Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
Gardner, John - Para ser novelista (Ensayo)
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En el trance no separé estas ideas. Vi el árbol de Blake,<br />
exactamente el mismo que vi cuando leía The Book of the<br />
Duchess de Chaucer, y tenía la fuerza de la cruz que yo<br />
imaginaba en mi infancia, sucia de sangre y con trocitos de<br />
carne pegados (imagen muy poco ortodoxa, es verdad). Creo,<br />
aunque no estoy seguro, que fue esta impresión de intensa<br />
relación entre el árbol y mi infancia lo que me produjo una<br />
sensación de dejà vu. Al tratar de asumir (al sentir, en<br />
realidad) el terror de Grendel, reacciono como él y me aferro<br />
a mi (su) opinión: «¡Accidente!», es decir, la victoria de<br />
Beowulf no tiene significado moral; todo en la vida es<br />
casualidad. Pero el temor de que no todo sea accidente me<br />
acomete al instante, avivado en parte por lo que en mi infancia<br />
sugería la cruz: sangre, culpa, el deseo desesperado de <strong>ser</strong><br />
bueno, de <strong>ser</strong> amado por los padres y por ese aterrador<br />
superpadre cuya otredad nada expresa más aterradoramente<br />
que el hecho de que viva más allá de las estrellas. Así pues,<br />
a pesar de que conscientemente crea que todo es accidente,<br />
Grendel escoge la muerte, y con ello se pone del lado de Dios<br />
(por tanto, intenta salvarse); es decir, contra su voluntad<br />
advierte que parece «desear la caída». Bruscamente, el paisaje<br />
de pesadilla cambia, de mirar «hacia abajo» para contemplar<br />
a través del árbol el abismo de la noche a mirar hacia abajo<br />
desde el borde de un acantilado, otra visión vertiginosa. No<br />
realicé conscientemente este cambio porque hubiera tenido<br />
una pesadilla la noche anterior; ocurrió más bien que al<br />
hacerlo me di cuenta de que lo que en realidad estaba<br />
escribiendo era una pesadilla que había tenido y que no había<br />
recordado hasta aquel instante.<br />
Uno o dos días antes había estado con mi familia viendo<br />
saltos de esquí –algo terrorífico, al menos para mí, con el<br />
miedo que me dan las alturas–. La noche anterior al día en<br />
que escribí este pasaje tuve un sueño en el que descendía lenta<br />
pero inexorablemente por un trampolín; abajo, indescriptiblemente<br />
lejos, me aguardaba la nieve. En esta pesadilla, por la<br />
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