Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
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4 Después de la sensibilidad verbal, la agudeza y algo de esa inteligencia especial del narrador, lo que probablemente más convenga al escritor sea ser persona de carácter compulsivo. A ningún novelista le perjudicará (al menos en lo que a su faceta artística se refiere) tener inclinación a llevar las cosas al extremo, a exigirse demasiado, insatisfecho de sí mismo y del mundo y decidido a poner remedio si puede a dicha insatisfacción. Los traumas psicológicos, siempre que sus efectos se puedan dominar parcialmente, ayudan a no perder la determinación. Sentirse responsable de algún accidente mortal ocurrido en la infancia, que uno nunca llega a perdonarse del todo; la sensación de no haberse ganado el total afecto de los padres; avergonzarse de los orígenes de uno –un sentimiento de inferioridad, llevado con actitud defensiva y beligerante, por motivos de raza o de extracción, o provocado quizá por la invalidez o algún defecto físico de uno de los padres– o la incapacidad para aceptar el aspecto físico de uno; todos éstos son signos prometedores. Quizá sea cierto o quizá no lo sea que los niños felices y equilibrados pueden llegar a ser grandes novelistas, pero puesto que el sentimiento de culpabilidad y la vergüenza llevan a la introspección, es muy probable que dichas características, si se dan en la medida adecuada (ni demasiada aflicción ni insuficiente), faciliten al escritor la consecución de su objetivo. Debido a la naturaleza de su trabajo, es importante que el escritor aprenda a ser eminentemente independiente, que sepa amar con cierto desapego y que la aprobación o el apoyo los busque en sí mismo (o que a este respecto se rija por criterios particulares). En general, los novelistas son personas que en la infancia, en momentos de pesadumbre, aprenden a encerrarse en sus 98
fantasías o a buscar consuelo en la voz de algún escritor en lugar de recurrir a quienes tienen a su alrededor. Naturalmente, esto no quita que también sea reconfortante para el novelista que aquéllos a quienes aprecia crean en sus dotes y en su trabajo. La situación del novelista es fundamentalmente distinta de la del escritor de relatos cortos o la del poeta. En términos generales, si triunfa, obtiene beneficios más cuantiosos: una novela que al éxito artístico aúne el comercial –y más aún si se trata de una tercera o cuarta novela– puede proporcionar a su autor más de cien mil dólares (lo cual, para quienes se dedican a los negocios, no constituye una verdadera ganancia, ya que se pueden haber dedicado diez años a escribirla), además de fama, prestigio y hasta la posibilidad de recibir cartas de amor de extraños considerablemente fotogénicos. Nada de esto influye –o debería influir– en el novelista a la hora de escoger el género a que va a dedicarse. Es un tipo especial de escritor, es lo que William Gass llama un «escritor de fondo», y en realidad hace lo que más natural le resulta. A diferencia del poeta o del escritor de relatos cortos, tiene el ritmo y la resistencia de un corredor de maratón. Como dijo Fitzgerald, en todo buen novelista hay un campesino. También hay otro rasgo que es peculiar de todos los novelistas: el gusto por lo monumental. Puede que el novelista, como hace la mayoría, se inicie como escritor de relatos cortos, pero en tal caso no tarda en sentirse constreñido: necesita más espacio, más personajes, más mundo. Así que se pone a escribir su ansiada obra larga y, tal como he dicho antes, si triunfa, obtiene cuantiosos beneficios. Lo malo es (y es a esto a lo que quería llegar) que los triunfos de los novelistas siempre son más espaciados que los de los poetas y los escritores de relatos cortos. Por eso tiene que ser una persona resuelta y exigente consigo misma o, en todo caso, movida por la fuerza interior y no por las salvas de aplausos diarias o mensuales. En escribir un buen poema se tarda dos días, 99
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lugar de recurrir a quienes tienen a su alrededor. Naturalmente,<br />
esto no quita que también sea reconfortante para el<br />
<strong>novelista</strong> que aquéllos a quienes aprecia crean en sus dotes y<br />
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La situación del <strong>novelista</strong> es fundamentalmente distinta<br />
de la del escritor de relatos cortos o la del poeta. En términos<br />
generales, si triunfa, obtiene beneficios más cuantiosos: una<br />
novela que al éxito artístico aúne el comercial –y más aún si<br />
se trata de una tercera o cuarta novela– puede proporcionar<br />
a su autor más de cien mil dólares (lo cual, para quienes se<br />
dedican a los negocios, no constituye una verdadera ganancia,<br />
ya que se pueden haber dedicado diez años a escribirla),<br />
además de fama, prestigio y hasta la posibilidad de recibir<br />
cartas de amor de extraños considerablemente fotogénicos.<br />
Nada de esto influye –o debería influir– en el <strong>novelista</strong> a la<br />
hora de escoger el género a que va a dedicarse. Es un tipo<br />
especial de escritor, es lo que William Gass llama un «escritor<br />
de fondo», y en realidad hace lo que más natural le resulta.<br />
A diferencia del poeta o del escritor de relatos cortos, tiene<br />
el ritmo y la resistencia de un corredor de maratón. Como<br />
dijo Fitzgerald, en todo buen <strong>novelista</strong> hay un campesino.<br />
También hay otro rasgo que es peculiar de todos los <strong>novelista</strong>s:<br />
el gusto por lo monumental. Puede que el <strong>novelista</strong>, como<br />
hace la mayoría, se inicie como escritor de relatos cortos, pero<br />
en tal caso no tarda en sentirse constreñido: necesita más<br />
espacio, más personajes, más mundo. Así que se pone a<br />
escribir su ansiada obra larga y, tal como he dicho antes, si<br />
triunfa, obtiene cuantiosos beneficios. Lo malo es (y es a esto<br />
a lo que quería llegar) que los triunfos de los <strong>novelista</strong>s<br />
siempre son más espaciados que los de los poetas y los<br />
escritores de relatos cortos. Por eso tiene que <strong>ser</strong> una persona<br />
resuelta y exigente consigo misma o, en todo caso, movida<br />
por la fuerza interior y no por las salvas de aplausos diarias<br />
o mensuales. En escribir un buen poema se tarda dos días,<br />
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