quiso una imprenta (1551) y un poeta<br />

(Antonio Machado) que la universalizara.<br />

Es pobre porque es campesina y<br />

es señora porque es orgullosa.<br />

Pasear su casco histórico es romper<br />

con el tiempo y con el ruido urbano; un<br />

laberinto de piedra monumental protegida<br />

que teme ser descubierta. Es paradoja,<br />

como su gente, que huye del extranjero<br />

lo mismo que abraza su encuentro. Y entre<br />

recelo y confianza construye su historia<br />

a un ritmo propio, carente de prisas y<br />

compromisos de modernidad.<br />

Lo contrario de Úbeda, “rica y gitana”,<br />

que jugó a crecer y mezcló lo antiguo<br />

y lo moderno, lo monumental y lo<br />

urbano sin sacralizaciones. Y esa “popular”<br />

monumentalidad rivalizó en ocasiones<br />

con Baeza. Hoy se saben hermanas,<br />

unidas por un mismo sentimiento<br />

que les dio origen y forma, aunque los<br />

caminos las separaran durante años.<br />

Como afirma Delfín Rodríguez fue “el<br />

siglo XVI el que les dio a estas ciudades<br />

la paciencia de la quietud, con un maestro<br />

arquitecto excepcional como Andrés<br />

de Vandelvira (c. 1505-1575), para mí, y<br />

después de Diego de Silóe, el más grande<br />

arquitecto del Renacimiento en España,<br />

con perdón de los adeptos a Juan de<br />

Herrera y a El Escorial”.<br />

Úbeda y Baeza se complementan y<br />

los kilómetros que las separan están labrados<br />

de un material que, también paradójicamente,<br />

las une y alimenta: los<br />

olivos. Las lomas de olivos metódicas e<br />

infinitas representan un sentirse vinculado<br />

a la tierra en el sentido más trascendente<br />

de la palabra. En el fondo, quizá,<br />

todo se reduce a una búsqueda de la<br />

inmortalidad que el campesino ha identificado<br />

con la tierra fértil, que hiere y<br />

araña a la vez que fortalece y enriquece,<br />

y el arquitecto e ingeniero con la tierra<br />

petrificada que hiere y araña a la vez<br />

edifica y da cobijo. De alguna forma, la<br />

vida de uno y otro se reduce a un paisaje<br />

y ese paisaje, si se quiere, es eterno. P<br />

60| <strong>Profesiones</strong> Marzo-Abril 2004

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